DYSPHORIC (2021). Un documental contra el delirio transgenerista

Este documental expone un problema que no se limita a discursos de «corrección política» e imposición irracional de que es posible cambiar de sexo. Están metiéndoles bloqueadores de la pubertad a niñas y niños [Ver artículo al respecto], bloqueadores que se utilizan, por ejemplo, para castrar químicamente a los condenados por agresión sexual. Están mutilando a mujeres adolescentes: histerectomía y doble masectomía. Están ahuecando la entrepierna de varones castrados e insertándoles segmentos de intestino para lubricar un simulacro de vagina (colovaginoplastia) [Ver testimonios al respecto]. Están drogando con hormonas a jóvenes que así se vuelven dependientes de la industria farmacéutica. Y están abandonando a su suerte, de manera sistemática, al creciente número de personas en proceso de detransición.

De todo eso habla el documental.

No negamos el sufrimiento que alguien puede sentir como discordancia o incomodidad con el cuerpo. Decimos que una posición materialista debe indagar cuáles son las causas sociales de ese sufrimiento. Porque todo lo que nos pasa «por dentro», tanto las emociones y los sentimientos como las ideas y los razonamientos, no vienen de «adentro», no estaban allí desde que nacimos esperando un despertar. Todo lo que nos pasa «por dentro» viene de «afuera», del tipo de sociedad en que crecemos, nos educamos y formamos como seres humanos.

No somos algo distinto del cuerpo que somos. La idea de que «mi cuerpo es mío» supone que existe un «Yo» intangible, separable del cuerpo de carne y hueso. Pero no. «Mi cuerpo soy yo», en todo caso. Yo soy este cuerpo. Y este cuerpo no es una prisión del alma o de un cerebro cuyo sexo no se corresponde con el del cuerpo. El alma no existe. No hay cerebros rosas y cerebros azules. Nadie nace en un cuerpo equivocado.

Somos cuerpos sexuados, herencia de una cadena evolutiva de millones de años. El sexo es un dato objetivo de la biología que indica qué función cumplimos (potencialmente) en la reproducciónde de la especie humana: fecundar o gestar. Ni más ni menos.

No se puede cambiar de sexo. En su libro Nadie nace en un cuerpo equivocado [Descargar], J. Errasti y M. Pérez Álvarez escriben:

Las cifras de variantes intersexuales van del 1,7 por ciento al 0,018 por ciento. De acuerdo con un criterio laxo, que define a una persona intersexual como cualquier «individuo que se desvía del ideal platónico de dimorfismo absoluto cromosómico, gonadal, genital y hormonal», habría un 1,7 por ciento de nacidos que se desvían del ideal de varón o mujer. Esta cifra se ha asumido a partir de los datos que se encuentran en el libro de Anne Fausto-Sterling Cuerpos sexuados, del año 2000, y que se mantienen en su segunda edición de 2020.

Fausto-Sterling ya había proclamado en 1993, de forma provocativa, como reconocería después, la existencia de cinco sexos: además del masculino y femenino, la autora propuso «hermes» —hermafroditas, gente nacida con un testículo y un ovario—, «merms» —varones pseudohermafroditas, que han nacido con testículos y algunos rasgos de genitalidad femenina— y «ferms» —mujeres pseudohermafroditas, que tienen ovarios combinados con algunos aspectos de genitalidad masculina —. «A decir verdad —añade—, iré más lejos en mi argumentación: diré que el sexo es un continuo vasto e infinitamente maleable que desafía los límites de incluso cinco categorías.» La cifra de 1,7 por ciento deriva de una serie de condiciones cuyas cifras ofrece la propia autora:

• Hiperplasia adrenocortical congénita tardía: 1,5 por ciento.

• Síndrome de Klinefelter: 0,0922 por ciento.

• No XX o no XY (salvo síndrome de Turner y Klinefelter): 0,0639 por ciento.

• Síndrome de Turner: 0,0369 por ciento.

• Hiperplasia adrenocortical congénita clásica: 0,00779 por ciento.

• Síndrome de insensibilidad a los andrógenos: 0,0076 por ciento.

• Hermafroditas verdaderos: 0,0012 por ciento.

• Idiopáticos: 0,0009 por ciento.

• Síndrome de insensibilidad parcial a los andrógenos: 0,00076 por ciento.

El principal problema de esta lista, de acuerdo con Leonard Sax, es que las cinco condiciones más comunes citadas no se consideran intersexuales, sino que pivotan sobre uno u otro de los sexos, de manera que, restadas, la cifra de Fausto-Sterling sería en realidad cien veces menor, del 0,018 por ciento, dos de cada diez mil nacidos. El 99,98 por ciento de los nacidos serían de uno u otro sexo, por lo que un exiguo 0,018 por ciento quedarían sin poder ser ubicados claramente. Sin embargo, la cuestión no está tanto en las cifras como en lo que significan, esto es, si realmente hay un continuo y un tercer sexo o incluso más. Por lo pronto, las cifras significan que la inmensa mayoría —del orden del 98,3 por ciento al 99,98 por ciento— tiene un sexo masculino o femenino. Por otra parte, las categorías intersexuales son discretas, no continuas ni fluidas. […]

Las personas intersexuales no están «entre» el sexo masculino y el femenino, y la etiqueta «intersexual» comete el mismo error que en su día cometió la arcaica etiqueta de «hermafrodita»: no estamos ante personas que sean a la vez Hermes y Afrodita, ni ante personas que estén en medio de Hermes y Afrodita. Una mujer que presente el síndrome de Turner no es un 90 por ciento mujer y un 10 por ciento varón. Es tan mujer como cualquier otra. Un varón que presente el síndrome de Klinefelter no es un 90 por ciento varón y un 10 por ciento mujer. Es tan varón como cualquier otro. Lo que determina el sexo de un individuo es la función que cumple en la reproducción sexual anisogámica, es decir, el tipo de gameto que aporta a la reproducción. Intersexual es un término que puede dar lugar a equívocos, porque no existen los intergametos, células que estén a medio camino entre los espermatozoides y los óvulos. No hay situaciones intermedias entre fecundar y gestar. En rigor, la intersexualidad sólo tiene de «inter» el nombre. […]

El sistema reproductor humano no presenta una mayor casuística de variantes que el sistema locomotor o el circulatorio. Nadie negará que la especie humana es bípeda o que el corazón humano tiene cuatro cavidades. La existencia de estos casos llamados «intersexuales» no niega la realidad de que el sexo es funcionalmente binario.

«Funcionalmente binario», el sexo no indica cómo debemos vestir, quién nos debe gustar, qué debemos conocer e investigar, a qué debemos jugar ni cómo debemos hablar o gesticular.

Es el género el que reglamenta la indumentaria, el peinado, los colores, la expresión, los afectos, el saber, la palabra, los gestos. Pues el género es el conjunto de roles y estereotipos culturales que organizan la subordinación de las mujeres a los hombres y la limitación de las potencialidades de los hombres. Por eso hay que abolirlo. Para emancipar a las mujeres de la subordinación y para liberar a los varones de la limitación.

En su libro Yo nena, yo princesa. Luana, la niña que eligió su propio nombre, Gabriela Mansilla (madre de Luana) escribe:

Noté que eras muy sensible, llorabas por cualquier cosa y tu hermanito no. Papá se enojaba y no quería jugar con vos porque en lugar de reírte te ponías a llorar, no te gustaba jugar a lo bruto.

Recuerdo una tarde que les puse música para bailar, yo tenía puesta una pollera y te quedaste mirándome hasta que fuiste a mi placard y trajiste una pollera mía para ponerte. Te la puse, pensé que era un juego, todos los nenes se disfrazan para jugar, pero vos no, te pusiste la pollera y no te la quisiste sacar nunca más…

Como no tenías mi permiso ni mi ropa a mano para ponerte, comenzaste a ponerte cualquier cos que simulara un vestido. Repasadores, toallas, la funda de la almohada, jugabas con tu imaginación, una fibra de color rosa era una princesa, me decías. Elegiste tu cepillito de dientes de color lila, jugabas y dormías con él.

Mientras tu hermanito con autitos y trenes, vos solo aceptabas un peluche.

Te encontraba con la funda de la almohada puesta en tu falda y te preguntaba:

-Estás jugando como una nena?

Todos tus dibujitos eran de color rosa y solo dibujabas princesa y nenas.

Esa es la típica experiencia llamada «trans»: un niño adopta los estereotipos asociados al género femenino (usar pollera, elegir el color lila y el rosa, jugar con peluches en lugar de autitos y trenes, dibujar princesas…) y se concluye entonces que se trata de una niña encerrada en un cuerpo de niño. No se toma a ese niño como a alguien que pone en cuestión los estereotipos de género (¿por qué los varones usan pantalones y las mujeres usan polleras?), no se lo toma como a un «disidente» con respecto al género, sino que se lo toma como a una niña nacida en el cuerpo equivocado: si se comporta como la sociedad (patriarcal) considera que debe comportarse una niña, entonces es una niña.

Esa irracional manera de conocer la realidad está siendo implementada como «marco teórico» en las instituciones escolares de los países donde las «leyes trans» han sido aprobadas. En el libro La coeducación secuestrada. Crítica feminista a la penetración de las ideas transgeneristas en la educación, las autoras escriben:

Ramón y Montse fueron convocados por la escuela de sus hijos gemelos a una reunión cuando estos cursaba P5. Las maestras les informaron de que uno de los niños probablemente era una niña trans. Les preguntaron si en casa también le gustaba «hacer cosas de niña», como disfrazarse con zapatos y ropa de su madre, escoger colores de «niña» para vestirse o jugar preferentemente con niñas.

Por su parte, el Relevamiento de infancias y adolescencias trans 2020 señala que las primeras manifestaciones sostenidas en el tiempo que dan cuenta que la identidad autorpercibida es diferente al «género asignado al nacer» son: vestimenta (32%), juegos y juguetes (37%), lo dijo verbalmente y nombre propio (9%), cabello (7%), colores y elección de personajes animados (6%). Otra vez, cuestiones vinculadas a los estereotipos de género.

Ciertamente, existe una posición reaccionaria que defiende el determinismo biológico y pretende adecuar el género al sexo, es decir, adecuar el estereotipo cultural al dato biológico: «si nació hombre, debe comportarse así; si nació mujer, debe comportarse asá». No menos cierto es que también existe una posición bienintencionada, aparentemente progresista, que pretende adecuar el sexo al género, es decir, adecuar la materialidad a la autopercepción: «si se comporta así, entonces es hombre; si se comparta asá, entonces es mujer».

Ni una cosa ni la otra. Hay sólo dos sexos (hombre y mujer) y la relevancia de este dato objetivo, que no depende de ninguna vivencia interna, se limita al ámbito de la reproducción.

Por supuesto, el dato biológico del sexo es ineludible para la medicina. Citamos nuevamente a Errasti y M. Pérez Álvarez:

La fecundación y la gestación no son los extremos de un continuo de funciones. […] Un ejemplo destacado de estos problemas ocurre en el ámbito de la medicina. Un revelador y exhaustivo artículo publicado por The Lancet en 2020 expone la gran dificultad de encontrar un área de la medicina en la que la distinción varón/mujer no sea relevante. La variable «sexo» ha de ser tenida en cuenta en epidemiología, patofisiología, manifestaciones clínicas, curso de las enfermedades y respuesta a los tratamientos.

Igualmente ineludible resulta el dato del sexo en el ámbito de la competencia deportiva. Establecer «masculino», «femenino» y «no binario» como categorías deportivas combina el sexo (inmutable) con la identidad de género (fluida y difícil de definir). No son categorías que estén situadas en el mismo nivel conceptual. La categoría «no binaria» introduce algo que es totalmente irrelevante en el deporte, la creencia, como categoría deportiva.

En todos los países donde se está permitiendo la inclusión de varones autodeterminados como mujeres en las competiciones deportivas femeninas se está arrebatando podios y medallas a las mujeres deportistas, menospreciando así su esfuerzo y su dedicación, que son sacrificados en aras de utilizar el deporte femenino para validar «identidades» y privilegiar competitivamente a cualquiera que se autoidentifique como mujer. […]

Las organizaciones de mujeres ya hemos documentado científicamente que las ventajas competitivas de los nacidos varones no desaparecen ni siquiera tras años de hormonación, dada su mayor densidad ósea, mayor capacidad pulmonar, mayor masa muscular, mayor tamaño y altura promedio. Esta tabla sobre las marcas de adolescentes y campeonas ilustra bien las diferencias. (“Juego limpio para las mujeres”, la campaña contra la presencia de varones en el deporte femenino de competición)

Una cosa es el sexo y otra cosa es el género. Y una tercera cosa es la orientación sexual, el gusto erótico sin fines reproductivos por compartir tiempo y espacio con otro ser humano. Te puede gustar alguna persona de tu mismo sexo, te puede gustar alguna persona del otro sexo, te pueden gustar algunas personas de ambos sexos. Esto no debería tener nada de extraño. Reclamamos el derecho a la indiferencia con respecto a si somos homosexuales, heterosexuales o bisexuales. Para hacer y discutir política no es relevante con quién cogemos.

La teoría queer se empeña en defender lo subjetivo y lo sexual como identidad disociada de cuerpo y base de derechos. Sus postulados no hacen otra cosa que basarse en una supuesta transgresión individual y narcisista, consagrando la individualidad, la elección y los deseos como principios, envueltos además, como lucha por los derechos humanos. Detengamos el delirio individualista, liberal y divisionista del transgenerismo. Esta corriente anticientífica le está cagando la vida a miles de personas, además de amenazar los derechos conquistados de la mitad de la humanidad (las mujeres), mientras colma las arcas de la burguesía (la industria quirúgico-farmacológica) y fragmenta en fragmentos cada vez más fragmentarios a la clase obrera en todo el mundo.

El documental, dirigido por Vaishnavi Sundar, está en cuatro episodios de unos 40 minutos de duración. Se pueden activar los subtítulos. Y se puede complementar esta lectura con este otro artículo.

Feminismo y socialismo.

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