Esta semana la empresa de comercio electrónico más importante del país publicó un informe titulado «Sólo en 2023 Mercado Libre aportó USD 3.400 millones de impuestos en Argentina». El subtítulo aclara que, de ese monto total, USD 1.900 millones corresponden a impuestos que pagan los usuarios y que ML recauda para el fisco, mientras que USD 1.475 millones corresponden a impuestos propios que paga la empresa. A partir de este último dato, el informe observa:
* El incentivo fiscal obtenido por el régimen de promoción de inversión de la Ley de Economía del Conocimiento fue de aproximadamente 100 millones de dólares. Tributamos quince veces más de lo que recibimos al año y exportamos servicios tecnológicos por USD 900 millones en 2023.
* En América Latina, gran parte de los países compiten entre sí por inversiones y atracción de talento a través de distintos regímenes de promoción. Por la falta de claridad de políticas y de un marco regulatorio estable, nuestro equipo de tecnología pasó de estar alojado en un 80% en 2019 en Argentina al 35% en 2023.
* De haberse mantenido el 80% de nuestro equipo tecnológico en Argentina, hoy seríamos 6.600 profesionales más en el país y en 2023 hubiéramos exportado USD 500 millones más y aportado USD 146 millones más de impuestos, mientras que el incentivo fiscal hubiese sido de sólo USD 64 millones más.
Durante el pase matinal entre los periodistas Jairo Straccia y Ernesto Tenembaum en Radio Con Vos, Tenembaum comentó que le parece «moralmente obsceno» que la empresa de Marcos Galperín reciba ese incentivo fiscal y, encima, «extorsione al Estado» contratando trabajadores en otros países en lugar de hacerlo en Argentina. En palabras de Tenembaum:
Si vos estás desarrollando una empresa y te va bien –y a Galperín y a Mercado Libre les va muy bien–, esos 100 millones de dólares se pueden usar para otra cosa. Sobre todo en un contexto de ajuste. Es moralmente obsceno… Desde el lugar de Galperín, en un gobierno que él apoya, que está de acuerdo, que cree que hay que hacer un ajuste, ¿qué está poniendo él?[1]
Esta observación nos sirve de pretexto para precisar nuestra caracterización del capitalismo, ya que buena parte de la izquierda coincide con esa mirada de Ernesto Tenembaum: el problema no es el capitalismo ni la burguesía como clase social, sino este o aquel individuo burgués. Un individuo tan codicioso que resulta «moralmente obsceno» por partida doble: por vivir en la opulencia entre tanta miseria y por «no aportar nada» al Estado, al país, por ser anti-patria o anti-nación.
Esa mirada revela un profundo desconocimiento acerca de cómo funciona el capitalismo. Porque el fin de la producción capitalista no es la satisfacción de necesidades personales (ni, mucho menos, la satisfacción de necesidades sociales), sino el incremento despersonalizado del capital. Puede parecer absurdo que la ganancia no esté destinada principalmente al consumo de los seres humanos, sino al movimiento incesante de una ganancia cada vez mayor. Pero no se trata de un absurdo individual. Se trata de un absurdo social.
En la sociedad en que vivimos, cada capitalista es empujado por la competencia de los otros capitalistas: si no acumula, si no invierte en aumentar la producción, si no aprovecha cada herramienta del Estado burgués, si no incorpora nuevas tecnologías, si no busca los trabajadores más baratos del mercado, la empresa corre el riesgo de ser arrasada por competidores que producen más barato o mejores productos. El informe de Mercado Libre lo dice con nitidez: «En América Latina, gran parte de los países compiten entre sí por inversiones y atracción de talento a través de distintos regímenes de promoción».
Sólo que donde el informe habla de «países» hay que leer «espacio de acumulación de una burguesía»: la burguesía colombiana, la burguesía brasileña, la venezolana, la argentina, etc. Porque los países no son simplemente manejados por los Estados, sino que los Estados son fundamentalmente manejados por las burguesías.
Por eso el «interés común» de la nación coincide, siempre, con los intereses del conjunto de esta clase social (la burguesa). Por eso los «sacrificios» del presente para los presuntos beneficios del mañana recaen siempre en el conjunto de la otra clase social (la trabajadora). Y por eso cuando nos dicen «La patria no se vende» es porque ya tiene dueños (la burguesía que acumula en este espacio geográfico limitado) y estos dueños no quieren quedarse sin propiedades (los medios de producción de riqueza social).
La bandera que flamea como insignia del capitalismo lleva esta inscripción: Competencia o muerte. Porque si un capitalista no compite, su empresa quiebra. Los burgueses están obligados a dar batalla y vencer, de lo contrario desaparecen como burgueses.
De manera que, en el capitalismo, la codicia no es un defecto moral sino una actitud necesaria para la supervivencia. Y la acumulación no es «moralmente obscena», sino el motor inmóvil que rige el movimiento de la sociedad en que vivimos.
No son los individuos codiciosos los que gobiernan el mundo. Son las leyes del capital las que imponen el gobierno de la codicia.
NOTAS:
[1] El audio puede escucharse en YouTube, bajo el título «Galperín repartí paquetes y callate la boca», publicado por Radio Con Vos el 21 de mayo de 2024.