UNA LARGA TRAVESÍA EN EL DESIERTO (Síntesis de dos años cumplidos)

0. Nuestro punto de partida fue que las frustraciones personales eran una anécdota a superar. Nuestro gran problema es la situación de la humanidad. Nadie tiene que abandonar la causa socialista por un traspié en la biografía militante.

1. Nos definimos como trabajadores socialistas. Trabajadores, porque es el atributo que nos incluye, objetivamente, en la mayoría de la humanidad excluida del control de los medios de producción y, por lo tanto, de la sociedad. Socialistas, porque el único camino para resolver el cúmulo de problemas que describiremos a continuación es el cambio del organizador social: de la competencia entre productores privados a la planificación racional de la producción, de valorizar el valor al bienestar del conjunto social.

2. Hacemos política de cara a las mayorías, que en todo el planeta son dos: los trabajadores y las mujeres. Es decir, los seres humanos obligados a vender su fuerza de trabajo para poder vivir y las hembras de la especie (la mitad de la humanidad). Obviamente, esas mayorías se solapan: la mayoría de las mujeres pertenece a la clase trabajadora. Pero reconocemos que la agenda feminista, cuyo sujeto político son las mujeres, contiene demandas específicas, algunas de las cuales son irreductibles a la ley del valor y, en cambio, se entienden recurriendo al concepto de patriarcado. Nuestro feminismo es científico, democrático y abolicionista. Abolicionista del género, del sistema prostituyente y de la explotación reproductiva.

Rechazamos la asignación a uno de los dos sexos con que la evolución dota a las especies superiores, de tareas y funciones degradadas, menores o subordinadas, y la adscripción a esta subordinación de una serie de imaginarios y conductas correspondientes. La diferencia sexual es biológica, materialmente innegable y se limita a la función reproductiva: un sexo fecunda, el otro gesta. El sexo no tiene nada que ver con una esencia, un sentimiento, una vivencia íntima o una identidad. El sexo se define por su función en la reproducción de la especie, no a partir de las opiniones o los padecimientos de los individuos. Tampoco se define por la apariencia de los rasgos anatómicos.

La negación del sexo biológico humano ha provocado efectos tan nocivos que desbordan muchas de las peores fantasías machistas y patriarcales. Se ha pasado de afirmar que un varón no debe maquillarse ni usar vestidos a afirmar que un varón que se maquilla y usa vestidos es una mujer. Se ha pasado de afirmar que a una mujer deben gustarle los hombres a afirmar que una lesbiana es un hombre. Se trata de un delirio colectivo que no se queda en la literatura sino que produce un daño irreversible en los cuerpos: bloqueadores de la pubertad, hormonización cruzada, dobles masectomías, faloplastias, histerectomías, colonvaginoplastias… convirtiendo a menudo personas sanas en pacientes crónicos fármacodependientes.

El cambio de sexo es imposible. El sexo queda establecido en el momento de la fecundación y todas las células del cuerpo, que son decenas de billones, portan esa información genética hasta la tumba. Lo que las corrientes que niegan el sexo biológico promueven es un cambio de apariencia para adecuarla a un íntimo sentir tan inverificable como el alma de las especulaciones religiosas premodernas. Se trata de una concepción extremadamente individualista y superficial del sexo, que pretende negar la evolución biológica mediante implantes, amputaciones, pelucas y maquillaje, reforzando los estereotipos sexuales más retrógados como si fuera algo progresivo para los trabajadores.

3. En tanto sistema que favorece a una minoría (la de los poseedores de medios de producción), el capitalismo crea en las masas trabajadoras otros graves problemas. Los referidos al trabajo y el salario son los más inmediatos y candentes. Empeora también nuestra salud y educación. Imposibilita tener vivienda y seguridad. Se apropia de y degrada los lazos humanos, comunitarios, la vida cultural. No sólo produce la pobreza «dineraria» que mide la burguesía, sino otros empobrecimientos, menos sentidos en lo inmediato, pero corrosivos y destructores a mediano y largo plazo.

Estos problemas que sufrimos los trabajadores no son –en lo fundamental– efecto de planes malvados, decisiones erradas o actitudes corruptas. La sociedad es una organización de seres vivos (humanos) para la reproducción de su propia vida. No un contubernio de algunos miembros para dominar a otros o una maquinaria opresora de conciencias libres. La existencia de explotación, opresión, felicidad… es secundaria en relación a aquel propósito fundamental.

4. Consumir es necesario para vivir. No es nuestra tarea determinar si algunos tipos de consumo son más progresivos que otros por su significado, su origen, algún rasgo de los trabajadores implicados, el tamaño o nacionalidad de los burgueses que se benefician, en fin, todo eso carece de importancia para nuestra causa. Nuestra tarea es cambiar el modo en que se produce lo que consumimos; criticar (teórica y prácticamente) en virtud de qué objetivos se organiza la producción y la vida alrededor de esa organización.

5. El arte y la cultura no son fuerzas que modelan la conciencia y la sensibilidad sino un componente «histórico y moral» (Marx) de la reproducción de fuerza de trabajo. Es decir, el arte y la cultura permiten que los seres humanos sigamos produciendo valor para el capital: satisfacen necesidades lúdicas, hedónicas, atencionales, emotivas. Y en tanto compone la fuerza de trabajo, se degrada con ella. Por eso la cultura y el arte no pueden cambiar el mundo.

En realidad es el mundo (capitalista) el que cambia, degrada y aplasta al arte y a la cultura, ya que éstos se despliegan bajo la propia lógica del capital: economía industrial de escala, mercados ampliados, mercancías abaratadas en su costo unitario. No son subyugadores (o emancipadores) ideológicos de la conciencia proletaria. La inclusión en la conciencia de los modos mercantiles se concreta por la insidiosa e intersticial vida cotidiana con sus infinitos actos insignificantes. A esto no hay manera de combatirlo (no se puede vivir por fuera del capitalismo) ni de cuestionarlo (poco importa lo que se piense, hay que realizar compras y ventas para vivir).

¿Entonces no hay nada que hacer? Hay mucho para hacer (y pensar), porque existen las crisis. Volveremos sobre esto.

La cultura no promueve lo nuevo, representa (vuelve a presentar, bajo otra forma) lo existente. Si no hiciera esto, no habría público. Por eso decimos que la cultura es conservadora. Además, es imposible que el arte y la cultura prosperen sin educación, que es su insumo y condición indispensable. La obra de arte es incapaz de educar porque el objeto no puede explicarse por sí mismo. Para atender a una obra (literaria, cinematográfica, pictórica, musical, arquitectónica, etc.), para darle inteligibilidad, emocionarnos ante ella, disfrutarla, criticarla, construir una interpretación, hace falta una educación necesariamente previa a la contemplación de la obra. El arte satisface lo que ya conocemos, lo que ya vivimos, las necesidades que hemos logrado engendrar y desarrollar en nuestros cuerpos. Por eso decimos que el arte no educa.

6. La educación se degrada en la medida en que se vuelve innecesario, para el sistema capitalista, dotar a grandes masas de trabajadores con ciertos atributos productivos sofisticados, pues las tareas que realizarán son elementales y porque buena parte de esas masas van camino a incrementar la población sobrante para el capital. Por eso el problema educativo no es un problema jurídico interno al capitalismo (gestión privada o pública) ni mucho menos un problema del método pedagógico en el aula (como supone la querella alfabetizadora entre la «ciencia de la lectura» y el constructivismo). Decimos que se trata de la deriva propia de un sistema que ya no necesita educar a las masas: un tipo específico de degradación de las facultades cognitivas, emocionales y sociales conquistadas por la humanidad a lo largo de millones de años, en la que las redes y plataformas, la innovación tecnológica y los contenidos anticientíficos marcan el paso.

Además, educarse es lento, caro y requiere esfuerzo. Después de procesos educativos exigentes, las necesidades humanas se refinan, se complejizan y se hacen más duraderas. Satisfacerlas en masa se vuelve oneroso para el capital y desacelera la dinámica de acumulación. No nos quieren brutos para someternos, nos dejan permanecer brutos para abaratarnos. Y sin educación, la vida común es menos satisfactoria.

No obstante, hoy, todavía muchos trabajadores –aunque en una proporción minoritaria y decreciente– adquieren una alta y exigente educación porque el capital los necesita. Son los que trabajan en imaginar, crear y producir el mundo en el que los demás (la enorme mayoría) nos ensamblamos y consumimos. Esos, los trabajadores inteligentes, todavía poseen una compleja formación y viven en un mundo más variado, más rico, más profundo y complejo que el mundo mayoritario. Pero viven aterrados. Luchan para no ser expulsados de esa vida, para no caer arrumbados con los que ya casi no saben hacer nada interesante, que son la mayoría de la humanidad.

Esa lucha desesperada por no perder las satisfacciones obtenidas puede ser el prolegómeno de otra: la que una a estos trabajadores minoritarios con los demás trabajadores, suplantando la ambición de evitar la caída por la voluntad de una elevación colectiva.

7. El mayor constructor de conciencia es la vida cotidiana. En los actos mínimos que realizamos desde que nacemos, desde que nos despertamos cada día, como compradores y vendedores de mercancías. Esto no requiere escuela ni medios de comunicación: lo hacemos aunque no lo sepamos. Esta es la universidad de la calle.

Hay tres cuestiones contemporáneas, muy presentes e insidiosas en la vida cotidiana, para tener en cuenta los efectos del despliegue del capital: redes, esquemas piramidales e IA. Las redes sociales son artefactos tecnológicos para el comercio y la realización de plusvalor. A ellas nos integramos bajo modos mercantiles: disponibilidad y eventualidad. Se trata de un paso más en la sustitución de lazos humanos por su mediación en el mecanismo mercantil. Así como se incorporan territorios (China), así como una empresa devora a otra (Disney a Fox y Marvel), así también el capital avanza sobre lazos sociales (la amistad y el amor mediados por aplicaciones). Ante la crisis del Estado de bienestar meritocrático (carrera administrativa, carrera docente, sistema universitario) y su apropiación por arribistas para la construcción política (nepotismo, ñoquis, corrupción), se impuso un sistema de selección social más cruel: el esquema piramidal. Se visibiliza como un «todos podemos» pero funciona como un «casi nadie llega». No sólo en el Estado: organismos piramidales proliferan en el espectáculo deportivo y el sistema prostituyente, entre los soldaditos del narcotráfico y los «creadores de contenido» para YouTube. Por su parte, la IA, aun siendo tan novedosamente impactante en la vida cotidiana (porque disponemos de ella en el celular) no lo es en su estructura: se trata de una innovación tecnológica que aumenta la productividad expulsando mano de obra. En el capitalismo, funcionará como una fuerza ciega capaz de destruir nuestro mundo. Claro que la IA del siglo XXI no es la única amenaza global: también el combustible fósil del siglo XIX o la tecnología nuclear del siglo XX lo siguen siendo.

8. Hay otra pobreza que indagamos: la sinergia de la complejidad de la vida humana está en peligro. Lo que cada uno ama hacer está en peligro. Y no puede auto salvarse. Las redes suplantan la costosa y contradictoria amistad por el barato, accesible, voluble e intercambiable «contacto». El traspaso del saber a la máquina industrial (la «subsunción real») se efectúa constantemente en nuevos espacios de la vida humana que permanecían al margen.

A los trabajadores del arte, de la cultura, de la salud, de la educación, del deporte, a todos los que hacen algo que valoran porque está preñado de sentido, les decimos que eso que saben hacer y que aman hacer está en peligro. Y que ninguna salvación vendrá de esa actividad particular. Hacer buenas películas no salvará al cine, jugar bien al fútbol no salvará al deporte, dar clases magistrales no salvará a la educación, diseñar puentes perfectos no salvará a la ingeniería. Eso, que el sistema va frustrando, no puede auto sostenerse, no puede resolver sus condicionamientos y no tiene, en el capitalismo, otro destino que la degradación creciente en extensión y profundidad.

9. Ese movimiento perpetuo y cada vez más acelerado se debe a que un sistema de productores privados en competencia es extremadamente dinámico, pero no en cualquier dirección: polariza a la sociedad entre la riqueza concentrada y la pobreza masiva, pues en toda competencia hay ganadores y perdedores. Esto lleva inevitablemente a la desigualdad. La concentración circunscribe a unos pocos capitales y cada vez menos trabajadores lo que antes se realizaba con muchos y una productividad menor. Esto fracciona a la clase trabajadora, expulsa mano de obra, provoca migraciones, encarece las viviendas, engendra guetos y racismo, exaspera a los que viven apenas un poco mejor. Así, cada aspecto del funcionamiento del capital es un vector de mal vivir.

Semejante fraccionamiento de la clase social a la que pertenecemos nos señala una tarea crucial: la unidad de los proletarios. La lucha sin cuartel contra los particularismos es hoy una tarea de primer orden, en contraposición con la fragmentación y el fraccionamiento de la clase trabajadora. La burguesía ha desplegado un arsenal de recursos ideológicos y políticos que pretenden colocarla en igualdad de condiciones con sus explotados. Se trata de la exaltación de las minorías. Exaltación que muda una comunidad social articulada alrededor de la producción y extracción de plusvalor a la clase trabajadora, en una sociedad plagada de minorías incapaces de proponer –desde su particularidad– una forma social superadora de esa exacción de plusvalor. Así, la burguesía se planta en pie de igualdad con otras minorías, muchas de las cuales reniegan –por acción u omisión– de su carácter de clase anteponiendo un rasgo secundario en la jerarquía de los ordenadores sociales.

10. Una sociedad se cuestiona a sí misma cuando no cumple su objetivo fundamental: reproducir la vida en las condiciones acostumbradas. Esto no depende de las ideas del Bien o de la Justicia sino de lo que se suele hacer y, repentinamente, ya no se puede. Su nombre es crisis y convoca a la agudización de la lucha de clases, hace tambalear en la conciencia las ideas acostumbradas que se vuelven inservibles y abre la oportunidad para otro mundo. ¿De dónde vienen las crisis?

Las crisis se producen a causa del mismo mecanismo que realiza algunos de los efectos progresivos del capitalismo: la competencia. De ella surgen tanto la dinámica creadora de maravillas como la sobreproducción y su posterior destrucción de riqueza. Todos los burgueses que individualmente compiten se niegan a auto descalificarse, aun sabiendo que sólo algunos subirán al podio. Entonces producen en exceso y los capitales más pequeños y más débiles desaparecen. El nuevo ciclo comenzará apoyado sobre niveles de concentración y productividad más altos, en una espiral indetenible. Hasta que una crisis la detiene.

En esa detención económica pueden ocurrir crisis políticas, rupturas y levantamientos. Con tiempo suficiente, el conservadurismo natural de las especies vivas se impone y toda crisis, todo malestar puede ser finalmente aceptado. Una crisis no es un estado sino un corte, una disrupción. Por eso dejarlas pasar resulta tan desmoralizante. Sin embargo, la superación de una crisis no resuelve las causas que la engendraron: la competencia y la sobreproducción.

La competencia estimula la innovación porque mantiene los intercambios vigentes alrededor de valores medios sociales (se innova para lograr vender por debajo de esos valores y triunfar en la competencia), lo cual garantiza, en términos generales, no pagar de más. De ahí que los monopolios sean rechazados por el común de las personas y, también, por los propios burgueses, que temen que uno de los suyos les haga pagar de más (como ocurre parcialmente con el fenómeno de la renta agraria). De ahí que, en contra del sentido común progresista, los burgueses prefieran el sistema democrático burgués: la posibilidad de que las distintas fracciones burguesas tengan una cámara de resonancia y decisión para sus intereses contrapuestos. De ahí que únicamente en momentos de crisis muy, muy agudas, la burguesía acepte perder su capacidad de intervención democrática delegando el poder a formas de gobierno autoritarias.

El Estado burgués ya es antidemocrático para la clase trabajadora en muchos aspectos. La burguesía no necesita ni busca sacrificar los aspectos de la democracia burguesa que le sirven a la expresión de sus intereses privados y particulares. Somos, por eso, muy cuidadosos a la hora de agitar un cambio de régimen («fascismo», «dictadura») que nos llevaría a pactos defensivos con sectores de la burguesía cuando un escenario semejante no se ve inminente.

11. El Estado que existe es de los burgueses, no es nuestro. Es ajeno a los trabajadores tanto en sus aspectos represivos como sanitarios, educativos y productivos, ya que se ocupa de lo que es muy caro para los burgueses individuales o de lo que complica la obtención de ganancias: la salud pública es la salud de los pobres para liberar el gran negocio de la industria sanitaria de ese peso muerto; la educación pública acompaña, con su caída en la calidad, la caída productiva del país (así como más de un siglo atrás acompañaba su ascenso: la educación no sirve para revertir los procesos, los remacha); las empresas públicas se ocupan de lo que no funciona rentablemente, repartiendo los costos; o de lo que es demasiado caro, socializando la inversión inicial (la NASA realizó las pruebas hasta obtener cohetes tripulados, SpaceX ahora puede usufructuar ese conocimiento). En todos los casos su norte es la acumulación privada y, en momentos expansivos, eventualmente, algo puede tocarnos a los trabajadores.

El Estado burgués es inaccesible si cumplimos con sus propias reglas. Por tres razones. En la decadencia del país, el Estado es un espacio clientelar, ajeno y corrupto. Presenta, además, mecanismos complejos de control y contrapeso, renovaciones parciales y cargos vitalicios: está hecho para conservar, no para cambiar. Finalmente, la dimensión del aparato implica un arribo a sus sillones de mando y gestión custodiado por campañas electorales cuyos costos resultan inaccesibles para los explotados.

Defendemos los sistemas racionales y universales de selección y movilidad social, esos que han sido manoseados y utilizados en propio provecho por los políticos burgueses. Nuestra defensa implica varias instancias: la calidad de la educación primaria y secundaria en primer lugar; los concursos y carreras administrativas en la administración pública y, en último lugar, el sistema universitario. Todos deben ser purgados de arribistas y poblados de trabajadores educados. Porque los exámenes han dejado de existir en la medida en que la sociedad no requiere esos conocimientos. Para reordenar el Estado hay que reordenar el conjunto de la vida social.

12. La luz roja del faro de la Revolución Rusa de 1917 se apagó en 1989. Durante todas esas décadas, el socialismo-comunismo fue una fuerza de masas, tan perseguida como reconocida. Lo común y el progreso orientaban las aspiraciones de la mayor parte de la humanidad. Las tareas militantes se decidían sobre este suelo en el que todos podían afirmarse. Su fracaso y la vergüenza posterior del «Socialismo del siglo XXI» nos coloca en otra situación. La construcción de una vanguardia consciente, hoy, se realiza bajo condiciones inéditas para los socialistas: un mundo que nos mira de soslayo por formar parte de una experiencia fallida. Algo muy distante del mundo que nos miraba también de soslayo, pero porque estábamos inscriptos en una tradición de heroicas derrotas en la lucha de clases y nuestra abnegación era reconocida.

Paralelamente, la implosión «neoliberal» de los 30 gloriosos años del boom de posguerra también marcó el fin de una forma de hacer política socialista: aquella que prometía un reformismo exitoso por la vía de expandir el Estado burgués y propiciaba un matrimonio feliz entre la cultura y la belleza, por un lado, la miseria y la revuelta, por el otro. Ese inusual matrimonio feliz, hay que decirlo, no dio vástagos. La apelación al heroísmo, el poema y el mural como insumos socialistas son expresiones de un anacronismo esterilizante que debemos superar.

Nuestro sentido homenaje a quienes realizaron, antes que nosotros, la tarea de luchar por el socialismo consiste en recoger lo que hicieron y todavía sirve en este mundo tan distinto. Valorar lo que hicieron pero asumir que mucho de eso fue útil en aquel mundo que ya no existe. Y comprender aquello que, aunque pródigo en errores, nos puede ayudar en el hallazgo de aciertos, en fracasar menos o en fracasar mejor. Esos compañeros no fueron santos sino revolucionarios: así se los reconoce, así se los mantiene vivos. Apelar a la idea de «negacionismo» para mantener viva su lucha no nos conviene. Estamos dispuestos a discutir y rediscutir todo. La burguesía no nos convoca a un diálogo desigual con los DDHH, nos reduce al silencio. La memoria de miles de luchadores socialistas ha sido expurgada de lo más importante: que eran socialistas.

En ese marco hay que repensar la Revolución Rusa. Interrogarla como lo que fue, pensarla como lo que podría ser en el futuro y, sobre todo, no permitir que una experiencia fallida y acotada en el tiempo histórico sea el argumento para reivindicar un dominio total del mundo que lleva cuatro siglos de horrores.

13. Ciertas disciplinas científicas nos llevan a considerar que la conciencia es un mecanismo evolutivo, tardío y parcial para la toma de decisiones. Que desconoce mucho del propio cuerpo que la engendró y de las multiformes y contradictorias informaciones sobre las que se distinguen sus decisiones. Este salto de cantidad en calidad, entre lo inconsciente del cerebro y la conciencia (o los estados conscientes), acota riqueza y contradicciones para permitir decisiones. La conciencia individual o colectiva avanza a saltos, con contenidos discretos, carentes de sutileza en cambios abruptos: los que pensaban de una manera deben repudiarla para pensar de otra que ahora parece, repentinamente, más adecuada. Por eso creemos que la vanguardia debe educarse en la diferenciación respetuosa y honesta, pero clara y tajante. Porque la conciencia, en sus movimientos, no se va a deslizar suavemente de lo parecido a lo parecido, mediante cambios graduales, escalonados, «de transición», sino de una cosa a otra radicalmente diferente, por súbita ruptura.

Somos cartoneros de la ciencia. Recogemos lo que está disponible porque no estamos en condiciones (intelectuales ni financieras) de producir insumos científicos. Las propias necesidades que tienen los burgueses de contar con esos materiales nos libera los volquetes a nuestra curiosidad. Desde allí intentamos construir respuestas socialistas. No como intelectuales, sino como militantes que se educan para sus tareas.

En cuanto a los planes detallados sobre la construcción del socialismo, consideramos que no son muy factibles porque carecen del necesariamente previo plan detallado acerca de cómo se llegará a la instancia de construirlo: con qué fuerzas a favor y cuáles en contra.

14. No coincidimos con el planteo según el cual las demandas particulares configurarán una cadena de equivalencias o empujarán a un movimiento transicional. Nos preguntamos: ¿hay algo que nos une a las grandes masas de seres humanos perjudicadas por el despliegue y la decadencia del capital? Sí, ser trabajadores. La militancia socialista consiste en la incansable tarea de llevar lo particular a lo general.

El programa mínimo es lo que el capitalismo ha concedido en algún momento. El programa máximo es el socialismo, hoy en estado de hipótesis. Es muy poco probable realizar el programa mínimo y es, además, tendencialmente particularista: lo que obtiene una fracción de la clase repercute en una quita a otra fracción, casi de inmediato.

El gremialismo construye su programa de arriba hacia abajo (y nuevamente hacia arriba): la voluntad de intervenir va hacia los intereses y demandas de los compañeros y vuelve como línea posible. La política va de abajo hacia arriba (y retorna hacia abajo): los problemas particulares se asimilan en una perspectiva unitaria y vuelven como programa.

La frustración del programa mínimo es la llave para comenzar a pensar el programa máximo. Y como el programa mínimo se ocupa de lo posible, consideramos contraproducente la diferenciación política a través de él, sobre todo entre las expresiones de izquierda. Eso lleva a una competencia ridícula por lograr la consigna menos plausible, lo cual realiza la negación misma de las tareas inmediatas. La izquierda no debería tener más que una sola gran agrupación o corriente sindical.

15. Somos seres sociales en varios sentidos. Vivimos con y gracias a otros. Y también tenemos la necesidad de percibir esa misma vivencia, saber que hay otros con quienes nos vincula una necesidad recíproca. Podemos llamarlo «comunidad» y su tamaño puede ser exiguo como la familia o amplísimo como la clase, pasando por gradaciones de escala como el club o la nación. Los estadounidenses, con su culto desenfrenado al individualismo, se han encontrado con los problemas que causa en esta esfera y vienen motorizando la idea de la identidad como sustituto de lo común. Emergen así comunidades identitarias en oposición a colectivos basados en relaciones (como la clase social) y por ese camino la deriva fragmentaria no tiene fin. Todos los colectivos sufren en su interior la tensión de la fractura de clase, que el término «comunidad» recubre.

Esas comunidades, en los casos en que algunos colectivos humanos actuales funcionan con una lógica de lo común, están inmersas en un océano de capitales en competencia que las determina en gran medida, las ahoga y las torsiona. La identidad es una perspectiva que nos resulta distante. La conciencia de clase es el conocimiento de las relaciones de clase, de un lugar en una totalidad, nos explica qué nos sucede señalando un marco mucho más abarcativo, complejo y completo que cualquier región identitaria. En cambio, la identidad pretende resolver el problema del propio lugar en el mundo mediante un carácter auto reflexivo que se desbarranca, en los hechos, hacia el más crudo individualismo.

Las formas menores, artesanales, marginales en tiempo o extensión, de «comunidad» no son el camino sino las víctimas del sistema. Pasar de ser lo deseado y necesario a ser el camino para llegar a lo deseado y necesario es una concepción invertida de la acción transformadora. De objetivo a herramienta. No pueden oponerse a una lógica cuya raíz y cuyo poder les es ajeno y exterior, pero a la vez las devora y digiere con delectación.

16. Nos proponemos trabajar con la vanguardia, con los que quieren luchar y se interrogan sobre las nuevas soluciones que reemplacen a los fracasos repetidos. Nos proponemos hacerlo con compromiso, confianza y formación política. Dedicando mucho tiempo a continuar poniéndonos de acuerdo entre nosotros, promoviendo la confianza, la paciencia y la permanencia, cualidades que la propia vida cotidiana en el capitalismo limita y acorrala. Nuestra tarea hoy es poblar de voluntades la causa socialista. No echar a perder ninguna. Y aceptar que es una tarea constante. Pensar es siempre pensar contra el propio cuerpo, poniéndolo en cuestión. Y si eso comienza con algún acuerdo, luego requiere seguir entendiendo y produciendo el conjunto de propuestas que nos une.

Solemos decir que desarrollamos «una hipótesis entre amigos». No porque seamos amigos, sino porque nos amiga esta tarea. No poseemos ninguna superioridad moral. Pero podemos comparar lo que decimos con la realidad, contrastarlo con lógica, velar por ser coherentes en el fondo del asunto. Tampoco nos creemos muy inteligentes ni originales en lo que decimos. Debe haber otros que piensan cosas parecidas a estas. Buscamos la polémica para construir. No partimos de la puesta en duda de las intenciones. Y no callamos las diferencias.

Diferencias que juzgamos importantes con respecto a otros colectivos y compañeros socialistas. Estas diferencias justifican la existencia de VyS y explican la necesidad de dialogar con otras experiencias y construcciones. Nuestro modo de tratarnos entre nosotros –con respeto y confianza, siendo claros y tajantes– es el mismo que proponemos para con los demás grupos que quieren construir una sociedad socialista.

A dos años de habernos propuesto no abandonar la causa del socialismo, estamos más convencidos y mejor armados para continuar en ella.

Noviembre de 2024.

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