La obra que ilustra estas líneas es La hora del almuerzo1, de Pío Collivadino2, autor nacido en Barracas en 1869. Comenzó su formación en la Societá Nazionale de Buenos Aires. A los 20 años viajó a Italia y, dos años después, ingresó en la Accademia di San Luca, egresando siete años más tarde. Su formación prosiguió en Francia, Alemania, Holanda, Bélgica e Inglaterra. Regresó al país en 1896. En 1903, La hora del almuerzo ganó una medalla de oro. Llegó a ser miembro honorario de la Academia de Brera (Milán) y, en 1908, lo nombraron director de la Academia de Bellas Artes, donde tuvo como alumnos, entre tantos, a Lino Enea Spilimbergo, Miguel Victorica, Raquel Forner y Benito Quinquela Martín. Colaboró en la creación de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, en 1939, y el Museo de Calcos y Escultura Comparada, en 1941. Fue director de la primera hasta 1944, en que fue despedido por el gobierno que surgió del golpe de 1943, golpe que tuvo entre sus protagonistas a Juan Domingo Perón.
Ese mismo gobierno de facto, un año antes de expulsar a Collivadino, apenas encaramado en el poder, ya había expulsado de su cargo docente en la Universidad de Buenos Aires a Bernardo Houssay. El brillante médico e investigador fue cesanteado por los golpistas a causa del reclamo por la vigencia de las instituciones democráticas. Fue en ese ostracismo que le otorgaron a Houssay el premio Nobel de medicina y fisiología, en 1947. Algo que el peronismo se encargó de ocultar prolijamente. Este egresado de la UBA, creó en 1919 el Instituto de Fisiología en la Facultad de Medicina, lo dirigió hasta 1943 y retornó a su conducción en 1955. Su permanencia en el país redundó en una fuerte corriente de investigación ligada a su especialidad. Protagonista determinante de la creación del Conicet en 1958, ocupó su presidencia hasta su fallecimiento. Entre sus discípulos se destaca otro premio Nobel surgido de la UBA: Federico Leloir, premio Nobel de Química en 1970.
César Milstein estudió primaria y secundaria pública, luego se graduó en la UBA, donde obtuvo su primer doctorado, en 1956, a los 29 años. En ese momento fue becado en Inglaterra: volvió por un año en 1961 y se afincó en Gran Bretaña, definitivamente, en 1962. En 1986 fundó, con otros argentinos, una empresa dedicada a la actividad científica que radicó en Canadá. Y en 1986, por sus desarrollos en un laboratorio de Cambridge, recibió el Premio Nobel de Medicina. Su descubrimiento fundamental, los anticuerpos monoclonales, está muy relacionado con las terapias que utilizó Messi cuando padecía problemas de crecimiento. Milstein es un científico admirable y su actividad no estuvo, hasta donde se conoce, emparentada con las muchas sordideces y acomodamientos a la ganancia de una rama tan sofisticada como rentable: la salud. Justamente por eso, por ser admirable como individuo, es que destaca mucho más la existencia de una estrategia sin destino.
La trayectoria de Milstein tiene similitud con la de Martha Argerich, quien publicó en estos días una carta en Página/12, en la que afirma:
Yo misma he recibido el apoyo del Estado Argentino cuando era jovencita, y eso fue fundamental para mi formación y posterior carrera artística.3
Considerada la mejor pianista nacida en el país, no hay gran escenario que no se haya rendido ante su arte ni reconocimiento que no haya recibido. Incluso auspició la creación de unas becas para músicos que pagaba el Estado argentino y hoy están en entredicho (lo que motivó la carta citada).
Cuatro talentosos nacidos en Argentina y promovidos por instituciones y fondos estatales de este país. Dos en el terreno del arte y dos en el de la ciencia. Dos pertenecientes a una generación, dos a la siguiente. Dos que fueron arteramente perseguidos por Perón, dos que desarrollaron (y desarrolla, en el caso de Argerich) su trabajo fuera del país que los formó y promovió.
Dos cuya impronta y acción determinaron el desarrollo posterior de su sector (la pintura y la fisiología), dos que impactan en nuestro país como lo hacen en cualquier otro: a través de la distribución universal del fruto de su talento (aprobación de tratamientos derivados de los anticuerpos monoclonales en el caso del científico; fechas asignadas al país en las giras mundiales de la pianista).
No podemos pronunciarnos sobre entidades indiscutibles y polémicas como el amor a la Argentina que ellos profesaron y profesan, que podemos dar por cierto y verdadero. No se trata, tampoco, de la calidad artística o personal de cada uno ni de su actividad como benefactores o filántropos. Nos interesan otros aspectos en arduo debate en este momento.
Nos referimos a lo que la sociedad recibe de estas acciones y a lo que la sociedad piensa de ellas. No se trata de la obra ni de la persona. Las obras y las personas se deben reconocer o rechazar por ellas mismas, con otros criterios. Se trata, aquí, de las estrategias que una sociedad desarrolla, de sus objetivos y de sus resultados.
Que el Estado ponga mucha o poca plata no es un criterio suficiente para evaluar una política. De hecho, esa perspectiva no escapa a los criterios contables propios de la burguesía. Que el Estado ponga dinero en forma de subsidios o deje de percibirlo en forma de exenciones es algo usual, que no necesariamente tiene un efecto progresivo. Facilitar las condiciones económicas para este o aquel sector particular, para tal o cual productor privado, es lo que se llama «política económica».
Que el Estado facilite la producción de soja, de talento artístico o de calidad científica no necesariamente favorece al conjunto social. En los hechos, lo que determina el resultado final de las inversiones en proyectos privados es ese conjunto social, con sus perspectivas y expectativas. Da lo mismo si se trata de carne vacuna o de semicorcheas. Por eso lo que señala el destino de las obras de unos y otros es la decadencia constante de la Argentina capitalista. Es esa decadencia la que explica (en una sociedad basada en la competencia de privados por la maximización de beneficios) que los personajes mencionados no hayan desarrollado su obra en la sociedad que pagó la parte determinante de su formación: la inicial, sin la cual no hay consecución alguna.
¿Qué estrategia es necesaria hoy? ¿Las becas que promuevan el «orgullo nacional»? ¿O un cambio en las relaciones de propiedad para conseguir sinergia social? ¿Proseguir con los estímulos al desarrollo individual? ¿O imponer el sostén del crecimiento societario?
Mientras el mundo de la cultura y el conocimiento reclama su parte en la distribución social, hay millones de trabajadores que no le encuentran sentido a ese gasto del que presumen que nada les va a llegar. Incluso aunque la estructura regresiva de los impuestos en este país convierta a esos millones de trabajadores en aportantes obligados.
Así se cocinó, a fuego lento, un mudo malestar de décadas que ha estallado en forma de voto reaccionario. Y que, paradójicamente, señala el fracaso de la teoría del derrame. Justo con un presidente que es absolutamente partidario de ella.
Por eso es inútil combatir al individualismo mileísta con su propia medicina. Las expresiones superiores del arte y la ciencia no «derraman» sobre el conjunto más que lo que derraman otros sectores. Es decir: derraman poquísimo. Sus reclamos, aislados y con un programa particular, producen indiferencia cuando no rechazo.
La cúspide de la pirámide cultural no es el punto de partida para rearmar la estructura degradada de nuestra sociedad. No puede dar frutos sin una profunda revolución en el área educativa, que intima a comenzar por la recomposición de los salarios docentes. Y la reorganización racional de la pedagogía en base a objetivos comunes, no a percepciones individuales. Cristian Caracoche publicó en su muro de FB que:
Entre noviembre y diciembre del 2023 el poder de compra del salario docente cayó un 20%. Poco más de la mitad de esa caída se debió a la eliminación del FONID (un 11%), y la otra parte de esa caída (un 9%) se debió a que la provincia dio un aumento muy por debajo de la inflación. A partir de enero, la provincia fue dando aumentos acompañando la inflación. Es decir, no recompuso ni lo que sacó Milei con su motosierra ni lo que redujo Kicillof con su licuadora. Si seguimos con estos aumentos que se están dando desde enero (que van más o menos cercanos a la inflación), se consolida la fuerte caída de diciembre, y nos vamos «acostumbrando» a vivir con un 20% menos de ingresos. (Fuente: Elaboración propia en base INDEC, FEB, SUTEBA)
Puede parecer que oponemos una cosa con otra. Como si dijéramos: «Antes de poner guita en el arte y la ciencia, hay que subir los salarios docentes». Nada más alejado de nuestra posición. Nada más alejado de cómo funciona la realidad. Encadenamos ambas cosas de manera virtuosa: si queremos que un mayor número de la población se una para defender estas conquistas y condiciones de vida, entonces será necesario partir de las premisas más generales (las que unen sectores más vastos, salarios, fuentes de trabajo) para llegar a las más específicas. De la misma manera, será imprescindible señalar que Milei no es el único protagonista de la decadencia argentina, como lo demuestra la expulsión sin retorno del talento pagado por la población trabajadora desde hace medio siglo. Contrariamente a empujar a la fuga, los países que crecen aspiran cerebros deliberada y planificadamente.
Es necesario y es prudente apostar a la reconfiguración de las condiciones de la producción social –nos referimos a la fábrica de inteligencia y sensibilidad: la educación– y no a la asignación de recursos para particulares. Promover la reconfiguración de la producción, el socialismo, es muy diferente a la redistribución de la riqueza bajo su forma capitalista.
Todos los reclamos son necesarios y válidos en cuanto defensa de condiciones de vida inmediatas amenazadas. Pero esas amenazas se sostienen, entre otros factores, por la fragmentación y desjerarquización de los reclamos. La jerarquía de las demandas es lo que constituye un programa, un derrotero a construir. La asignación sistemática de recursos sociales al desarrollo privado es un camino sin futuro. El futuro es la reconfiguración del mundo social, comenzando por su base indispensable: la educación. Y logrando el compromiso de los favorecidos para no abandonar a los desfavorecidos, que son parte indispensable de su éxito.
Convocamos a la Marcha de las Universidades el martes 23 de abril y convocamos a debatir qué país puede tener una política universitaria. Porque en el país actual, con estas relaciones sociales, no es posible tener una política universitaria en beneficio del conjunto de los trabajadores.
NOTAS:
1Enlace a la obra en el sitio del Museo Nacional de Bellas Artes.
3Erik Gómez, «Martha Argerich: “Si el Estado no apoya a la cultura, el futuro es realmente peligroso”», publicada el 9 de abril de 2024.