Las infancias trans no existen. Les están poniendo a los niños y a las niñas etiquetas que no les corresponden.
Cruz Torrijos García.
Hace algunos días circuló en los medios la noticia «Santa Fe tiene día municipal de las Niñeces Trans» en la que se informa que, a partir de una ordenanza del presente año, se establece el último sábado del mes de agosto como el Día Municipal de las niñas, niños y niñes trans y no binaries. Dicha normativa, tiene como precedente una de similares características aprobada en la municipalidad de Rosario. En esa ciudad el día que se establece para la «celebración» es el 28 de abril.
Nada nuevo por aquí pensarán los/as lectores. Desde hace varios años, tanto en nuestro país como a nivel mundial, venimos presenciando, la promoción que se hace, a través de las redes sociales, medios de comunicación e instituciones oficiales, de las llamadas «infancias trans». Nada más ni nada menos que menores no conformes con los estereotipos de género, pero que ven amenazado peligrosamente, por parte de adultos, su sano desarrollo y salud, principalmente aquellos/as con vulnerabilidades preexistentes como trastornos del espectro autista, depresión, bullying, abusos físicos y/o sexuales, violencia, etc.
¿Por qué hablar de «infancias trans»?
A través de la ideología de la «identidad de género» [1] vuelven a la agenda feminista viejas ideas asociadas a que existen gustos, actitudes, preferencias, etc., femeninas y masculinas, y que si éstas son opuestas al sexo, indicarían que se nació «en el cuerpo equivocado» y se es «trans».
La tesis del transgenerismo sobre la «infancia trans» defiende que ser trans es una identidad innata, reprimida por la sociedad, que debe ser rápidamente afirmada en todos los niveles, desde lo social y lo legal, a lo farmacológico y quirúrgico, para evitar la prolongación innecesaria del sufrimiento.[2] La evidencia científica muestra que:
el género no es innato, sino un aprendizaje social que comienza a notarse a los 2 años y a cristalizar a los 5. Es elástico (varía en el tiempo) y plástico (moldeable socialmente). Los signos de disforia de género en niños/as [3] se basan más en comportamientos atípicos de género que en su creencia de ser del sexo opuesto, y profesionales alertan de la influencia del entorno en estas verbalizaciones, de cómo no pueden tomarse por lo literal debido a la poca madurez de los menores, así como del requerimiento de realizar evaluaciones especializadas. [4]
En el libro La coeducación secuestrada. Crítica feminista a la penetración de las ideas transgeneristas en la educación (2022), las autoras explican:
La disforia de género en la infancia se trata de un fenómeno complejo sobre el que aún existe un gran desconocimiento y múltiples controversias a nivel clínico. Y es evidente que no se puede confundir la disforia de género con las dudas de niñas y niños acerca de si son hombres o mujeres, que se suelen dar en el primer estadio de la etapa infantil, puesto que a estas edades carecen de la capacidad y experiencia necesarias para comprender las diferencias que implica la categorización sexual y abordan la realidad desde referentes externos estereotipados. En la disforia infantil, las expresiones de una autopercepción alterada y de malestar con el propio cuerpo deben situarse siempre en el marco de la construcción de la identidad en relación con su entorno familiar, relaciones afectivas e influencias socioculturales. [2]
En este sentido, queda claro que es la función de los/las adultos/as en el comienzo de la vida la que genera las condiciones para la subjetividad de los niños y niñas. No hay posibilidades de subjetivación si no es a partir de los procesos intersubjetivos vinculados a la crianza, que implican de manera articulada la función materna y la función paterna, independientemente de que esas funciones pueden ser cumplidas con independencia de los géneros y de la existencia del lazo biológico.
Como sostiene la psicóloga Katie Alcock (2019) [5], a los 8 años, los niños y las niñas piensan que cuando la apariencia cambia, todo cambia (incluido el sexo); es decir, las cosas son lo que parecen ser en cada momento. En este sentido, aunque conozcan ya las diferencias genitales, siguen considerando que el aspecto es lo que constituye a los hombres y a las mujeres. Esto significa que la percepción de las categorías sexuales en niños y niñas está en función del aspecto físico diferenciado que observan en hombres y mujeres (pelo, cara y ropa). Por lo tanto, se vuelve imprescindible considerar las peculiaridades de las etapas evolutivas por las que atraviesan los menores si nos referimos al libre desarrollo de la personalidad en la infancia, entendiendo por personalidad el conjunto de rasgos y características que configuran la manera de ser de los niños y las niñas, y no solo las relacionadas con su orientación o identidad sexual (algo que hacen los postulados de la ideología transgenerista).
Los estudios llevados a cabo desde la psicogenética y confirmados por otras corrientes de la psicología evolutiva desde Piaget demuestran que solo a partir de los 7 años y, de manera progresiva, gracias a la mayor maduración de su cerebro, los niños y las niñas empiezan a desarrollar el pensamiento concreto que les permite darse cuenta de que la realidad de las cosas no depende de su apariencia y de que el sexo es una categoría constante en los seres humanos. Además, no será hasta el final del periodo adolescente y comienzo de la edad adulta cuando se produzca el desarrollo del pensamiento formal y podrán plantearse situaciones hipotéticas que les permitan valorar las consecuencias de sus actos en un futuro. [2]
Diversos estudios científicos dan cuenta de que el cerebro infantil y adolescente recién madura plenamente a los 20 años promedio. Sin embargo, este dato se contrapone con las acciones que, desde la ideología transgénero, se proponen e imponen para atender a los casos, cada vez más numerosos, en los que niños y niñas manifiestan sentir una disconformidad con su cuerpo. La salida o solución suele ser siempre la misma: la terapia afirmativa y la medicalización de los cuerpos, con múltiples efectos adversos graves e irreversibles que ni siquiera se advierten o dan a conocer y cuyas consecuencias obviamente niños y niñas no pueden comprender.
Atribuir madurez y estabilidad como transexual a una persona menor de edad para que autorice actos sobre su cuerpo que tendrán repercusión en su salud el resto de su vida debería ser considerado, cuando menos, abuso infantil. La madurez cognitiva para tomar decisiones semejantes contradice los principios científicos establecidos por la psicología evolutiva y confirmados por todos los estudios experimentales al respecto. La etapa de infancia media de los 6 a 11 años se caracteriza por una engañosa sensatez que no debe hacernos olvidar que ni su cerebro ni su experiencia son los adecuados para responsabilizarse de sí mismos, y muchos menos, de los actos que personas adultas lleven a cabo sobre ellos basándose en un consentimiento viciado. [2]
A la luz de lo expuesto hasta aquí, reafirmamos el carácter abusivo e insidioso de la ideología trans reflejada en datos locales que brinda un informe de la Asociación Civil Infancias Libres (promotora de la «identidad de género»). Sobre entrevistas que realizaron a adultos responsables de 200 niños y niñas diagnosticados como «niñeces trans», las estadísticas etarias indican que:
Entre los 1 y 4 años es el rango etario principal (42%) donde les niñes comienzan a manifestar su disconformidad con el género asignado al nacer. También, en segundo lugar el rango etario más común es entre los 5 y 8 años de edad (36%). Ambos rangos, suman un 78% dando un rango más amplio entre 1 y 8 años, donde se producen las primeras manifestaciones sobre la disconformidad con el género asignado al nacer” [6].
Considerando que los/ niños/as no están en condiciones de comprender las implicancias de la denominación de infancias trans, hablamos de significaciones que provienen de los adultos, imprimiéndoles etiquetas que (en muchos casos) producen pacientes expuestos a tratamientos farmacológicos e intervenciones médicas con secuelas de por vida y cuyas investigaciones no pueden garantizar su inocuidad ni reversión.
La creadora de la citada Asociación es Gabriela Mansilla, autora del libro Yo nena, yo princesa, historia tan promocionada y difundida localmente que se ha convertido en película y obra de teatro. Son innumerables los pasajes del libro en los cuales se evidencia que aquel «descubrimiento» acerca de la identidad de género sentida de su hijo se basó en una reafirmación de los estereotipos de género. Luego de relatar que tuvo un embarazo múltiple (dos mellizos, varones), escribe:
«dos varones, papá ya tenía planeado el futuro de los dos»; «nos pasábamos horas hablando de cuando fueran grandes, eligieran sus novias, fueran juntos a estudiar a una escuela técnica»; «entre los dos pintamos su habituación de color celeste, obvio, y verde»; «mis dos hombrecitos, mis nenes, mis dos amores»; «noté que eras muy sensible, llorabas por cualquier cosa y tu hermanito no»; «no te gustaba jugar a lo bruto»; «llorabas mucho para que te pusiera las películas de princesas»; «fuiste a mi placard y trajiste una pollera mía para ponerte. Te la puse pensé que era un juego […] pero vos no, te pusiste la pollera y no te la quisiste sacar más»; «pasabas mucho tiempo revolviendo mi placard hasta encontrar una remera […] las puse en el estante más alto para que no las agarraras más»; «mientras tu hermanito jugaba con autitos y trenes, vos solo aceptabas un peluche»; «tenías sólo un año y medio»; «tenías ya veinte meses y comenzaste a hablar, entonces me pudiste decir “yo nena, yo princesa”. Ya no era un juego ni con lo que jugabas, sino lo que decías ser»; «un nene que se sentía nena y se vestía como nena»; «elegiste tu cepillito de dientes de color lila»; «empezaste a mentir, a disimular: te encontraba con la funda de la almohada puesta en tu falda y te preguntaba: ¿estás jugando como una nena?, “no, mamá, estoy bailando, yo soy un nene”.»
Los extractos que acercamos del libro, expresan la asociación indisoluble que la interpretación de los adultos a cargo de la crianza de «Luana» forjaron (incluso desde antes del nacimiento) entre el sexo biológico y los estereotipos sexistas socialmente establecidos: si aquel bebé se interesaba por juegos o vestimenta genéricamente estipulada para las mujeres, entonces aquello lo convertía en una beba. Distinto hubiera sido habilitar el espacio lúdico, la vestimenta, etc, sin significarla genéricamente, y (fundamentalmente) sin que los adultos la conviertan en un borramiento del sexo material, real, biológico.
La terapia afirmativa
Una de las preocupaciones en torno a las llamadas «infancias trans», tiene que ver con el proceso de medicalización al que son expuestos los menores a partir de las terapias de afirmación a las que son sometidos, casi de forma inequívoca. Así, comienzan este proceso con la toma de bloqueadores de la pubertad (medicamentos que inhiben el desarrollo natural de muchos de los sistemas y órganos corporales, incluidos los caracteres secundarios, misma droga a la que son sometidos en algunos países los con condenados por violacion), la hormonización cruzada (forma de adecuar el cuerpo a la «identidad y género autopercibidos», desarrollando rasgos femeninos o masculinos según se desee y suprimiendo los del sexo «asignado» al nacer) y la posterior mutilación de sus cuerpos (doble mastectomía, castración).
Frente a las psicoterapias analíticas y exploratorias (modelo biopsicosocial) y en contra de ellas, se postulan los bloqueadores de la pubertad, que son medicamentos que inhiben el desarrollo natural de muchos de los sistemas y órganos corporales, incluidos los caracteres sexuales secundarios, y cuyos efectos últimos son todavía desconocidos. Hay pediatras y psiquiatras infantiles que en sus consultas y en los medios de comunicación minimizan sus riesgos y los recetan con el recurrente argumento de facilitar la espera hasta determinar si se trata o no de auténticos niños o niñas trans, generalmente acompañado de otra falsedad, la insistencia en que se trata de tratamientos totalmente reversibles. Pero sabemos que estos fármacos afectan al sistema cognitivo: memoria, concentración y razonamiento, alteran el sistema emocional, disminuye la densidad ósea, producen pérdida de masa muscular, dan lugar a infertilidad, paralizan el crecimiento del pene y dan lugar a hipertrofia vaginal severa. [2]
Esta situación ha llegado a consecuencias tan alarmantes, que varios países «pioneros» en el reconocimientos de las «infancias trans» están comenzando la retirada con respecto a las leyes que habilitan todas las prácticas médicas irreversibles (y con efectos aún inciertos), en cientos de niños y niñas:
El gobierno noruego no es el único que, tras ser pionero en esto, da marcha atrás y desaconseja el cambio de sexo en niños y adolescentes. Sigue así a Suecia, Finlandia, Reino Unido y varios estados norteamericanos, que van de la disuasión a la prohibición lisa y llana. [7]
Esto nos da la pauta de la gravedad exponencial que nos atraviesa localmente, ya que nuestra Ley de Identidad de Género [8] es tan permisiva como lo era la de Noruega hasta ahora.
La ley de identidad de género en Argentina
En nuestro país, la inhibición del desarrollo puberal y la hormonización deben ser garantizadas por todo el sistema de salud (sector estatal, privado y obras sociales) con una cobertura del 100% de acuerdo a lo que establece el artículo 11 de la Ley 26.743. Las personas de 16 años o más pueden otorgar su consentimiento informado de manera autónoma para acceder a las prácticas que se vinculan con el cuidado del propio cuerpo, como ser modificaciones corporales. Adolescentes entre 13 y 16 años pueden brindar su consentimiento en forma autónoma, a menos que se trate de prácticas que puedan implicar un riesgo grave para su salud o su vida. Únicamente para estas situaciones será necesario, además de su consentimiento, el asentimiento de al menos una persona adulta referente.[9] El asentimiento puede ser brindado por progenitores, representantes legales, personas que ejerzan formal o informalmente roles de cuidado, personas «allegadas» o «referentes afectivos». En el caso de niños/niñas y adolescentes menores de 13 años podrán brindar su consentimiento a dichas prácticas con el asentimiento de al menos una persona adulta referente.
Tomando en consideración lo desarrollado hasta el momento, nos acercamos a algunas conclusiones parciales (ya que la problemática solicita ser abordada próximamente por múltiples aristas más, que la componen). Nos preguntamos, junto a las autoras del citado libro La coeducación secuestrada…:
¿Dónde se enmarca entonces la llamada infancia trans? La infancia trans es una categoría que pertenece al ámbito de las creencias, al servicio de una ideología, es decir, no existe más allá de la percepción subjetiva; lo que sí existe son niñas y niños con actitudes, gustos, personalidades y formas de expresión que no encajan con los comportamientos asociados a su sexo en un contexto cultural concreto. Lo trans es un concepto acuñado por adultos desde el que interpretan y etiquetan las conductas infantiles según los estereotipos sexuales del orden patriarcal. Es decir, convierten los comportamientos y preferencias de niñas y niños en indicadores que revelarían su identidad de género, siguiendo el constructo social que reduce ser hombres y mujeres a estereotipos sexistas. [2]
Para finalizar, y como abolicionistas del género como construcción social que nos oprime a las mujeres, nos posicionamos y señalamos que es fundamental para el cuidado de la salud tanto física como emocional de las infancias, lograr un adecuado asesoramiento y una terapia psicológica que ayude a las niñas y niños a sentirse cómodos/as con sus cuerpos, como así también, explicarles que no hay conductas de chicas o chicos como la sociedad impone. En los casos en que este acompañamiento integral sucede, suele haber una desistencia espontánea y una superación del malestar con los propios cuerpos. [10]
Recomendamos complementar esta lectura con la de esta nota.
Feminismo y socialismo.
Referencias:
[1] La «identidad de género» es considerada el «sexo psicosocial» que se antepone jurídicamente al sexo biológico. Se trata de un concepto subjetivo, puesto que es algo que sólo algunas personas dicen poseer. El concepto «identidad de género», se aparta de la noción feminista del género (la feminidad y la masculinidad), pues este no se considera el conjunto de mandatos que constriñen la personalidad y las oportunidades de las mujeres, sino que se considera la verdadera identidad de las personas, de modo que los estereotipos de género son considerados la esencia natural de los individuos o, en su caso, la expresión afirmativa de su personalidad. (https://contraelborradodelasmujeres.org/glosario/)
[2] Silvia Carrasco Pons (comp.) 2022. La coeducación secuestrada. Crítica feminista a la penetración de las ideas transgeneristas en la educación.
[3] La disforia es un término médico que significa literalmente «lo contrario a la euforia». La conocida como «disforia de género» hace realmente alusión a la disconformidad de una persona con su sexo biológico. Cuando esto ocurre se siente muy inconforme y afligida acerca del sexo con el cual nació. (https://contraelborradodelasmujeres.org/glosario/)
[4] Infancia. ¿Estamos fallando a nuestros menores?
[5] Niñas y niños pequeños, realidad, sexo y género
[6] Asociación Civil Infancias Libres Infancias
[7] Idea para candidatos: reformar la Ley Trans, como ha hecho Noruega para proteger a los menores
[8] La Ley de Identidad de género en Argentina se sanciona en 2012. Tiene como objetivo principal promover el derecho a la identidad de género, aspirando a garantizar que todas las personas puedan rectificar su DNI acorde a la identidad autopercibida. Es la primera en el mundo en la que no se exige a la persona ningún diagnóstico ni orden judicial para la libre expresión de su identidad de género, a ser tratada de acuerdo a ella, al libre desarrollo de su persona y, en particular, a ser identificada de ese modo en los instrumentos que acreditan su identidad.
[9] Cuando el consentimiento del adolescente o niñe requiera del asentimiento de una persona adulta responsable y esta figura no exista, o hubiera conflicto de intereses entre ambas partes, éste debe resolverse desde el equipo de salud, teniendo en cuenta el interés superior del niñe, siempre sobre la base del criterio médico respecto a las consecuencias de la realización o no de la práctica y desde una mirada integral de la salud. (https://bancos.salud.gob.ar/sites/default/files/2021-06/2021-06-24-recomendaciones-para-la-atencion-integral-de-la-salud-de-nineces-adolescencias-ttnb.pdf)
[10] Según un estudio, la disforia suele remitir a medida que se produce el desarrollo emocional y la maduración psíquica y corporal. La resolución espontánea al llegar a la adolescencia es del 87,7% y dentro de este grupo, el 63,3% se declaran homosexuales. (https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/33854450/).
Ojalá este tipo de notas llegaran a más familias, docentes, médicos, psicólogos porque desde hace bastante se vive en Transargentina