Sencillito #21: CORTEMOS CON TANTA DULZURA (Los sentimientos no argumentan. Los consumos, tampoco).

En 1992, León Gieco estrenó «Los salieris de Charly», una canción que exhibe los consumos como elementos que definen la identidad del progre: «Compramos el Página, leemos a Galeano / Cantamos con la Negra, escuchamos Víctor Jara». Esta apelación a los consumos como carta de presentación ideológica no era una excentricidad: la reforma constitucional de 1994 incorporó la figura del «usuario/consumidor» en el artículo 42 de la carta magna, sin dejar claro el estatuto de esa figura novedosa. Tampoco era una excentricidad en el contexto mundial: el colapso del bloque soviético había dejado a la intemperie despiadada del capitalismo los programas y esperanzas socialistas, de manera que los consumos envueltos en ideología progresista se ofrecieron como sustitutos a la acción política por revolucionar las relaciones sociales.

Ayer, en la presentación de listas del Frente de Izquierda Unidad [aquí], la precandidata a presidenta de la nación Myriam Bregman observó que las dos principales coaliciones de la burguesía, el Frente de Todos y Juntos por el Cambio, «No pueden enamorar con sus ideas». Pocas horas antes, Alejandro Bercovich editorializó en su programa de radio con un reclamo parecido: «Nadie que enamore» [aquí]. Estas apelaciones al sentimiento por parte de figuras de izquierda no están disociadas de la apelación a los consumos entendidos como portadores de ideología: «Te falta rock», como si escuchar tal o cual música nos hiciera más o menos de izquierda; «Legalización del cannabis», como si al fumar un porro se inhalara progresismo.

La consigna «Lo personal es político» nació a fines de los años sesenta en el movimiento feminista para sintetizar una denuncia: el sexo, el aborto, las tareas de cuidado, la apariencia exigida a las mujeres (desde la depilación a los tacos, pasando por el maquillaje, la ropa que deje ver «piel», el largo del cabello…), las tareas domésticas y un largo etcétera considerado como exclusivo del ámbito «privado» son, en realidad, hechos socialmente condicionados para instrumentar la opresión patriarcal. Es decir que esos conflictos de índole aparentemente individual o familiar son en realidad problemas políticos que requieren un abordaje colectivo.

Hoy, que lo personal sea político, significa otra cosa: que cada individuo posee una identidad basada en sus sentimientos y consumos personales, que esa identidad debe ser satisfecha en sus demandas narcisistas bajo el imperativo del «respeto por la diversidad» y que todo cuestionamiento de ese proceder no merece más respuesta que el adjetivo «facho», el diagnóstico de alguna «fobia» o el recurso a la «cancelación».

Así, la política «de izquierda» deja de consistir en la organización de mayorías objetivamente existentes (la clase obrera como mayoría del mundo desposeída de medios de producción y de vida; las mujeres como mitad de la humanidad, oprimida y postergada por el patriarcado y el machismo) y se convierte en la coordinación eventual de minorías que yuxtaponen sus identidades en base a sentimientos y consumos.

Un caso ilustrativo es el de la llamada «Comunidad LGTBIQ+», cuyas siglas comprenden lesbianas, gays, trans (que a su vez indistingue tres realidades heterogéneas: transgéneros, transexuales y travestis), bisexuales, intersexuales, queers y un signo «+» (por las dudas). Basta sumar a estas siglas algunas nacionalidades y una notable incoherencia conceptual para obtener el nombre «Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, Bisexuales, Intersexuales y No Binaries», como se llamó el encuentro realizado en la provincia de San Luis durante 2021. Si es posible diferenciar mujeres de lesbianas (¿las lesbianas no son mujeres?) y negar millones de años de evolución biológica con la afirmación «No Binarie» (¿acaso no hay dos sexos?), ¿por qué no yuxtaponer, por ejemplo, las identidades «peronista» y «feminista», aunque la misoginia del autoproclamado «movimiento nacional y popular» vaya desde su origen católico y castrense hasta su presente compromiso con la explotación sexual (regulacionismo) y la banalización reguetonera del Ni Una Menos? ¿Por qué no sería viable atender a las demandas de una comunidad «HGYMVR» (hipsters, gordxs, youtubers, mancos, veganos y runners), a pesar del desafío fonético que nos presenta leer sus siglas de corrido? Todo es posible cuando se confunde la acción política con la defensa de una identidad edificada sobre sentimientos y consumos: cuando las emociones reemplazan a los argumentos, la razón y la realidad dejan de servir como límites a lo que se puede decir fuera de broma o delirio.

Por supuesto que cada declaración de sentimientos puede ser sincera. Cada quien siente, en efecto, tal o cual cosa. Pero que la declaración de sentimientos sea sincera no convierte el contenido de mi sentimiento en una verdad: si me siento Napoleón, perro caniche o brisa estival, mi sentir puede ser real pero eso no prueba su verdad, sino que sufro algún trastorno psicológico. El hecho de sentirme brisa estival no me convierte en brisa estival. Lo único que un sentimiento prueba es la existencia de ese mismo sentimiento.

Sin embargo, cada vez resulta más común utilizar las emociones y sentimientos como fuente de legitimidad de una posición política, como si las emociones fueran valiosas por sí mismas y estuvieran exentas de justificación: «Yo lo siento así. Y punto».

El peronismo tiene un recurso retórico privilegiado para eludir su compromiso histórico con el orden burgués: echar mano de la palabra «gorila» para cerrar todo debate. Pero «gorila» no es una categoría de análisis político o sociológico (no indica más programa que el difuso «anti-peronismo» ni localiza punto alguno en las relaciones sociales de producción). Se trata de la manera en que los peronistas pretenden descalificar a sus adversarios y desentenderse de las críticas. «Esta es mi identidad y no la vas a cambiar», «Respetá mis sentimientos», «No tenés derecho a pedirme explicación por lo que rige mi conducta»… Este sentimentalismo identitario libera de toda responsabilidad ante los propios actos de apoyo a una fuerza política, el peronismo, que defiende los intereses de la clase que nos explota. No casualmente, estas posiciones suelen recibir colaboración de la astrología, como si unos garabatos imaginarios, puestos en el cielo por pescadores del Éufrates hace miles de años, ejercieran influencia sobre nuestro comportamiento.

Además, si «Lo que yo siento es lo que es», entonces cualquier crítica se convierte en una agresión, en un insulto, en una provocación. Y la responsabilidad recae en aquellos a quienes el ofendido señala como causantes de su padecimiento. Se exige entonces «empatía», que consiste en comprender a los ofendidos y condenar a los ofensores. El colmo de estas reacciones se embandera con frases absurdas, como «No te lo puedo explicar, porque no vas a entender», que coloca la propia incapacidad para explicar como si fuera un defecto del entendimiento ajeno.

Pero resulta que las emociones y los sentimientos sí se pueden tasar racionalmente, tanto por su base empírica como por su contenido. Por ejemplo, cuando el 30 de octubre de 1938 Orson Welles emitió por radio La Guerra de los Mundos y miles de estadounidenses entraron en pánico creyendo que una invasión extraterrestre estaba en marcha, el gobierno federal no ordenó a la fuerza aérea combatir platos voladores, sino que comenzó por desmentir la invasión. El miedo colectivo fue real pero su causa empírica no. (Por supuesto, Welles debió responder por la emisión, ya que el sentimiento de la gente pudo haber conducido a tentativas desesperadas, como la fuga o el suicidio.) En cuanto al contenido, las emociones de un nazi o los sentimientos de un pedófilo no merecen respeto, son abominables y hay que repudiarlos. Que sean emociones o sentimientos no los dignifica ni los justifica.

En suma, reconocer que las emociones sean ciertas no significa reconocer que sean indiscutibles, que haya que aceptarlas y satisfacer sus demandas. Los sentimientos no legitiman ningún reclamo ni ningún derecho.

¿Y los consumos?

Este sábado hablaremos de eso extensamente.

NOTA DEL SÁBADO: profundizamos en el apartado «Zonas libres del capitalismo» de nuestro EDITORIAL N°4, AQUÍ.

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