Sencillito #14: Independiente, fútbol y crisis.

Cuando ningún entrenador te va a salvar del descenso

La crisis institucional y también deportiva de Independiente (contrastando con la estabilidad de su clásico rival) nos obliga a elegir entre modos de interpretación opuestos para fenómenos similares. «Estamos condenados al éxito», dijo Duhalde hace dos décadas y esa idea del triunfo inevitable nos obligaría a considerar los fracasos y las derrotas como cuestiones espurias, errores, malformaciones y desviaciones de un destino de gloria ya trazado. Todos pueden ganar a la vez. Y si no lo hacen es porque se administran mal los recursos, o se trabaja para otros intereses, ajenos o espurios.

Es necesario aclarar que la competencia deportiva no incluye como condición necesaria la competencia económica. Aunque con similitudes en muchos aspectos, no son necesariamente indisociables. De hecho, en los mismos clubes que compiten en el terreno económico –a través de la disputa deportiva, entre otras– hay campeonatos internos, arduamente disputados, que no incluyen cuestiones económicas. Ni se compite por dinero ni los ganadores se fortalecen en términos económicos.

Pero vale detenernos en un rasgo común: si se compite, no pueden ganar todos. Hay un campeón y un número mucho mayor de no campeones. Pueden escribirse tratados sobre el resultadismo pero no hay ningún reglamento deportivo que proponga un objetivo superior a ganar. Eso no impide disfrutar del juego aun cuando se pierda, encontrar satisfacciones en competir. Pero sólo si se toma como punto de partida respetar el reglamento (condición sine qua non de cualquier competencia deportiva) y se juega para ganar. Y es necesario que no puedan ganar todos para, de esa manera, estimular la competencia.

Lo propio del capitalismo no es la competencia (que es, junto con la cooperación, tan antigua como la humanidad) sino que esa competencia se produce en el terreno de la acumulación del capital, es decir que sus efectos se retroalimentan sobre la misma competencia, negándola. De allí que, junto con el surgimiento de nuevas ramas de la producción, el Estado debe actuar para limitar el efecto concentrador y centralizador de la competencia, que librada a sí misma culminaría en la anulación de la competencia misma.

Pero dado que la motivación de la competencia es la acumulación en el terreno económico, resulta imposible evitar, salvo in extremis, esa acumulación. Si así se hiciera, el capital desbordaría a otros espacios donde se pudiera competir acumulando.

De manera que la diferencia entre el deporte profesional, ligado al negocio del espectáculo deportivo, la publicidad y el mercadeo, es inmensa con respecto al deporte no profesional, que puede competir reiniciándose cada vez. Si es cierto que se compite para ganar en ambos, no lo es que los derrotados mantengan chances de hacerlo luego de cada fracaso.

Mucho peor es si, en lugar de aceptar que así funciona el capitalismo y por lo tanto mientras estemos dentro de él ser consciente de sus reglas y su dinámica, se cree caprichosamente que esto no sucede. El fútbol argentino es un gran productor de materia prima, tiene una base de captación, una red apretada que permite encontrar con mucha eficiencia todo talento potencial qué pateé un fútbol en el territorio. Tiene, además, un sistema de competencia de alta densidad deportiva que les ayuda a aprender y desarrollarse tempranamente. Tiene, en tercer lugar, una catastrófica conducción dirigencial de clubes en manos de burgueses y burócratas sindicales, que los utilizan como plataformas de maniobra. Y que gracias al formato jurídico «asociación civil» les resultan gratuitos y no tienen que comprometer sus patrimonios para usufructuar los del club. Y de los que pueden salir indemnes realicen las barbaridades que realicen.

Por eso siguen apareciendo buenos futbolistas, pero cada vez menos. Por eso no juegan prácticamente en el país, porque se ven llevados a eludir al declinante fútbol profesional en Argentina. Porque como no todos pueden ganar en la competencia, pero en la competencia económica los que pierden tienden a perder cada vez más. Y en Argentina es un fútbol declinante. No se trata sólo, aunque es una condición importante, de mala gestión o dirigentes aprovechadores e ineptos: se trata de un sistema de expropiación y concentración en manos de pocos, donde los ganadores se elevan sobre una masa creciente de perdedores.

Veamos el siguiente cuadro.

Se trata de los campeones de Copa Libertadores, torneo de clubes: jugadores del torneo local a diferencia de los de selecciones que suelen ser muy poco representativos de la AFA o la CBF a pesar de que esos son los escudos de las camisetas.

Los 63 torneos han sido agrupados en períodos de 8 (menos el último con 7) y los ganadores en clubes de Brasil, Argentina y de los otros 8 países (eventualmente algunos más cuando participaron invitados). Se puede apreciar el declive del resto del continente (gris), y como los sigue Argentina. Y el ascenso de Brasil. Como dato suplementario, hace 4 años que el campeón es de Brasil, tres que disputan la final dos equipos brasileros, dos años que tres de los cuatro semifinalistas pertenecen a la CBF. Además de los títulos, a la CBF afluyen los millones de dólares de los premios, el interés de los sponsors en contratar publicidad, de los espectadores por los abonos, y de los hinchas por camisetas y otros productos asociados. Y eso significa también posibilidades de contratar mejores jugadores, y reiniciar el circulo virtuoso. No es matemático pero la tendencia es comprobable.

Un indicador de la catastrófica gestión de las asociaciones civiles con burgueses y burócratas al frente para gestionar el fútbol, es que donde la materia prima no les llueve no logran nada. En el fútbol femenino, la Copa Libertadores clasifica cuatro equipos extra de las ligas mejor ranqueadas históricamente y Argentina no es una de ellas. Hubiera podido serlo pero era necesario promoverlo, no administrar los recursos históricos como en el fútbol masculino iniciado en 1893. Los empresarios administran mejor, incluso en el plano deportivo, los clubes que han comprado, que los parásitos a través de los cuales los socios creen que los clubes les pertenecen.

Entonces quizás convendría pensar distinto las crisis. En este sistema toda unidad económica (y los clubes independientemente de su formato jurídico son entidades privadas que compiten en el mercado) tiene dos destinos: aplastar el mayor número posible de competidores o ser aplastado. Indefectiblemente porque está en la lógica del capitalismo, la mayoría debe ser expropiada en función de la acumulación de una minoría cada vez más minoritaria. Esto no se resuelve con destrezas, honestidad o capacidades (aunque la falta de estas empeore las cosas) sino cambiando el sistema que determina este funcionamiento. Dentro de él, una masa creciente de participantes perderá y no logrará recuperarse. Se trate de países como la Argentina, clubes como Independiente, o individuos como los que pierden el trabajo y pasan al mundo de la precarización, o los trabajadores precarios que son desplazados hacia la indigencia o a dormir en la calle. Lo que el deporte profesional nos muestra, porque está continuamente en exposición, es que hay que elegir entre permanecer dentro del capitalismo e intentar ser de los pocos que se salven o enfrentarlo para intentar que nos salvemos casi todos.

Imagen principal: Absenio Erico en la portada de El Gráfico (22 de julio de 1938). El epígrafe atestigua: «El vistosos forward de Independiente hasta ahora scorer del campeonato».

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