Trump ha vuelto a ganar. Esta vez, con mayor cantidad de votos. Entre su primera presidencia y la que comenzará en breve pasaron cuatro años de gobierno demócrata. Y una radicalización mayor de las posturas trumpistas. Nuestra historia reciente tiene una sucesión similar. Ganó Macri en 2015, luego volvió el peronismo al poder y, después de verlos gobernar 4 años, la población eligió a la oposición más virulenta posible a ese desempeño.
Es otro caso que nos permite analizar si el progresismo es el freno, la alternativa a las expresiones más descarnadas del capitalismo, o si es su escalón necesario y funcional. Recorreremos tres artículos. Dos de ellos son de quienes apoyaron a Kamala Harris: el New York Times y la revista Jacobin. Dos expresiones de la misma corriente, el progresismo burgués (no es posible no serlo si se apoya al partido Demócrata). El tercero, con el que coincidimos, del SWP, un histórico partido trotskista de los EE.UU.
Teniendo en cuenta los buenos argumentos que incorporan ciertas hipótesis progresistas sobre el triunfo de Trump, la pregunta se cae de madura: ¿Por qué esos problemas no pudieron ser neutralizados? La respuesta es igualmente ineludible: se trata del capitalismo, no del tipo de envoltorio (“el modelo”). Los artículos del progresismo se detienen allí donde sus argumentos conducirían, de dar un paso más, a abandonar el núcleo de su razón de ser progresista: la viabilidad del reformismo.
Los liberales dicen
El 24 de octubre, bastante antes del triunfo de Trump, el NYT publicó un artículo de opinión bajo el título elocuente: «Si Donald Trump gana, habrá un culpable principal», firmado Bret Stephens. Comienza así:
El Colegio Electoral. El racismo blanco. El sexismo negro. El presidente Joe Biden.
Si Kamala Harris pierde las elecciones presidenciales el mes que viene, esas serán algunas de las excusas más convenientes que ofrecerán los demócratas por haberse quedado cortos en una contienda contra un oponente asombrosamente defectuoso y ampliamente detestado.
Pero luego, sin complacencia, despliega otras causas posibles, más profundas:
…principal culpable: la forma en que las voces liberales más importantes en el gobierno, el mundo académico y los medios de comunicación practican la política hoy en día. […]
La política de la condescendencia, representada por la insinuación de Barack Obama este mes de que los hombres negros podrían ser reacios a votar por Harris porque “simplemente no les agrada la idea de tener a una mujer como presidenta”. Pero tal vez esos hombres estén respondiendo a algo más mundano: el salario semanal promedio de los trabajadores negros a tiempo completo aumentó considerablemente durante la presidencia de Donald Trump y básicamente se estancó bajo la de Biden, según datos del Banco de la Reserva General de San Luis. ¿Por qué recurrir a una explicación insultante cuando basta con una racional?
La política del insulto, que ocurre cada vez que se dice a los votantes de Trump que son racistas, misóginos, raros, fóbicos, poco informados o, más recientemente, partidarios de un fascista y, por implicación, fascistas ellos mismos. Además de ser gratuito y contraproducente —¿a qué tipo de votante se va a convencer refiriéndose a él con insultos?—, también se equivoca en gran parte. La inmensa mayoría de los partidarios de Trump son personas que piensan que los años de Biden-Harris han sido malos para ellas y para el país. Quizá los liberales deberían intentar discutir sin menospreciarlas.
La política de la manipulación o «gaslighting», ejemplificada por todos los comentaristas de MSNBC que repetidamente respaldaron la agudeza mental de Biden, cuando, […] el declive del presidente ha sido obvio durante años. […]
La política de la prepotencia. ¿De verdad creen los liberales que no hay resentimientos persistentes por el hecho de que Harris asegurara su nominación gracias al apoyo inmediato de los grandes del partido sin ganar ni una sola primaria ni enfrentarse a un solo contrincante? (…) Un Partido Demócrata que dice defender la democracia sin molestarse en practicarla no va a hacerse querer por los votantes que necesita para ganar.
La política del optimismo excesivo, traída a ti por la gente de las-cosas-nunca-han-estado-mejor. Son quienes nos dijeron que la inflación era a) buena para ti, b) transitoria o c) pasada y olvidada, o quienes piensan que una tasa de inflación más baja alivia de algún modo el legado de precios y tipos de interés más altos. Son quienes argumentaron que no había crisis de inmigración y luego se jactaron de que ya la habíamos superado. Son quienes insisten en que la delincuencia está bajo control mientras ignoran el hecho de que la sensación de seguridad cotidiana de la gente sigue empeorando, gracias al aumento vertiginoso de los robos de coches, los hurtos en tiendas, el consumo de drogas al aire libre, la defecación en público y otros delitos contra la calidad de vida. ¿No sería mejor responder a las preocupaciones de los votantes en lugar de decirles que están viendo fantasmas?
La política de fidelidad selectiva a las normas tradicionales. Los liberales temen, y con razón, a la amenaza que Trump supone para la arquitectura institucional del gobierno estadounidense. Sin embargo, muchos de los mismos demócratas quieren llenar la Corte Suprema, eliminar el filibusterismo del Senado, deshacerse del Colegio Electoral, dar a las agencias federales el derecho de imponer moratorias a los desalojos y perdonar cientos de miles de millones de dólares en deuda estudiantil sin el consentimiento del Congreso. […]
La política de la identidad por encima de la clase. Harris comenzó su campaña presidencial alejándose consciente y correctamente del tipo de política identitaria que ha obsesionado a los demócratas durante demasiado tiempo. Pero en cuanto se dio cuenta de que su aprobación entre los hombres negros era alarmantemente baja, lanzó un plan de dádivas financieras dirigido exclusivamente a ellos. ¿Por qué no podría haber sido al menos para todos los trabajadores por debajo de un determinado umbral de ingresos (un plan que podría haber ayudado desproporcionadamente a los hombres negros sin la evidente condescendencia racial)? Cuando los liberales cultos a veces se rebajan a constatar que el Partido Demócrata está abandonando cada vez más sus raíces de clase trabajadora, esta es una buena ilustración de cómo ha sucedido.
El artículo concluye con una extraña pregunta:
¿Y cómo podemos crear un liberalismo que no desanime a tanta gente común y corriente?
Los izquierdistas dicen
En cambio, los «izquierdistas» de Jacobin, ya consumada su derrota, publicaron, con la firma de Grace Blakeley, un artículo con título de porotos contados: «El precio que fue pagado». Como suele ocurrir, cuanto más a la izquierda se supone que se sitúa el medio burgués, más debe desplegar la capacidad de negar lo ocurrido. Jacobin explica que:
La victoria de Trump fue posible porque supo apoyarse en las ansiedades de la clase trabajadora estadounidense sobre el declive económico. Y a menos que el programa económico de la izquierda sea igual de fuerte, seguirá dejando campo abierto para el avance de la derecha.
[…] Mientras los liberales se lamentan de que la mitad de su país sea o bien intrínsecamente malvada o bien estúpida, la extrema derecha celebra sus fantasías de dominación total sobre personas a las que percibe como débiles: desde las mujeres hasta los inmigrantes, pasando por las personas trans y una larga lista de etcéteras.
La disputa, según Jacobin, se da entre un partido que juzga a la población malvada o estúpida y uno que la juzga débil. No es extraño que muchos voten al segundo: ser débil es más digno que ser considerado malvado o estúpido (sobre todo porque el capitalismo nos coloca –por desposesión– en un lugar de efectiva debilidad). Y se entiende que las referencias a la situación económica, a esa debilidad, sea recompensada con votos. Los partidarios demócratas entienden que Trump no mejorará las condiciones económicas de su base electoral, pero Trump se ha ganado a esa base por la comparación de las condiciones económicas con la gestión de los demócratas. Lo reconocen los progresistas:
La sensación de declive experimentada por la clase trabajadora estadounidense en las últimas décadas es difícil de exagerar. Un estudio de 2018 del Centro de Investigación Pew descubrió que, en términos reales, el salario medio en Estados Unidos apenas si varió desde 1979. Sin embargo, las ganancias de los de arriba han aumentado sustancialmente. Cuando golpeó la pandemia, estos problemas se agudizaron aún más. Casi 10 millones de trabajadores estadounidenses perdieron su empleo, y entre 2021 y 2024 la inflación superó el crecimiento de los salarios, lo que significa que quienes conservaron su trabajo perdieron en términos de poder adquisitivo.
[…] los hogares de la clase trabajadora experimentaron este declive económico de manera mucho más aguda que los de la clase alta, como indica la estadística de inflación anterior. Así, entre la clase trabajadora estadounidense existe la percepción profunda y generalizada de que las cosas están empeorando. […]
Pero el grueso del apoyo a los populistas de derecha no suele proceder de los pobres. Procede de votantes de clase trabajadora que temen convertirse en pobres. De hecho, los altos índices de pobreza y desigualdad en Estados Unidos refuerzan el mensaje del populismo derechista de Trump. Ver la magnitud de la pobreza y la falta de vivienda refuerza la ansiedad que sienten los hogares de clase trabajadora ante la caída de su nivel de vida. […]
Ver el éxito de los que están en la cima –y toda la gloria y el estatus que lo acompañan– anima a los hombres de clase trabajadora a fantasear sobre lo mucho mejor que podría ser la vida si fueran capaces de vencer a la competencia y ganar por una vez. Estas fantasías tienen que ver tanto con el control de los recursos como con el hecho de ser tratados con dignidad y respeto. Así, la ansiedad económica que experimenta la clase trabajadora estadounidense no tiene que ver solo con la economía, sino también con la identidad.
Son estas ansiedades económicas e identitarias las que explican el aumento del apoyo a Trump entre la clase trabajadora. No se trata solo de que haya prometido arreglar la economía, una promesa que la gente está más dispuesta a creer, dado que muchos de ellos se habrían sentido mejor cuando él era presidente. Es que interpela directamente las ansiedades de la clase trabajadora estadounidense, especialmente las de los hombres, que sienten que están luchando con uñas y dientes para mantener su lugar en la jerarquía social.
[…] A los liberales les encanta castigar a los votantes de Trump por su estupidez y su racismo. Pero esa es una postura intelectualmente perezosa: Trump duplicó su porcentaje de votos entre la población negra y se aseguró casi la mitad de los votos latinos. Está claro que aquí pasa algo más.
Los hombres de clase trabajadora, preocupados por su estatus, acudieron en masa a Trump porque pensaron que votar por él era la única manera de evitar el declive económico. Para estos hombres, el declive económico no sólo significa pobreza, sino convertirse en un «perdedor». […]
Pero hay algo que brilla por su ausencia en los análisis y haríamos bien en recordar: esta no es la única forma de responder a la ansiedad de la gente por el declive económico. Existe otra: abordar realmente las causas de ese declive.
En este punto el lector prevé una exposición de la estructura que condiciona los fenómenos descriptos: el capitalismo. Pero no. Porque, para Jacobin, «abordar realmente las causas de este declive» se refiere a echar mano de una receta que, precisamente, por parecer accesible (más que el socialismo) debería alertar sobre su imposibilidad de realización. Esta revista, cuyo nombre alberga la percusión radical de los militantes revolucionarios de otros tiempos, explica que dicho abordaje de causas no es más que un poco de reformismo:
La única forma de mejorar el nivel de vida de la gente es invertir en la economía cotidiana. Esto significa fortalecer las infraestructuras físicas y sociales, las redes de transporte y energía y los sistemas de sanidad y educación de los que dependen los ciudadanos para llevar una vida digna. Llevar a cabo esta inversión de forma que apoye la descarbonización crearía de hecho más puestos de trabajo y mejoraría los resultados en materia de salud.
Mejorar el nivel de vida de las mayorías también significa apoyar al movimiento obrero, que no sólo lucha por mejores condiciones, sino que brinda a las personas un sentimiento de pertenencia y comunidad en el trabajo. Apoyar a los trabajadores y a las comunidades para que se organicen es la mejor manera de contrarrestar el miedo que con tanta facilidad se propaga en las sociedades competitivas e individualistas.
Combatir a la extrema derecha requiere inversión en la economía cotidiana. Pero también requiere que reemplacemos las sociedades en las que las personas viven con el miedo permanente a desplomarse en la jerarquía social por aquellas en las que se sienten parte de una comunidad que siempre estará ahí para apoyarlas.
En una nota anterior, «Si Harris pierde hoy, esta es la razón», Jacobin arengaba que:
Para ganar votantes de clase trabajadora –y las elecciones de hoy– los demócratas necesitan ir contra las élites económicas. […] Es el pueblo contra las élites, ¡estúpido!
Profundizando las causas, describían así el panorama:
La fuerza de los mensajes populistas económicos debe entenderse en el contexto más amplio de la creciente desconfianza en las instituciones políticas y económicas, especialmente entre quienes se sienten rezagados por el cambio social posindustrial. Para los que han llegado a la cima, la nueva economía en la que el ganador se lo lleva todo ha generado enormes fortunas y concentraciones de poder, mientras que los que no han salido tan bien parados –especialmente los obreros– están cada vez más desilusionados con el statu quo y son más pesimistas sobre el futuro.
Pero no son sólo los votantes de la clase trabajadora los que creen que el país va en la dirección equivocada. Ante el aumento de la desigualdad, la confianza en la clase política nunca ha sido tan baja; menos gente que nunca se identifica con ninguno de los dos partidos; el 70% de los estadounidenses cree que poderosos intereses están amañando el sistema económico; sólo el 40% de los estadounidenses con ingresos más bajos cree que aún es posible alcanzar el «sueño americano»; y casi nadie cree que el país «vaya en la dirección correcta».
En este punto queda claro que el reformismo no supera, en capacidad de análisis, la opinión media de los trabajadores que votan a Trump. No, no son las élites: es el capitalismo. No son personas: es el funcionamiento de un sistema lo que hay que cuestionar. El sistema hace girar en torno a sí mismo (es decir, en torno a las ganancias, a la acumulación capitalista) a las personas. Por honestas, preparadas y heroicas que éstas puedan ser. No inteligentes, como vemos, porque cuando se personalizan los problemas del funcionamiento social es porque no se ha inteligido mucho acerca del mismo.
En cambio, sí lo ha entendido Trump, según sigue refiriendo la nota:
Desde que entró en la escena nacional en 2016, Trump se ha presentado como un defensor de los estadounidenses de a pie, luchando contra un establishment antipatriótico. La narrativa trumpiana sitúa a los liberales en el control de muchas de las instituciones poderosas de la vida estadounidense: en el Gobierno, el Derecho, la filantropía, los medios de comunicación, las universidades, las industrias de alta tecnología, la sanidad e incluso las finanzas. Hay algode verdad en esta narrativa, y mientras los demócratas sigan atados a la política de estas poderosas instituciones y a las clases profesionales que las pueblan, Trump podrá reflejar el sentimiento antiélite a través de una lente partidista y cultural.
El problema es que no sólo hay algo de verdad (consideramos que hay mucho, en realidad), sino que la salida propuesta por este izquierdismo reformista es una auto regeneración del partido demócrata:
Por supuesto, el Partido Demócrata nunca iba a experimentar una transformación radical en el transcurso de una única y muy truncada carrera presidencial. Pero la avaricia de las empresas y la subida de los precios fueron un tema importante de la campaña en septiembre, y muchos colaboradores de Harris arremetieron contra las grandes farmacéuticas, la especulación de Wall Street y el 1%. Sin embargo, en las semanas previas a las elecciones, la campaña ha intentado distanciarse de todo lo que oliera remotamente a un programa económico contra las élites, dando marcha atrás en compromisos anteriores relativos a los controles de precios y los impuestos sobre las ganancias de capital. En su lugar, el New York Times informa que la campaña de Harris ha recurrido a amigos de Wall Street en busca de estrategia y asesoramiento político, lo que ha llevado al multimillonario Mark Cuban a declarar alegremente que los «principios progresistas […] del Partido Demócrata […] han desaparecido. Ahora es el partido de Kamala Harris».
[…] Harris casi parecía decidida a hacer el trabajo de Trump por él. Decía a los votantes: «Los expertos de Washington y los multimillonarios razonables están de acuerdo en que Trump es demasiado peligroso para ser presidente», posicionándolo efectivamente como el enemigo de un establishment y un statu quo profundamente impopulares.
[…] la viabilidad de esa democracia también depende de cómo resuelvan los demócratas la tensión en el núcleo del partido: ¿Serán el partido de las clases profesionales y las élites corporativas, o abandonarán a sus antiguos aliados para defender a los trabajadores contra un sistema corrupto?
Los partidos políticos no son una bolsa de compras que se llena con cualquier producto que uno guste cargar, sino un mapa. Y es al cuete buscar la ciudad de Nueva York en un mapa de África. Lo correcto es conseguir el mapa adecuado.
Los socialistas dicen
Finalmente, fomentando menos las ilusiones y, precisamente por eso, ofreciendo una salida, los compañeros del SWP dicen exactamente lo opuesto. El problema es seguir intentando que la montaña vaya a Mahoma. Eso no ocurre, o sólo ocurre en los dichos, en las palabras. Los demócratas son un partido burgués. No importan quiénes son sus votantes ni cuáles son sus intereses: a la hora de la verdad, son partidarios de un sistema.
El SWP publicó, con la firma de Ted Cruz, Biden y Harris, Bernie Sanders acusa a los demócratas de “abandonar a la clase trabajadora”:
Poco después de que la vicepresidenta Kamala Harris le concediera la victoria presidencial a Donald Trump el 6 de noviembre, el senador de Vermont Bernie Sanders, un fiel defensor de Harris, publicó una declaración en sus cuentas de redes sociales criticando al Partido Demócrata por «abandonar a la clase trabajadora». […]
La primera pregunta que viene a la mente es: ¿Cuándo llegó Sanders a esta epifanía? ¿Cuándo se dio cuenta de que los demócratas, un partido de las corporaciones estadounidenses y del Pentágono con el que ha colaborado y por el que ha hecho campaña durante casi cuatro décadas, habían “abandonado a la clase trabajadora”?
De hecho, el Partido Demócrata, el partido de la esclavocracia, de las leyes de Jim Crow, de Hiroshima, Nagasaki y la guerra de Vietnam, nunca ha sido un partido de la clase obrera. Ha sido, y siempre será, un partido capitalista. El papel político de Sanders, como ha explicado muchas veces el World Socialist Web Site, es utilizar su designación nominalmente «independiente» para dar al Partido Demócrata un barniz de credibilidad con el fin de contener la oposición a todo el sistema capitalista.
[…] Sanders pidió a los votantes que apoyaran a Biden, afirmando que este último tenía un «excelente historial». Los votantes claramente pensaban de manera diferente sobre este supuesto «excelente historial», que incluía a Sanders y los demócratas prohibiendo a los trabajadores ferroviarios hacer huelga en 2022 y trabajando en conjunto con la secretaria de Trabajo en funciones, Julie Su, para aplastar las principales luchas de clases en los muelles y por parte de los trabajadores aeroespaciales, más recientemente en Boeing.
Durante todo el verano, mientras Biden seguía cayendo en las encuestas y se cavaban fosas comunes en Gaza y Ucrania, Sanders defendió al criminal de guerra semisenil como un campeón de la clase trabajadora. […]
La negativa de Sanders a calificar de genocidio la matanza que dura más de un año en Gaza, mientras culpa únicamente a Netanyahu, es un ejemplo clásico de cómo Sanders «defiende el status quo». El genocidio en Gaza no es una mala decisión de Netanyahu y algunos asesores cercanos, sino la política imperialista compartida por el gobierno de Estados Unidos […]
A poco más de una semana de las elecciones, Sanders pidió a sus partidarios que respaldaran a Harris a pesar de su compromiso de continuar el genocidio en Gaza porque, según Sanders, «Trump y sus amigos de derecha son peores».
La política del pragmatismo del «mal menor» y la subordinación de toda oposición al fascismo, el genocidio y la desigualdad al Partido Demócrata es exactamente la razón por la que Trump ha vuelto al poder. Sanders y varias organizaciones pseudoizquierdistas que lo han apoyado, incluidos los Socialistas Demócratas de Estados Unidos, han desempeñado un papel importante en este proceso. […]
Si bien Sanders no se postuló a la presidencia en 2024, él, junto con la representante de Nueva York Alexandria Ocasio-Cortez, fueron los principales representantes de la campaña de Biden. […]
El Partido Demócrata tiene la principal responsabilidad política por la victoria de Trump. Como partido de Wall Street y del imperialismo, creó las condiciones para que Trump y los republicanos explotaran los reclamos sociales, y ahora está trabajando para desmovilizar a la oposición y encubrir los planes de Trump.
Y concluyen, sin promover expectativas en la regeneración de los enemigos de clase, ni siquiera y mucho menos, de su «ala izquierda»
Sanders ha desempeñado un papel fundamental en la política burguesa en todos los ámbitos. Sin embargo, lo que está en juego no es sólo el papel personal de Sanders, sino todo un tipo de política, en Estados Unidos y en el mundo, que busca canalizar la ira social, preservar y defender el sistema político capitalista e impedir el surgimiento de un movimiento que articule los verdaderos intereses de la clase trabajadora. Como ha demostrado el ascenso de Trump, este tipo de política oportunista sólo sirve para fortalecer a la extrema derecha.
Sanders no quiere y Sanders no puede cambiar. Cualquiera de los dos impedimentos alcanzaría para rechazar el apoyo pero, en este caso, se unen los dos: el Partido Demócrata nunca va a dejar de ser un partido imperialista burgués, y el candidato no aspira a la presidencia sino a canalizar hacia su interior a los electores hartos del capitalismo que comienzan a darse cuenta de eso.
Sanders cumple la función de Grabois en las internas peronistas del año pasado, o del Pollo Sobrero en la segunda vuelta de las elecciones generales: colectoras reales de los hambreadores denunciando el hambre abstractamente. Así como tenemos nuestros Bernies Sanders, tenemos nuestro partido demócrata y nuestro Trump.
La analogías se imponen. Las similitudes son inocultables. La necesidad de una política socialista, también.
Hola Cumpas. En la nota “otra vez trump…” citan una nota del SWP, pero la cosa que en la nota se hace una referencia a un sitio, el WSWS, el cual pertenece al PSI norteamericano, trotskistas sí, pero una ruptura del SWP de hace mucho. Saludos.
Hola, Daniel! Te agradecemos la corrección. Dejamos el error y tu comentario publicados para que los lectores hagan la enmienda. Muchas gracias!