Quienes somos socialistas y hemos vivido la disputa con el peronismo por la conciencia de nuestras compañeras y compañeros, cultivamos durante años un repudio –casi instintivo– a los saludos conmemorativos para esta fecha que desean que tengamos un «feliz día del trabajador». Y no pocas veces, por no decir siempre, nos sentimos obligados a declarar que no se trata de una fiesta para el intercambio de augurios venturosos, sino de una fecha para recordar la historia de las luchas pasadas, y preparar las batallas y las victorias futuras, de la clase social a la que pertenecemos: la clase trabajadora.
Esto tiene una causa y una explicación en nuestra propia historia como clase. En la ardua tarea que se propuso el peronismo para desarticular la conciencia de la clase trabajadora, la apropiación y mutación del Día internacional de los trabajadores en la «Fiesta del Trabajo» no fue un episodio menor. La estatización de la CGT y de los sindicatos en la década del 45/55 incluía la realización, para ese día de 1948, un acto de exaltación de la conciliación entre las clases, de la armonía entre explotadores y explotados, con Juan Domingo Perón como orador principal.
Frente a ese ritual celebratorio del poder burgués fue (y sigue siendo) necesario remarcar, al punto de constituirlo en un mantra, que un día de lucha no es un día festivo. Un rechazo necesario a la «fiesta del trabajo» del enemigo de los trabajadores.
Sin embargo, esos actos fueron modificando su fisonomía a lo largo del tiempo, como correlato del hundimiento de la propia nación burguesa. El 1° de mayo de 1974, más recordado por la crisis económica y social que por la fiesta y las felicitaciones, es el acto de la retirada de Montoneros. En el del año siguiente, la cadencia aguda de Isabel no logró silenciar los preparativos del Golpe que el gobierno no se ocupa en impedir, porque viene a realizar a escala industrial lo que la Triple A ya realizaba de manera artesanal.

Cuando regresó al poder con Menem, el peronismo se fue alejando de cualquier intento de organizar «fiestas del trabajo». La razón es obvia: las políticas implementadas desde 1989 en adelante expulsaron trabajadores del aparato productivo y dislocaron la representación de la clase trabajadora en fracciones diferenciadas y sin expectativas de unidad en relación con el creciente número de trabajadores precarios, negreados o sin trabajo, por un lado, y el decreciente universo de trabajadores registrados, bajo convenio, por el otro. Sobre la representación separada de las distintas fracciones de la clase trabajadora se ha sostenido gran parte de la política burguesa de los últimos 35 años. Unir esas fracciones en una gran convocatoria unitaria no era buena idea en los breves momentos de estabilidad de todo ese período.
Y es una idea peligrosísima en momentos de ajuste. Por eso, desde hace años, no hay disputa por el 1° de mayo con el peronismo. ¿Cómo podría convocar a la clase obrera un gobierno como el que conducen Alberto, Cristina y Sergio, que nos está hambreando más y más cada minuto?
¿Y la derecha?
La utilización de tantas palabras para denunciar al peronismo (una corriente política que hoy se encuentra en bancarrota y camino a una derrota de proporciones inéditas en su historia) nos lleva inevitablemente a la pregunta por las demás corrientes burguesas, ésas a las que el peronismo en los últimos 18 años ha instado denominar «la derecha». El mero hecho de repetir esa denominación es una claudicación política al pensamiento y a la ideología burguesa: cualquier fuerza política que defienda el capitalismo, es decir, que defienda la explotación, es nuestra enemiga de clase.
Si insistimos con dirigir nuestras críticas al peronismo es porque, si bien las demás corrientes burguesas pueden ganar elecciones e inclusive, hoy, Milei suma porcentajes de votos importantes, ninguna de estas corrientes consigue encaramarse como conducción de las organizaciones que nuclean a las trabajadoras y trabajadores: centrales sindicales, confederaciones nacionales, gremios importantes en número de afiliados y capacidad de movilización, movimientos sociales, etc. Estas organizaciones, en su aplastante mayoría conducidas por el peronismo, son las que pueden contener, impedir y aun reprimir las expresiones de descontento y la lucha de la clase trabajadora (ocupada y desocupada).
El jueves pasado hubo otro acto. Un acto que exhibió un nuevo peldaño en la espiral decadente de Cristina Fernández, quien pasó de colmar las anchas avenidas de la Buenos Aires monumentalista a ubicar ordenadamente huestes leales en las más fotogénicas gradas de algún estadio de fútbol para, como ocurrió este jueves, animársele a un teatro lírico como el Argentino de La Plata, tal vez anticipando que sus próximos encuentros podrán realizarse en un quincho de Tigre o en una terraza de Palermo. Ese acto del jueves coincidió con la detención de un alto jerarca policial bonaerense, subordinado de Sergio Berni, parte del Gobierno de Axel Kicillof, hijo dilecto del armado electoral de Cristina en 2019. Los asistentes al acto, los que lo siguieron expectantes, a ellos, a los responsables políticos de desapariciones en el conurbano bonaerense, no les pusieron carteles con los nombres de los desaparecidos ni les reclamaron nada. Tampoco los muros de FB y los perfiles de Twitter que exponían el nombre de Santiago Maldonado reclaman ahora por Lucas Escalante, de la misma manera que antes silenciaron el nombre de Facundo Astudillo Castro. En esta fácil comparación, en este sencillo contraste, que evidencia la capacidad que tiene el peronismo para impedir, está cifrada nuestra necesidad de disputar contra esa fuerza política, sin tregua, sin descanso.
La burguesía no es sólo un organismo internacional de crédito
Volvamos entonces a dos malentendidos que nos encandilan. El 1° de mayo es el día de una clase que lucha contra otra. Es posible disolver este sentido disolviendo las clases. El 1° de mayo es el día en que, si no nos es posible exponer la unidad de las luchas contra el capital, al menos podemos exponer la aspiración a esta unidad. La izquierda tradicional se niega a hacerlo y, con esa negación, contribuye a la confusión.
Un día de la semana pasada el gobierno compró 35 millones de dólares a la burguesía agraria a $300 y le vendió 85 millones de dólares a la burguesía industrial a $220. Es decir, el gobierno peronista paga caros los dólares a la burguesía agraria argentina y se los vende a precio de regalo a la burguesía industrial argentina, financiando la diferencia con el empobrecimiento creciente de la clase trabajadora, fundamentalmente mediante la inflación. El motivo por el que conmemoramos el 1° de mayo está expuesto en esa jugada de los explotadores en Argentina.
Y esto sucede aun cuando no se trate de una medida agradable para los financistas extranjeros, ya que preferirían que esos dólares obtenidos fueran a parar a sus bolsillos. ¿Y entonces por qué lo permiten? En primer lugar, porque el Estado argentino es conducido por la burguesía argentina y sus intereses son primarios frente a los intentos de condicionamiento de los actores extranjeros. En segundo lugar, porque la burguesía sí tiene conciencia de clase y esto significa considerar la preservación de las condiciones de acumulación como un objetivo común. Lejos de los términos metafóricos y de barricada, el interés de la burguesía no radica en el «robo» o el «saqueo», sino en la explotación. Su interés no radica en acumular por fuera de la ley, dado que tiene organizada la sociedad con leyes, cuyo sentido último es preservar y estimular la acumulación privada.

Por eso, los que deben quedar por fuera de la convocatoria del Día Internacional de los Trabajadores, los que no deben ser invitados ni deben participar de la conmemoración de esta fecha son los patrones. Todos los patrones. No sólo un pequeño grupo dedicado a las finanzas internacionales. Convocar a un Primero de Mayo «contra el FMI» y no contra todos los capitalistas es regresar a los Primero de Mayo que el peronismo organizaba a finales del 40, sólo que cambiando a Spruille Braden por Kristalina Georgieva.
El socialismo busca acercarnos a la felicidad
El segundo malentendido es políticamente menos notorio pero no deja de tener relevancia: no debemos permitir que nos adjudiquen el rechazo a la felicidad. Si queremos sostener las tradiciones, hay que recordar que el 1° de mayo nació para que vivamos mejor. ¿Por qué rechazar el deseo de felicidad, si esa debe ser nuestra aspiración? La felicidad no se opone al socialismo. La ausencia de felicidad es la razón por la cual luchamos por el socialismo.
Apenas cuatro meses más después de haber ganado la Copa en Qatar, el presidente Alberto Fernández anunció que no puede ni siquiera presentarse a una reelección, reconociendo así que su gestión es más impresentable que la de Mauricio Macri. Suponer que las felicidades anecdóticas y las satisfacciones ocasionales (todas las deportivas lo son) pueden sostener la buena consideración de gestiones que arruinan la vida cotidiana de los trabajadores carece de sustento empírico. De manera opuesta, la gigantesca expresión de alegría en los festejos por el Mundial fue una prueba contundente de la excepcionalidad de lo disfrutable en un país y un sistema que nos propone pasarla mal cada día, peor cada semana, a la espera de catástrofes cada mes. Los admiradores extranjeros del buen juego y del extraordinario logro de la Selección no se cansaban de destacar, junto a la justicia del resultado, que era bueno para un pueblo «que está sufriendo tanto».
No nos ocupan las felicidades eventuales ni las particulares. Bienvenidas sean, aunque se encuentren, cada vez más, amenazadas. Nos preocupa y nos ocupa que la sociedad de clases tiende sin pausa hacia la ausencia de bienestar; nos preocupa y nos ocupa detener esa decadencia. Y como este hundimiento es causado por un sistema, sólo se puede detener la degradación cambiando el sistema que la genera. Para eso es necesario precisar el papel de la burguesía. Y precisar las posibilidades de la clase trabajadora para transformar este mundo, si actúa de manera concertada. Hoy, en tiempos de extremo particularismo con autopercepciones alocadas, podemos arriesgar que decir «feliz día del trabajador», lejos de expresar una voluntad de eludir la lucha, expresa un incipiente sentimiento de comunidad. Un «nosotros» deseado y, en parte, presente. Una forma frágil de esa conciencia de clase que tanto necesitamos.
Un país que necesita la felicidad y una clase que puede lograrla
No tenemos que permanecer atados a la tradición en un sentido mítico, como el recuerdo de un origen ya perdido e irrecuperable. Tampoco librar batallas en territorios que se han diluido con el tiempo. La fiesta peronista ya no es un problema. Contrariamente, el deseo de felicidad, hasta en su nivel más elemental, se choca con nuestra realidad cotidiana. Desear la felicidad es disruptivo. Es lo que nos quitan. Es lo que no puede ofrecer el sistema capitalista. Veamos algo de lo que sucedió esta semana:
* La liberación de dos perejiles que el peronismo metió en cana 21 días, como chivos expiatorios del asesinato de un compañero colectivero. Eso es todo lo que puede hacer el gobierno ante los asesinatos de laburantes: meter en cana a otros laburantes para escarmentar las protestas.
* Se derrumba un edificio en Floresta, que no es un edificio sino una Babel de obreras y obreros hacinados que desnuda cómo viven y trabajan muchas familias.
* El presidente renuncia a la reelección y se va en helicóptero a ver las plantas de marihuana de Mex Urtizberea.
* Ratas muerden a escolares de colegios secundarios en la ciudad más rica del país.
* El 84% de los alumnos de todo el país no termina el secundario en tiempo y forma.
* Se firman las paritarias de la sanidad privada y las enfermeras son más pobres que antes de enfrentar la pandemia, en la primera línea, durante dos años.
* Y la inflación arriba del 100%…
* Y la pobreza acercándose al 50%…
En este país, que se hunde y se degrada, nos proponemos recuperar la idea de la felicidad. La idea del bienestar común como motor de la lucha, en la misma medida en que tenemos que renunciar al enaltecimiento del sacrificio. Sabiendo que el verdadero heroísmo es el que pretende no ser heroico.
Por todo esto, desear un «feliz día» es evocar nuestra voluntad de vivir mejor. Voluntad cuyo principal obstáculo se encuentra tan desprestigiado hoy, que ha renunciado a ocupar la calle. Voluntad que es el motor, no el obstáculo, de la lucha y el socialismo.