Este año se publicaron dos libros escritos por analistas y protagonistas políticos muy importantes de la Argentina: Conocer a Perón (Destierro y regreso), de Juan Manuel Abal Medina, y El Nudo (Por qué el conurbano bonaerense modela la política argentina), de Carlos Pagni. Este año es, también, uno en el que todo indica que el peronismo sufrirá el peor resultado electoral de su historia, logrando –con todo el aparato del Estado a su favor– obtener peores respuestas en las urnas que cuando estaba proscripto y sólo podía reclamar el voto en blanco. Por eso quizá no sea casual que en ambos libros se destaque que dos de los hechos fundamentales de la historia de la erupción de la clase obrera en la vida política argentina han tenido al peronismo ausente.
Abal Medina, quien fue delegado personal de Perón en el quiebre de las décadas del 60 y 70, reseña una entrevista con el General, como gusta llamarlo, en la que éste:
…señaló el Cordobazo como un momento crítico para el peronismo, porque por primera vez la protesta popular se daba al margen del movimiento y sin una participación masiva de dirigentes y militantes propios. Según su información, que era coincidente con la que yo contaba, lo mismo podría decirse de las derivaciones en otras provincias. Es decir, para principios de 1970, el peronismo había quedado en una posición difícil, con el protagonismo opositor en otras manos y con las filas propias, especialmente las sindicales, divididas y desorganizadas. (p. 101)
Pagni, al relatar la historia del movimiento piquetero y del descontento que culminó en la caída de De La Rúa –y que abortó el proyecto de Duhalde medio año más tarde– señala su escalada en La Matanza:
Fue el bautismo de fuego de la Federación de Tierra y Vivienda, liderada por Luis D’Elía que por entonces era concejal de La Matanza por el Frente País Solidario (FREPASO). D’Elía estaba integrado a la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) liderada por Víctor De Gennaro. Ambos eran una expresión de la disidencia que se había abierto en la Alianza con la salida de Carlos «Chacho» Álvarez y el deterioro económico asociado al drama recesivo. El otro actor importante en el terreno era Juan Carlos Alderete, de la Corriente Clasista y Combativa, una expresión obrera del Partido Comunista Revolucionario. Hay que destacar una característica significativa de estos dirigentes que se encarga de consignar Torre en el trabajo citado: todos poseían un arraigo territorial previo y experiencia en el manejo de conflictos. Ellos politizaron y dieron forma a un movimiento que se ha había ido formando entre los propios desocupados. Este brote del conflicto, que fue la cuna del que estalló más tarde, no tuvo un origen peronista. Iba también contra el gobierno de la provincia. Hundía sus raíces en el sindicalismo estatal, de corte anti menemista, asociado desde finales de los años 90 al Frente Grande. (p. 186)
Estos breves señalamientos son solamente extractos de lo que constituye una cuestión medular en ambos libros: la efervescencia revolucionaria de los 70 y la incandescencia piquetera de los 2000 surgieron por fuera del peronismo. Es necesario recordar, porque nunca faltan incautos vocacionales, que el peronismo se llamaba «menemismo» en los 90 y que, de ese lado del mostrador, se encontraban todos los personajes relevantes de los posteriores gobiernos peronistas, como Néstor Kirchner, Eduardo Duhalde, Daniel Scioli, Cristina Fernández…
Lejos de una conciencia peronista inalterable expresada por la clase trabajadora en Argentina, comienza a aparecer, en libros de amplia circulación, el mapa de las verdaderas fronteras entre la lucha contra el orden burgués y la defensa del orden burgués. En estos libros siempre queda la lucha del lado opuesto al peronismo, mientras el peronismo queda siempre a cargo del restablecimiento del orden.
La tarea del peronismo no es la de expresar la conciencia de la clase trabajadora, sino la de reencauzar la independencia de la clase trabajadora, desviarla y cooptarla al servicio del Estado de los capitalistas. Esto lo realiza con los medios financieros del Estado, cuando es posible, y también con el recurso sistemático a la violencia como gran catalizador del orden. Con la Triple A y la Masacre del Puente Pueyrredón como ejemplos, podemos rastrear la filiación directa del peronismo realmente existente en las decisiones posteriores de las administraciones peronistas, que aseguraron tanto la impunidad a los crímenes de la banda del ministro de Cámpora y Perón, como la persistencia de los perpetradores de Avellaneda en las listas de candidatos y funcionarios, hasta el día de hoy.
Esto expone que la clase trabajadora –y, sobre todo, sus sectores más radicalizados, combativos y concientes–, no han sido peronistas durante los últimos 70 años, sino que han sido atrapados por el peronismo, precisamente por haber confundido el papel de esta fuerza política burguesa.
Se completaría así la idea expresada por Juan Carlos Torre (autor de otro libro de estos tiempos: Diario de una temporada en el quinto piso), que sitúa en el origen del peronismo otro traspasamiento: de la llamada «vieja Guardia sindical» al partido peronista, en su libro La vieja Guardia sindical y Perón (Sobre los orígenes del peronismo): «de la reconstrucción realizada hasta aquí emerge claramente la distorsión histórica en la que incurrirán los que supriman el papel de la vieja Guardia sindical en los orígenes del peronismo». El reconocimiento de esa existencia previa nos lleva a finales de 1946:
El Presidente había dejado entrever inequívocamente su deseo de que el secretario de la central obrera fuera reemplazado y, por primera vez, la CGT iba a hacerse eco de una iniciativa política generada fuera de las filas del movimiento obrero. La actitud frente al golpe de junio de 1943, las vacilaciones iniciales, las controversias y las rupturas que estallaron al entrar en contacto con los militares del GOU, el acercamiento al coronel Perón y la decisión de postularlo como candidato, la creación del Partido Laborista, la renovación de la dirección secretista en el pasado mes de noviembre eran todos los hitos del camino recorrido por la vieja guardia sindical: reflejaban sus opciones políticas e ideológicas. A partir de aquí la conducción de la central obrera responderá menos a su núcleo dirigente y más a las demandas provenientes del gobierno. […] la central sindical que resolvía la separación de su secretario general era ya, sin embargo, un organismo sin personalidad política propia. El 8 de febrero vuelve a reunirse y designa a la nueva dirección, compuesta en su casi totalidad por dirigentes con una escasa trayectoria sindical. (pp. 290-3)
Desde hace más de medio siglo el movimiento obrero se encuentra atrapado en una querella sobre el peronismo: ¿es esta corriente la creadora del movimiento obrero moderno, inspiradora de todos sus avances y, fundamentalmente, la conductora de sus grandes luchas? ¿O es un aparato surgido de la propia entraña del Estado burgués que, con concesiones en los buenos tiempos y represión en todos los momentos, tiene por tarea garantizar el orden del capitalismo argentino?
Ahora que la inminente catástrofe electoral parece volverlo inservible, en el corto plazo, para su tarea histórica de contener las luchas obreras, es el momento de reavivar este debate para que la clase obrera nunca más vuelva a hipotecar sus luchas, sus tremendas y heroicas luchas, bajo la conducción de sus enemigos de clase.