La principal crítica que algunos economistas burgueses le dirigen a otros economistas burgueses (del kirchnerismo y sus gestiones) es que éstos suponen que la economía es absolutamente maleable por las decisiones políticas. Esta manera de pensar, que desconoce o desdeña las fuerzas económicas reales que operan en la sociedad capitalista, produce en la mayoría de los casos efectos indeseables y únicamente funciona cuando las variables económicas están relativamente saneadas para la acumulación, de manera que los retoques distributivos aparecen como costos menores y aceptables dentro de un beneficio general de la clase burguesa. Por ejemplo, cuando la vida económica transcurre como en los primeros 4 años de los gobiernos kirchneristas.
Luego, cuando la frazada se encoje, cada medida que se toma para cubrir y abrigar algo deja otra cosa a la intemperie y el frío. El control de precios, si se lleva adelante con seriedad, vacía las góndolas; el control de cambios, o las retenciones altas, provoca que no se liquiden exportaciones. Y es que al no tener en cuenta la naturaleza y la potencia de las contradicciones de las fuerzas económicas, cada medida tomada traslada los efectos de un lado a otro, agravando situaciones como en una bola de nieve y obteniendo resultados conocidos pero cada vez peores. Que no se pueda comprar porque los precios son altos o porque no hay productos disponibles significa lo mismo para las mujeres y los hombres de la clase obrera. Que la escasez de dólares se deba a que las retenciones son bajas o a que no se liquidan los granos, da lo mismo. Desconociendo las contradicciones, las acciones sólo modifican la forma, sin poder transformar el contenido.
La crítica a esa postura voluntarista e ineficiente de encarar los problemas económicos del país (tan propia del peronismo en general y del kirchnerismo en particular) ha sido resumida por Pablo Gerchunoff y su grupo de la siguiente manera:
Las aspiraciones populares no se limaron nunca, ni después de la caída del peronismo ni después de los años 70, ya con la economía desnortada, sin rumbo. Los salarios reales percibidos como normales por las clases trabajadoras –no los que efectivamente cobraban– quedaron demasiado altos para recuperar exportaciones o saltar a una sustitución de importaciones más innovadora y menos protegida. Lo que siguió fue entonces un conflicto entre las aspiraciones populares y una Argentina productivamente lánguida y poco competitiva. Eso es lo que solemos llamar conflicto distributivo estructural, un concepto en el que la palabra «estructural» denota, probablemente, una excepcionalidad argentina. [Ver aquí.]
Esta crítica se ha vuelto muy difundida y debatida, en la medida en que la innegable restricción externa (es decir, la falta de dólares que impide que el país adquiera los insumos necesarios para su funcionamiento) se ha hecho no sólo innegable sino un tema de conocimiento común, hasta de quienes nada les interesa la economía. Un libro como el de Carlos Pagni, que el propio autor califica como el intento de realizar una «sociología laboral» más que una historia económica, lleva por título la misma palabra que encabeza la nota de Gerchunoff y equipo antes citada: nudo. En este libro esa crítica aparece formulada por lo menos dos veces:
…la raíz del problema está en un desencuentro entre las aspiraciones y las posibilidades económicas de la sociedad (19) …los argentinos no generan los recursos suficientes como para sostener el nivel de vida que pretenden (126).
Aunque se jacten de rigor y seriedad, no es difícil advertir que la postura reflejada en esas citas es tan irreal y forzada como la versión de la economía que sostiene su peronista antítesis burguesa. Por decirlo esquemáticamente: mientras que un sector burgués declara que todas las variables económicas son maleables por la voluntad política, el otro dice que sólo los intereses de la clase trabajadora lo son.
De ahí que aparezcan, en la formulación de estas posiciones burguesas, de un lado, la estructura productiva, que «es» lánguida y poco productiva, las posibilidades económicas de la sociedad o la generación insuficiente de recursos para sostener el nivel de vida. «Recursos», «estructuras», «posibilidades»… como la constante de la ecuación, lo invariable. Lo que hay o no hay. Allí no se mencionan «aspiraciones» o «pretensiones», como si el afán de aumentar las ganancias fuera el motor racional de la realidad, un objetivo despojado de intereses propios de alguna clase social. Del otro lado, en la misma formulación burguesa del problema, aparecen las aspiraciones, los salarios percibidos como normales, o el nivel de vida que se pretende, como si fueran variables dependientes de la subjetividad (irracional, sin anclaje en la realidad) de los actores.
En suma, para esa manera de plantear las contradicciones del sistema capitalista, mientras que el interés de la clase capitalista de mantener su tasa de ganancia y de acumulación es un dato objetivo e invariable de la realidad, el deseo de la clase trabajadora de vivir bien es un dato subjetivo, pretensioso y ajustable.
Por supuesto que la seriedad de este análisis no sólo es superficial sino también falsa. Por su número, por su tamaño, por su funcionamiento, más allá de las decisiones individuales y particulares, los intereses de las clases sociales son objetivos. Ni la burguesía consiente el declive de sus ganancias ni los trabajadores consentimos que sea practicable vivir para la mierda.
También por el número, por el tamaño, la importancia en la producción, los intereses de la clase trabajadora –inmensa mayoría de la población desposeída– son más objetivos que los del muy minoritario grupo de poseedores, a los que se suele esconder, como la mugre, debajo de esa alfombra llamada «los mercados».
La política no puede moldear el funcionamiento de la economía, o sea, de los intereses de las clases sociales. En tiempos normales, esto es, en tiempos reformistas de la sociedad capitalista, en tiempos en que la sociedad más o menos funciona, el conflicto entre la clase explotadora y la clase explotada se amortigua en una paz tensa constantemente renegociada, en la cual burgueses y trabajadores se ven relativamente satisfechos y relativamente frustrados. En cambio, en tiempo de crisis global del funcionamiento del capitalismo, esa contradicción no encuentra su punto de convivencia. Entonces podemos reformular la tesis de los economistas burgueses señalando lo que oculta:
La raíz del problema está en un desencuentro entre las aspiraciones –por parte de la clase trabajadora, de seguir viviendo como vivíamos– y las posibilidades económicas –por parte de la clase burguesa, de mantener las actuales tasas de ganancias y acumulación– de la sociedad (capitalista).
En esta contradicción, quien no toma partido activamente por la mayoría explotada, se suma al poder de la minoría poseedora que sólo necesita de abstención y descreimiento en las fuerzas de la clase trabajadora para que su polo de la contradicción se siga imponiendo.
Es necesario definirse en el conflicto entre estas dos fuerzas objetivas de la sociedad capitalista.
Imagen principal: Almuerzo en el campo (1882), de Daniel Ridgway Knight.