Muchos años atrás, cuando los militares de la dictadura estaban en el apogeo de sus vidas, pero también de su descrédito, al comienzo de los años 80, marchábamos en busca del castigo al brazo ejecutor de la burguesía, que había truncado a sangre y fuego un proceso de ascenso y luchas de la clase obrera. En ese momento, las movilizaciones albergaban un debate entre esta interpretación, por un lado, basada en la lucha de clases y las aspiraciones de los trabajadores, y otra interpretación: la del gobierno de la UCR, según la cual el problema de los DDHH se derivaba de la existencia en la sociedad de dos demonios violentos y enfrentados, que se habían masacrado mutuamente convulsionando un país desamparado que no tenía ninguna relación con esas criaturas infernales.
A pesar de que el gobierno radical hacía algunas concesiones, nada secundarias, como enjuiciar a los comandantes de las Juntas, el movimiento de DDHH se debatía entre conformarse con lo obtenido y defender la aspiración a la Verdad y la Justicia. Los problemas económicos del país empujaban al gobierno de Alfonsín a negociar con el peronismo que, derrotado en la elección presidencial, había logrado un fuerte peso institucional y la recuperación de los sindicatos. Una de las primeras condiciones que puso el peronismo fue no ser investigado por los secuestros, desapariciones, torturas, muertes y persecuciones que iniciaron el camino a la dictadura de la mano de Perón e Isabel. Para ese entonces, Perón estaba muerto. Pero Isabel no. Y era la presidenta del Partido Justicialista. En la protección de su figura se resumía la protección de la mayor parte de los dirigentes peronistas del período. Si el peronismo salvaba a Isabel, entonces salvaba a Luder, a Herminio, a Cafiero, a Ruckauf, a Saadi, a Sapag, a Lorenzo Miguel, a Gerardo Martínez y a tantos otros. Si se investigaba a Isabel, quién sabe hasta dónde llegaría el caudaloso río de mierda. El Partido Justicialista no quería la verdad y poco le importaban los muertos peronistas (a los que consideraba marxistas infiltrados) masacrados a manos del fascismo peronista de la Alianza Anticomunista Argentina. El peronismo simplemente consideraba que esa masacre había sido una interna. Y los ganadores de esa interna no sentían remordimiento por los derrotados. (Ni hablar de lo poco que le importaban los socialistas asesinados).
Del otro lado, los milicos todavía activos iniciaban movimientos para presionar en sentido contrario a los Juicios. El gobierno burgués de Alfonsín se inclinó en virtud de los intereses de clase que la UCR representa y prefirió perder apoyo popular antes que poner en cuestión uno de los pilares de la democracia burguesa: las fuerzas represivas. Las leyes de Obediencia Debida y Punto Final movieron el péndulo en sentido opuesto y la crisis económica se vio entonces multiplicada por la crisis política y el abandono de una de las banderas que habían conducido a la UCR al gobierno.
El peronismo, cuyos candidatos en 1983 eran los mismos que habían decidido profundizar la masacre en 1975, volvió cambiando el orden de los candidatos, pero con la misma impronta: rápidamente aplicó el Indulto. Así, a diferencia del período llamado «Primavera alfonsinista», la Obediencia Debida, el Punto Final y el Indulto fueron duros golpes para el movimiento de DDHH, que quedó en la sombra, contando con el solo apoyo de la izquierda. El único político peronista que concurrió a las movilizaciones contra el Indulto fue una figura secundaria del peronismo bonaerense llamada Luis Brunati. Todo, todo el resto, estuvo de acuerdo con liberar a los milicos.
Desde mediados de los años 90, el movimiento de DDHH comenzó a crecer desde abajo, logró encarcelar a algunos genocidas, se organizaron los HIJOS, consiguió romper el aislamiento casi en la misma medida en que el gobierno peronista empezaba a agotarse y el movimiento piquetero ascendía. Tras el breve intervalo de la Alianza (UCR-Frepaso) y las decisivas medidas de ajuste y represión ejecutadas por Duhalde en 2002, el peronismo retornó al poder sin banderas políticas significativas, pues todas las que había levantado durante la década anterior («modernización», «ingreso al primer mundo», «relaciones carnales», etc.) eran masivamente repudiadas. El nuevo gobierno, débilmente apoyado en las urnas en 2003, contaba con un activo crucial (Duhalde entregó una economía en crecimiento), contaba con un billete premiado (gobernar en la década con mayores precios de materias primas en un siglo) y tenía que inventarse un relato. Eligió retomar el de los DDHH en lo que tenía poco costo, manteniendo inaccesibles los archivos y protegiendo la impunidad de la fascista (pues esta mujer sí lo era) Isabel Perón y algunos ministros en ejercicio. Reabrió los juicios interrumpidos (que ya no eran para militares en activo sino para octogenarios retirados y de poca influencia en las FFAA) y disputó con esta versión castrada de los DDHH la interpretación de la izquierda, que reivindicaba no sólo el castigo para los asesinos y torturadores de los compañeros, sino también los objetivos por los que los compañeros habían sido asesinados: en gran medida, luchaban por el socialismo.
Tan espurio e insultante fue este intento de apropiación que, desde el mismo momento en que el 24 de marzo se vio invadido por esa caterva de oportunistas, se comenzó a librar –y se libró durante un cuarto de siglo– una batalla entre el oportunismo peronista y la lucha por la Memoria, la Verdad y la Justicia.
Lo que sucede hoy (24 de marzo de 2025) no es el primer eclipse de esta lucha ni será para siempre, como ocurre con todo eclipse. Sí hay que reconocer, como lo muestra el video institucional de Casa Rosada, que una marcha por los DDHH encabezada por el peronismo es el mejor escenario para Milei. Los comunicados oficiales del día de hoy dan cuenta de ello. Milei ha logrado subir al ring a un contrincante enclenque, falto de argumentos y carente de legitimidad para esta pelea. Milei ha logrado subir al ring a un impostor.
Muchos compañeros creen que este es un problema menor frente a la gravedad de los planteos del gobierno. Consideramos exactamente lo contrario. La gravedad y profundidad de los planteos del gobierno se sostienen y necesitan que la clase trabajadora, el movimiento de mujeres, el movimiento de DDHH, tengan al frente una conducción burguesa, claudicante y tramposa: el peronismo. Esto fortalece a Milei ahora, de la misma manera que lo trajo al gobierno hace poco más de un año.
Hemos visto en las redes argumentar que hoy, en las calles, al peronismo y la izquierda «no los une el amor sino el espanto». Coincidimos en que el gobierno de Milei es espantoso para la clase trabajadora. Pero nuestro desacuerdo es total si alguien considera que este espanto puede siquiera eclipsar lo espantoso que ha sido, es y será el peronismo para el conjunto de la clase obrera en Argentina.
Imagen principal: Foto que tomamos en Corrientes y Callao. Se trata de la propaganda oficial del Día del Niño por Nacer, establecido por el peronismo en el gobierno durante 1998 y jamás derogado, hasta ahora.