Con el ceño fruncido y en tono solemne, los socialistas solemos corregir a compañeros que nos desean «feliz día de los trabajadores» aclarándoles que es un día de lucha, recordándoles los sacrificios y los mártires en la historia de nuestra clase, señalando que la felicidad nos espera en el futuro y que toda felicidad actual es pasajera o ficticia. Es decir, solemos comenzar poniendo palos en la rueda.
Porque hasta quien se encuentre más alejado del pensamiento socialista sabe que hay UN día que no tiene ningún espacio para los patrones. Es el 1° de mayo. Nuestro día. No importa la ausencia de formación política, de experiencias sindicales clasistas o de trayectoria militante: el 1° de mayo es nuestro día y punto. Es así. Los compañeros, al desearnos un «feliz día de los trabajadores» para el 1° de mayo, nos hacen un gesto, un guiño de clase: nos desean –y se desean– algo que no se comparte con los patrones.
Quienes queremos una sociedad sin patrones solemos remarcar desde hace años que este es un día de lucha, que no es un día feliz, que estamos muy mal y que la era nos exige la tarea de luchar, etc. Venimos haciendo eso, al menos en Argentina, desde que un político patronal se impuso desde el Estado burgués, intentó apropiarse de la fecha y se auto instituyó como «el primer trabajador» aunque era un general del ejército. Desde que Perón intentó transformar el Día de los Trabajadores en la Fiesta del Trabajo. Eran otros tiempos.
Eso fue hace muchas décadas. Perón ya no está. Sus herederos son patrones indisimulados (hasta los burócratas sindicales son patrones indisimulados) y ya nadie en el peronismo habla de la Fiesta del Trabajo. El acto de la CGT es un acto de millonarios preocupados por sus privilegios y negocios, de millonarios que asquean a más de la mitad de los trabajadores.
Entonces podemos rescatar y devolver el contenido clasista del saludo. Porque ese deseo de felicidad demarca un límite. Y nosotros queremos –es una de nuestras principales tareas– destacar y consolidar ese límite. El 1° de mayo, y por un día, el mundo se ordena entre los que trabajamos –porque el trabajo es el único medio que poseemos para vivir– y los que nos exprimen porque tienen los medios para exprimirnos. Ese límite de clase es la frontera entre explotadores y explotados, entre patrones y trabajadores, entre burgueses y proletarios.
Un límite que, como todo límite, al separarnos nos une. Todos sabemos que pertenecemos a alguna clase social y que la nuestra es la trabajadora. En el 1° de mayo no prevalecen, sino que pasan a segundo plano, las razas, las ciudadanías, las nacionalidades, los sexos y géneros, la orientación sexual y la formación escolar. Nadie se fija si el compañero al que se le desea feliz día del trabajador es paraguayo, mujer, negro, rubio, cómo se viste o cómo se peina, si está ocupado o desocupado, si se jubiló o trabaja en negro. No importa que algunos ganen más y otros menos, sean muy cultos y otros muy poco: si necesita trabajar para poder vivir, entonces pertenece a la clase obrera.
Pero lo que más importa es que ese límite sirve para pensar otro mundo posible, mejor que el mundo en que vivimos. La denuncia de muchas opresiones señala injusticias pero no una causa y un futuro. Señala lo que hay que expurgar del presente pero no cómo organizar el mañana. Un mundo sin varones, sin blancos, sin norteamericanos o sin heterosexuales, es una pesadilla tan absurda como irrealizable.
En cambio, un mundo sin burgueses, es decir, sin propiedad privada de los medios de producción, es una posibilidad y –en vistas de la deriva destructiva que toman las cosas– una necesidad. Además, un mundo sin burgueses es la única manera de resolver el principal problema de la vida social: la anárquica, caprichosa y egoísta organización de la producción en el capitalismo.
El 1° de mayo es nuestra Navidad y nuestra Pascua, porque articula los requerimientos para la redención de la clase obrera. Es nuestro 25 de mayo y nuestro 9 de julio, porque señala los hitos del advenimiento de la única patria que respetamos: nuestra clase social. Es nuestro 20 de junio, porque nos propone izar otra bandera: la roja, la de los trabajadores del mundo unidos. El 1° de mayo es, incluso, nuestro 10 de noviembre, porque nos enlaza con la tradición: nuestra tradición socialista.
Es nuestro día y no está mal desearnos felicidad. Así nos diferenciamos del peronismo, que nos dice que hay que cagarse de hambre pero con actitud inclusiva. Y así nos diferenciamos de los libertarios, que nos dicen que hay que cagarnos de hambre pero con equilibrio fiscal.
Nos deseamos felicidades, sí. Porque luchar es algo que únicamente va a tener resultados si primero nos desmarcamos de nuestros enemigos: los burgueses. Desearnos feliz día no va en contra de la lucha en el presente, que estamos buscando cómo luchar. Y esa búsqueda tiene una única salida positiva para los trabajadores: un programa político socialista, un programa político que se resume, simbólicamente, en esta celebración.
Antes de llegar a ser campeones de la confrontación es necesario que seamos campeones de la unidad de la clase trabajadora, de los intereses del conjunto. No defensores del gueto positivo del progresismo, sino de la compleja unidad de intereses entre quienes parecemos distantes. Nos une ese simple deseo: felicidad para los trabajadores.
Hoy es necesario abrir las puertas de nuestro pensamiento a la heterogeneidad de la clase trabajadora. Respetar a los compañeros peronistas, sí, pero también a los que votaron a Milei. No todos los mileístas son anarcocapitalistas, así como no todos los peronistas son ñoquis delatores. Esa es la esencia política de sus partidos pero no alcanza para explicar y entender la posición de sus bases.
Las luchas que muchos esperamos librar contra este estado de cosas tienen un requisito previo: la unidad que nos delimite de los enemigos de clase. El peronismo y la burocracia sindical son percibidos por millones como sus enemigos, en igual medida que otros ven como su antagonista al actual gobierno. Hay algo de verdad que rescatar allí (son partidos y políticos patronales) y algo que discutir (no se trata de encontrar otro político patronal, sino de repudiarlos a todos).
1° de mayo: por un día, el mundo se detiene para que podamos disponer de nuestro tiempo y encontrarnos. Si lo hacemos, no invitamos a los patrones. Por un día nos juntamos, aunque sea en grupos menguantes. Ese solo hecho, pequeño pero nítidamente delimitado, nos anticipa un retazo del futuro.
El 1° de mayo es un día que nos dice, en cada deseo de felicidad, que el socialismo es posible. E incluso deseable. ¡Feliz día de los trabajadores!