No se le entiende nada
En uno de sus últimos discursos, CFK anunció que había llegado el momento de «la generación diezmada». El resto de los políticos de su espacio se lanzó ávidamente a la tarea oracular para imponerle sentido a las indefiniciones de su jefa. A 20 años de la asunción de Néstor Kirchner, pocos se han tomado la tarea de comparar su famoso discurso de ese día con la embrollada sarasa de su viuda en el presente.
Y no se trata de diferencias entre Néstor y Cristina, sino de lo que se puede decir cuando se hereda una economía reordenada y en crecimiento (luego de un tremendo ajuste y devaluación operados por Duhalde y Remes Lenicov) como sucedió con Kirchner en el 2003, y lo que se puede decir cuando se ha gobernado una economía durante 4 años, en medio de un tremendo desmoronamiento social y sufrimiento de la población. Néstor hablaba de equilibrio fiscal y paz social; Cristina obliga a sus acólitos a leer runas para avizorar un futuro inexplicable.
En estos discursos del presente, nutridos de confusión y falta de respuesta, cada sector toma el fragmento que le parece favorecerlo y lo acomoda. En ese juego, resaltó la mención a «la generación diezmada». Sensibles a la tremenda tarea de los dirigentes kirchneristas –obligados a explicar que sólo son parte de este gobierno en cuanto a percibir ingresos como funcionarios, pero que no lo son en cuanto a hacerse cargo de los resultados de su gestión–, vamos a interpretar también nosotros qué puede ser lo señalado con esa conjunción.
De paseo en New York City
Como cuenta Cristina en su libro Sinceramente, su lugar predilecto de vacaciones junto a su familia era Nueva York (lo repitió en este video, minuto 27:20, agregando que a Néstor le encantaba ir a Disney y que ella y él nada tienen que ver con «los comunistas»; todo con un notable sentido de la oportunidad, durante el acto del 24 de marzo). Y es desde allí, desde la Gran Manzana, que nos llegan otras noticias y otra mirada sobre la sucesión de las generaciones. Porque allí, el año pasado, los principales medios de prensa reprodujeron un suceso que anticipaba el discurso de Cristina acerca del poder, los privilegios y las generaciones. Al fenómeno le llaman «Nepobabies» y la CNN lo describe así:
Uno de los caminos más seguros hacia el éxito en el mundo del espectáculo es ser hijo de una persona famosa y exitosa. A estos hijos se les llama «nepo babies» (nepotismo significa «trato de favor hacia familiares o amigos»), a los que se otorgan cargos o empleos públicos por el mero hecho de serlo, sin tener en cuenta otros méritos. […] Un «nepo baby» es la prueba tangible de que la meritocracia es una mentira. […] A diferencia de los «bootstrappers», que salen adelante por su cuenta, y los «don nadies», con talento natural, los «nepo babies» parten con una ventaja –las conexiones de sus padres–, aunque muchos de ellos afirman más tarde que su parentesco es una carga a la hora de labrarse un nombre propio. [Aquí]
El Washington Post aclara algo más:
Lo que revela la polémica sobre los nepobabys no es que las personas transmitan sus ventajas a sus hijos (lo sabíamos), sino que el resto de nosotros pensamos que eso es injusto. Algunas celebridades han afirmado que, de hecho, es justo, porque lo que transmiten no es una ventaja, es «el negocio familiar». […]Pero en un negocio donde el éxito a menudo depende de avances y golpes de suerte, uno no debe subestimar esa ventaja inicial. […] Para su crédito, Allison Williams (estrella de «M3gan» y «Girls»; hija del presentador de noticias Brian [Williams], no lo subestima. Ella le dijo a la revista New York: «Todo lo que la gente está buscando es un reconocimiento de que no hay igualdad de condiciones. Es simplemente injusto. Punto, final de la historia. Y nadie realmente está trabajando tan duro para que sea justo». [Aquí]
Pero el mismo medio de prensa dirige su mirada un poco más alto:
«Curiosamente, sin embargo, mientras discutimos sobre si las celebridades se han ganado o no su éxito, a nadie parece importarle mucho algunos de los ejemplos más flagrantes de nepotismo en otros ámbitos, […] como el presidente que dirigió su administración como una empresa familiar», refiriéndose a Donald Trump, que en enero de 2017 contrató a su yerno Jared Kushner como asesor principal de la Casa Blanca y, poco después, hizo lo mismo con su hija Ivanka.
La culpa no es del chancho, sino de quien le da de comer
Dos años atrás, el Instituto de Estudios Políticos (un centro de investigación que viene realizando análisis sobre la desigualdad durante más de 20 años y que intenta llamar la atención «sobre los crecientes peligros de la riqueza y el poder concentrados, y abogar por políticas y prácticas para revertir desigualdades extremas en ingresos, riqueza y oportunidades») publicó un reporte bajo el título: «Oligarcas cuchara de plata. Cómo las 50 dinastías de riqueza heredada más grandes de Estados Unidos aceleran la desigualdad». El reporte comienza de este modo:
Las familias dinásticas controlan una asombrosa cantidad de riqueza. En 2020, las 50 dinastías familiares multimillonarias más ricas de EEUU juntas tenían U$D 1,2 billones en activos. En comparación, la mitad inferior de todos los hogares de EE. UU., aproximadamente 65 millones de familias, compartieron una riqueza total combinada de solo el doble de eso, U$D 2,5 billones. La riqueza familiar dinástica creció diez veces más que la de las familias ordinarias. Para el 27% de las familias que estaban tanto en la lista Forbes 400 (en 1983) como en la Forbes Billion-Dollar Dinastyes (en 2020), sus activos combinados han crecido un 1007% ciento en esos 37 años. Este es un aumento de 2 mil millones a 903,2 mil millones en dólares, ajustados por inflación. [Aquí]
En cambio, entre 1989 y 2019, el año más reciente disponible, la riqueza de la familia típica en los EE.UU. aumentó solo un 93% en dólares, ajustados a la inflación.
Los que están en lo más alto están arrasando incluso con sus competidores más cercanos. Las 27 familias en la lista Forbes del año pasado, que estaban en la lista Forbes 400 en 1983, tenían una media de incremento en su patrimonio neto, ajustado por inflación, de 904% durante esos 37 años. Y las cinco familias dinásticas más ricas de los EE.UU. han visto aumentar su riqueza, en promedio, 2.484% de 1983 a 2020.
En 1983, el fundador de Wal-Mart, Sam Walton, y sus hijos poseían solo U$D 2,15 mil millones (o U$D 5,6 mil millones en dólares de 2020). A fines de 2020, los descendientes de Walton poseían un patrimonio neto combinado de más de U$D 247 mil millones, un aumento ajustado a la inflación de 4.320%. La dinastía Mars ha visto aumentar su riqueza un 3.517% en los últimos 37 años, de U$D 2,6 mil millones en 1983 (en dólares de 2020) a U$D 94 mil millones para 2020. La familia Mars también se destaca por la minúscula cantidad de dinero que tienen en fundaciones familiares-U$D 48 millones en 2018—en contraste con las grandes sumas que han gastado en la promoción de políticas públicas para cambiar las leyes tributarias. La magnate de los cosméticos Estée Lauder y sus descendientes han visto crecer su riqueza de solo U$D 1,6 mil millones en 1983 (en dólares de 2020) a U$D 40 mil millones en 2020. Esto es una tasa de crecimiento de 2.465%. Una gran parte de ese crecimiento se produjo en los últimos cinco años: los activos de la familia Lauder han crecido un 119% desde 2015, una tasa promedio de crecimiento del 16,9% cada año.
La riqueza dinástica es persistente y se vuelve cada vez más persistente con el tiempo. De las 50 familias dinásticamente más ricas en la lista Forbes Billion-Dollar Dynasties de 2020, 27 también estaban en la lista Forbes 400 en 1983. De las 20 familias más ricas de la lista en 2020, 13 ya estaban entre las 20 principales en 1983. Solo 4 de las 20 dinastías más ricas son nuevas en la lista desde 1983.
Las familias dinásticas han visto crecer su riqueza significativamente durante la pandemia de COVID-19. Desde el comienzo de la pandemia en marzo de 2020, las 10 principales familias en la lista de dinastías de Forbes han tenido un crecimiento medio en su patrimonio neto del 25%.
Las familias dinásticamente ricas ejercen una gran cantidad de poder político y lo utilizan para promover sus intereses. Algunas familias dinásticas gastan millones cabildeando por impuestos favorables, políticas laborales y comerciales. Varios tienen comités de acción política corporativa que dan millones a candidatos y campañas. Muchos miembros de la familia dan a los candidatos y PAC; varios sirven en juntas asesoras de políticas; y algunos han servido en el gobierno ellos mismos, incluso como gobernadores, miembros del gabinete e incluso vicepresidentes.
Las familias dinásticas ejercen una gran cantidad de poder filantrópico y pueden usarlo para promover su propio interés. Las 50 mayores familias han creado más de 248 fundaciones entre ellas, albergan más de U$D 51 mil millones en activos. Mientras muchos se mueven aportando ingresos a organizaciones benéficas de interés público más amplias, otros financian grupos que trabajan para reducir impuestos sobre los ricos y hacer retroceder las regulaciones que restringen las ganancias corporativas. Hay millones a fondos asesorados por donantes, que pueden financiar la defensa política del dinero negro. Y en algunos casos, los miembros de la familia los han utilizado para compensarse a sí mismos.
Y, al final, concluye impotente:
Durante las últimas cuatro décadas, hemos sido testigos de una corriente ascendente constante de ingresos y riqueza para los más ricos. El 0,1% de las familias más ricas de los EE. UU. están desplegando su “industria de defensa de la riqueza” para secuestrar cientos de miles de millones en riqueza y colocarla en fideicomisos de esas dinastías y otros vehículos más allá del alcance de los impuestos y la responsabilidad.
Si nos mantenemos en nuestra trayectoria actual, los multimillonarios individuales de hoy serán las dinastías super ricas de mañana. Con más de 700 multimillonarios estadounidenses en 2021, frente a los 15 multimillonarios de 1983, esto llevará a mayores concentraciones, riqueza y poder. Dentro de dos décadas, los hijos y hijas de los multimillonarios de hoy ejercerán un poder considerable en nuestra sociedad al dominar nuestra política, cultura, economía y filantropía.
Frente a un reformismo impotente y un cinismo descarado, socialismo
Mientras que la dificultad creciente de movilidad social produce inquietud incluso en sectores de EE.UU., el país más competitivo del mundo, en Argentina, donde esa dificultad es casi absoluta, CFK ni siquiera la menciona. Contrariamente, señala el tema generacional como una clave de interpretación y superación de los problemas argentinos. Inmediatamente, Juan Grabois se anotó. El exalumno de los colegios privados de zona norte es un «super nepo baby», porque tiene un papá («Pajarito» Grabois, histórico dirigente del peronismo, uno de los iniciadores de la Guardia de Hierro) y un Papa (Francisco Bergoglio lo apadrina). También el actual ministro del Interior, Wado de Pedro (según sus propias palabras «cuarta generación de productores agropecuarios», ver aquí), se suma a la convocatoria. Es de esperar que mamá le avise a Máximo (más de $500 millones de patrimonio declarados) que ni su terrible poder de convencimiento y seducción política puede hacer de él un candidato. Estos no son los hijos de una generación diezmada. Son cuarentones que han vivido toda su vida al lado del poder.
El problema no son las generaciones. Sino las clases sociales. La juventud en sí misma no significa absolutamente nada, políticamente hablando. Es una cualidad que se disipa sola e inexorablemente. En cambio, el carácter de clase generalmente se profundiza. En nuestro país –y en el mundo– no hay una generación diezmada, sino una clase social diezmada: la clase trabajadora. Miembros de la misma generación han sido diezmados o han acumulado una impresionante riqueza de acuerdo con la clase social a la que pertenecen. La frase de CFK está inspirada en otra, de su referente en los años 90, Carlos Menem. En 1989 pedía los votos prometiendo gobernar para «los niños ricos que tiene tristeza».
La concentración de la riqueza es una tendencia propia del capitalismo, expulsa a los que estaban e impide el ingreso de los que nunca estuvieron. Cuando este proceso se profundiza, sus expresiones visibles, como los nepobabies, se vuelven más indignantes. La incapacidad de la burguesía argentina para garantizar la vida digna de la población en su territorio es profunda y creciente. Cuando esto sucede, las mismas caras se vuelven objeto de repudio. Pero no por viejos sino por hambreadores.
No se trata de problemas producidos por la sucesión de las generaciones, sino por la perpetuación y profundización, durante generaciones, de la propiedad privada de los medios para reproducir la vida social.