Y llegó el 24 de enero. Muy postergado para algunos, demasiado prematuro para otros. Esa doble falta de sincronización entre las expectativas y la medida sindical señala, perceptiblemente, un desarreglo más profundo, un desorden más fundamental.
Se trata de la dificultad para los reacomodamientos tras el abúlico y anestesiado año 2023, que culminó en el frenético y desesperado último bimestre. También tras la inerte pasividad de la burocracia sindical durante el mandato peronista, seguida de esta repentina urticaria ante el cuestionamiento del manejo de las cajas de las obras sociales.
Un «fascismo» invisible
No fue «paro y movilización», sino movilización y paro. Ese fue el orden de importancia que le asignaron los organizadores: privilegiar la primera a sabiendas de que no contaban con capacidad para garantizar el segundo.
La primera impresión es que la jornada del miércoles dejó a todos satisfechos, los de uno y otro bando burgués. Una señal de alarma para quienes no concebimos estar integrados en ninguno de los dos.
Aunque el progresismo haya fantaseado una revolución inminente que derrocaría al fascista Milei (las menciones sistemáticas al helicóptero sólo exponen cuánto confían en la capacidad del lenguaje para modificar, e incluso crear, la realidad), eso no está a la orden del día.
La realidad va por otro lado. La movilización de ayer fue acompañada por la noticia de que el gobernador peronista Osvaldo Jaldo, de Tucumán, logró concesiones en la negociación sobre cargas impositivas al azúcar y los limones. Y se fue del bloque de Unión por la Patria. Tres porotitos más para el gobierno. Extraños votos negociados por un supuesto gobierno fascista en el Congreso, por un presidente que, siendo liberal, propone impuestos que son rechazados por populistas peronistas.
Algo parecido es lo que sucede con el impuesto al salario, ahora llamado «a los ingresos personales», que retoma el impuesto creado por el kirchnerismo, con un esquema mucho más progresivo que el aplicado durante años por los nacionales y populares soldados de Perón. Un impuesto al salario que, durante el gobierno de Alberto, Cristina y Massa, llegó a afectar, en 2020, a 1 de cada 3 trabajadores en relación de dependencia.
Los papeles e intereses reales en las negociaciones no son tan básicos y simplones como piensan quienes se imaginan una batalla en curso contra el fascismo, a veces renombrado como «ultraderecha» pero siempre poseedor de los mismos atributos de cancelación del juego político en sus carriles habituales. La única verdad es la realidad… más satisfactoria.
Una consigna transparente
La consigna que más se escuchaba ayer, inscripta en remeras y banderas, expone el limite insuperable del progresismo en sus aspiraciones y, a la vez, nuestra indispensable tarea de superar ese límite: «La patria no se vende».
Tanta honestidad ayuda mucho. Hasta aquí nos trajeron los dueños de la Argentina, que no es una sociedad basada en lo común sino en la propiedad privada. Que la patria no se venda sólo puede significar una cosa: que siga en manos de los mismos dueños que la detentaron hasta ahora. Dueños que, obviamente, no somos nosotros, los trabajadores.
Tanta honestidad en el reconocimiento de la defensa del capitalismo (pero en su versión vigente hasta el 10 de diciembre) frente a otra versión de la misma sociedad, nos releva del trabajo de demostrarlo.
Una gobernabilidad empobrecedora
La guita, la guita, la guita… La gente que piensa, los trabajadores conscientes, queremos guita. La guita es el talón de Aquiles del gobierno, por eso guita es lo que la burocracia no reclama. Es lo que quisiéramos reclamar. Porque no es un reclamo menor, inmediato y mínimo, sino un reclamo masivo, estratégico y político. Pedir aumento unifica a los trabajadores y golpea el corazón del gobierno. Por eso el peronismo elige limitarse a la ley ómnibus y al DNU. Y abrir (mientras el ingreso obrero y el trabajo se deterioran día a día) infinitas rondas de negociaciones sectoriales, entre los dueños y administradores de la riqueza argentina y el gobierno.
Cuando todos obtengan su tajada, no se habrá vendido la patria a otro dueño. Sólo el movimiento obrero habrá pagado la cuenta, estará solo y habrá contribuido a la unidad de los explotadores. «La patria no se vende» significa que la vida de la clase trabajadora se regala, se abarata, se hipoteca.
¿Cómo garantiza el peronismo la gobernabilidad hoy? Ofreciendo una prórroga con la miseria obrera, dejando que se pierda el principal reclamo de la clase trabajadora detrás del fárrago de demandas sectoriales y mediatas. El cuestionamiento más inmediato, potente, unificador y justo que se puede plantear hoy es aumento de salarios, jubilaciones y toda prestación social. También es el que pone en entredicho todo el andamiaje del gobierno de Milei que se encuentra negociando a quién le da y a quién le quita, sin que el movimiento obrero se presente a hacer su reclamo en el tironeo.
Milei necesita que la inflación se desinfle un poco. Lo necesita para no seguir drenando prestigio y apoyo social (que lo tiene). Lo necesita para intentar que la economía burguesa funcione en términos mediamente normales y permita realizar negocios.
Pero eso no es fácil, porque tiene que realizar muchas concesiones a muchos sectores. Peor aún: obligado a aumentar tarifas sistemáticamente para empatar los valores nominales con los que permiten el funcionamiento de los negocios, el gobierno empuja la inflación y debe atender los otros pagarés del gobierno anterior, como los dólares de los importadores o las letras.
Una empresa atendida por sus propios dueños
Cada sector se presenta a la mesa de negociaciones con un reclamo, una exigencia clara respecto de sus intereses sectoriales, pero el interés común de los trabajadores (ningún despido y aumento de salarios) no aparece sino perdido en el montón.
Ocurre que el movimiento obrero no tiene abogados tan decididos como tiene cada sector burgués. Y la burocracia sindical. Y las burocracias políticas.
«La patria no se vende» pero se regala la vida obrera en beneficio de los actuales e históricos dueños de la Argentina, mientras negocian los detalles del nuevo contrato entre ellos. Mientras Moyano –recién despertado de su letargo cuatrianual– hace confusos aspavientos en la parte de afuera del Congreso, adentro tres diputados peronistas conseguían ventajas para sus patronales y cerraban trato con Milei. Un ejemplo cabal acerca de cómo nos hunde, a los trabajadores, una dirección política burguesa.