Este fin de semana se iban a realizar –pero fueron suspendidas por una decisión judicial– las elecciones en Boca Juniors. Si entre los aspirantes a dirigir un club tenemos a un ex presidente de la nación, obviamente «la política» está metida en esas elecciones. Señalado lo obvio, ahora tratemos de interpretar de qué manera «la política» está metida en las elecciones. Como socialistas, nos proponemos hacerlo desde un punto de vista que no coincide con el que tienen las perspectivas ideológicas mayoritarias en este momento, que son las que se expresan, con distorsiones y particularidades, en este conflicto.
A quien le interesa el fútbol, seguramente le aburran estos prolegómenos. Y tiene razón, al menos en apariencia. Porque las razones del conflicto sólo muy lateralmente tienen que ver con lo que ocurre en el campo de juego. Por eso vamos a gambetear las apariencias del conflicto y penetraremos hasta los problemas más profundos, las quejas que provoca y las propuestas que se oponen.
La política en estas elecciones
Para el pensamiento burgués predominante, los problemas del país se trasladan a Boca sin mediaciones ni particularidades. Se trata de la corrupción, la ineficacia y el atraso, por un lado; o del egoísmo, el individualismo y el desprecio por los menos favorecidos, por el otro. Poco importa que los que denuncian la corrupción sean efectivamente corruptos y beneficiados por el poder, o que los que dicen preocuparse por el otro hayan desatado la más brutal y anti obrera crisis económica en décadas. Son ideologías: armaduras de pensamiento que muestran tanto como esconden, y que satisfacen a sus respectivos partidarios.
No se trata de masoquistas que eligen lo contrario a sus intereses, sino de resignados que eligen defender un resto particular y recortado de sus intereses, a costa de resignar el bienestar de otros y una parte de su propio bienestar. ¿Por qué? Porque no ven ni imaginan una opción más amplia, más abarcadora en sus beneficios, que sea posible. Mientras que suponen, a la vez, que aquello –restringido y para pocos– que defienden sí es posible. El principal efecto de la ideología es dar por supuesta la posibilidad del mal menor.
Sustraernos a la obligación de un falso dilema, escapar del laberinto que lleva a elegir forzosamente entre dos expresiones de lo mismo, nos exige comenzar desde otro lugar, plantear el problema de otro modo.
En primer lugar, conviene entrenar los músculos del análisis crítico mediante un ejercicio que sirve para una gran cantidad de casos: verificar la distancia entre la queja y la propuesta. Es decir, entre los problemas que se expresan en las quejas y los problemas a los que supuestamente responden las adhesiones ideológicas. Por eso es infructuoso, para el caso que aquí nos convoca, comenzar por las propuestas de Riquelme y de Macri: esas propuestas juegan en la cancha marcada por la burguesía.
¿Por dónde empezar, entonces, desde una posición socialista? Por los problemas del fútbol argentino. Pues Boca es el mayor exponente de ese mundo y esto es lo que está en juego detrás de la pantalla judicial del conflicto.
El centenario negocio del fútbol
Nuestro país es una nación capitalista con un Estado burgués plenamente desarrollado (lo cual no significa eficiente ni potente, sino que ya han sido construidas sus funciones capitalistas). En tanto deporte competitivo, el fútbol es una típica actividad desarrollada en las sociedades capitalistas y, en tanto consecuencia lógica del éxito de la actividad deportiva, el espectáculo (de eso se trata Boca, del mayor exponente local del espectáculo deportivo) es la metamorfosis en «pasión de multitudes» o, en términos más prosaicos, en mercado. Pues no debemos engañarnos: la pasión, en condiciones capitalistas, son sinónimo de mercado, independientemente de cómo «lo vivan» o «lo sientan» los individuos.
De manera que las preguntas acerca de la crisis en Boca no han de responder a los vericuetos de la pasión (que por supuesto existe y es poderosa, pero interpreta a un actor de reparto en estos temas) sino a los tejes y manejes del negocio en cuestión.
¿Cuáles son los problemas del fútbol argentino? La crisis económica y la violencia cotidiana. No son los únicos problemas pero son los principales: dos modos de la descomposición social que corresponden a la decadencia general del país burgués.
La composición del espectáculo del fútbol profesional en Argentina desarrolló fortalezas inhallables en otras ramas económicas locales. Esquemáticamente, esas fortalezas se resumen en la combinación de un desarrollo temprano, una amplia base de captación y una muy dinámica sinergia competitiva. Veamos.
Jugar al fútbol casi desde la reglamentación del deporte le otorgó a la Argentina una ventaja temporal potenciada. Porque mientras una mitad del mundo practicaba el otro tipo de deporte británico en equipos (el de carrera y bateo), la mitad del mundo adscripta al fútbol (Europa) tuvo que soportar sucesivas guerras devastadoras.
El envión se potenció con el auge de la vida urbana (anticipada con respecto a muchos países de la región, por ejemplo), que se aceleró con la crisis agropecuaria tras la crisis del 30 y la sustitución de importaciones. Allí comienza un sostenido nivel de competencia, que obliga a un alto grado de destreza desde muy temprana edad y que prolifera en el amplio reguero de clubes que el envión asociacionista de las dos primera décadas del siglo XX proveyó. Esa extensa e intrincada red de clubes hoy recibe y abarca una enorme base de captación y demuestra una tremenda eficacia al no dejar talento sin encontrar y explotar.
En cuanto a la sinergia competitiva, observemos que el espectáculo deportivo fue, durante las primeras 7 décadas del siglo XX, una actividad que gozó de un proteccionismo dado de hecho: sólo se podía ver en el estadio, de manera exclusiva, lo cual impedía la internacionalización (excepto por fénomenos marginales). Aunque está fechado en 1931 el momento en que se les reconoció a los trabajadores del fútbol el derecho a la retribución salarial, el negocio propiamente dicho es muy anterior: hace 120 años, como mínimo, que los clubes cobran entradas y acumulan patrimonio para mejorar posteriormente sus ingresos, en un círculo virtuoso que les deparó a algunos clubes (y dirigentes) patrimonios e ingresos millonarios en la actualidad. Los saltos en la aviación comercial y la edad dorada del televisor durante la segunda posguerra expandieron el horizonte del negocio: en 1956 y 1960, en Europa y Sudamérica respectivamente, aparecieron los campeonatos continentales de clubes.
Observemos además que, al complejizarse la gestión de los clubes en la segunda década del siglo XX y aprovechando el modelo de «Entidades privadas sin intervención del Estado» que rige al fútbol profesional argentino desde sus orígenes, la conducción de los clubes pronto recayó en burgueses con disponibilidad dinero y, por ende, de tiempo para realizar esa tarea. Desde el amanecer del fútbol criollo se formó una capa dirigencial de extracción burguesa (y, posteriormente, de la burocracia sindical) que instituyó, en un coto cerrado, al mundo del espectáculo deportivo profesional rentable. Un ejemplo patético de las dificultades que existen para acceder a esa burocracia fue el intento de Marcelo Tinelli para ser presidente de la AFA, derrotado por Luis Segura (un pichón de Grondona) con un milagroso empate 38 a 38 sobre… 75 votos.
Ese coto de caza reservado para la burocracia futbolística se sostiene, por un lado, en la estructura de la AFA, a su vez subsidiaria del particular monopolio de la FIFA. Y, por otro, en los sucesivos estatutos que exponen el pacto (u omertá) de la burocracia proteccionista y atrasada. La FIFA es un monopolio aceptado. Incluso en EE.UU., la Sherman Act contra los monopolios se abstiene de tocar a las ligas profesionales. En Europa, esto se discute ampliamente cada vez que los grandes clubes amenazan con montar una Superliga que desactive la Champions League y destartale a la UEFA, una especie de campeonato supranacional europeo al estilo de las franquicias yanquis.
No obstante, hay que tomar en cuenta que el argumento esgrimido por los grandes clubes es muy parecido al de las grandes empresas tecnológicas cuando son acusadas de manejos monopólicos: que las colosales inversiones que requiere el espectáculo deportivo en la escala hoy alcanzada no pueden sostenerse si se obliga a incorporar clubes económicamente frágiles y deportivamente poco atractivos. Dicho de otra manera, quienes conforman esos planteles (que, cuando se enfrentan entre sí, no tienen nada que envidiar a los que disputan en los tramos finales de un Mundial) no encuentran sustentables unos enfrentamientos cuyo resultado es prácticamente predecible y, por ende, también su desarrollo. Es cierto que el fútbol es uno de los deportes con mayor rango de posibilidades para lo improbable. Como también es cierto que, difícilmente, alguien quiera pagar para ver muchos partidos con el resultado cantado a la espera de un batacazo.
A nivel internacional este problema se asume en los reglamentos de las competencias, que favorecen a los grandes clubes de las 5 grandes ligas y que reparten migajas entre los equipos no competitivos. De esta manera, lo que antes era un campeonato entre los campeones de cada Liga, se ha transformado en un campeonato entre los cuatro o cinco primeros de las grandes y una decena de equipos menores sometidos a una tortuosa selección previa. Algo parecido sucede en la Conmebol.
En resumen, esa burocracia internacional posee la administración de un negocio monopólico que no se puede desarrollar por fuera (salvo un quiebre, una fractura) y que tiene la forma de una pirámide cada vez más empinada y excluyente, mientras se vuelve, en la cúspide, cada vez más rentable y atractiva.
Recortado sobre el paisaje de ese negocio mundial, la fracción argentina se organiza a contrapelo de la trayectoria internacional. Mientras que las ligas de otros países se integran al negocio con un tope de 20 equipos o menos (un límite que privilegia tanto el espectáculo a vender como la calidad de los jugadores que se exhiben), la AFA tiene un campeonato con 28. Veintiocho equipos para un extenso territorio con 47 millones de habitantes contrastan con los dieciocho de la Bundesliga alemana en un país de menor superficie y el doble de población (sin entrar en las ineludibles diferencias de fortaleza económica).
El esquema argentino satisface las necesidades de una burocracia futbolística burguesa que dirige los principales 50 clubes de fútbol profesional del país y que vota en representación de los 3000 clubes de fútbol restantes (a los cuales la AFA representa sin que su Estatuto les otorgue más que una participación marginal e indirecta). No siendo competitiva, esa burocracia tampoco es democrática, ya que la mayor parte de los clubes del país se viste de comparsa y silencio: votan los 28 clubes de primera (así los presidentes se aseguran la mayoría casi automática), más algunos representantes por las categorías que siguen (Nacional B, Primera B, etc., el fútbol del interior, el fútbol femenino, etc.).
En otras palabras, ni participan todos los clubes ni se tiende a democratizar la práctica deportiva y su disfrute como espectáculo mediante la participación de toda la población (algo inaceptable para la estructura de la sociedad capitalista) ni se actúa de acuerdo con la lógica del capital y su dinámica promoviendo alguna participación en la estructura mundial del deporte competitivo y su rentabilidad. Esto se debe a que los clubes argentinos en particular, como el país en general, no están en condiciones de competir verdaderamente a nivel internacional sin sufrir una transformación devastadora en todo su sistema.
Por supuesto que, todavía, la poderosa estructura construida en la primera mitad del siglo XX continúa pagando dividendos. Pero estamos mirando la ventana del séptimo piso, cayendo desde el vigésimo, sin considerar la fuerza de gravedad: la vigencia del fútbol argentino depende de su capacidad para devorarse a sí mismo. Porque, tanto en términos deportivos como en términos económicos, la Argentina ha optado por agonizar.
La pasión es la economía por otros medios
El problema de la violencia deriva de la crisis económica. Dado que los burgueses menores (encaramados a la burocracia de los clubes) son extremadamente débiles ante la dinámica económica más amplia y general del sistema, la violencia conectada a los clubes ha ido creciendo paulatinamente desde hace casi un siglo (la «Barra de la goma» de San Lorenzo, que disciplinaba a jugadores díscolos, data de 1926).
El club actúa como organizador de la violencia territorial (la tribuna, el paravalanchas) y como escenario electoral de las organizaciones mafiosas que trabajan con y para la dirigencia. Mientras los gobiernos, la AFA, los clubes y los intelectuales progresistas dan por supuesto que la violencia tiene origen en las ideas o las pasiones, el narcotráfico entendió rápidamente que la violencia es un reflejo incivilizado de la miseria, es decir, un reflejo de la cruda realidad capitalista: no hay para todos y, cada vez, hay menos.
La medida más estúpida que se implementó para terminar con la violencia en el fútbol consistió en prohibir la presencia de hinchas visitantes, sobre la peregrina convicción de que los muertos son causados por una pasión desenfrenada. La eficacia de la medida queda probada en las estadísticas: desde que se prohibió jugar con hinchada visitante, en 2009, el número de muertos no dejó de crecer. Dos casos ejemplares que muestran la complicidad de esta política con los violentos (fuerza de choque disponible para la represión paraestatal, como se vio en el asesinato de Mariano Ferreyra): el caso Acro, la más feroz interna de la barra de River en la que se mataron entre ellosi. Y el fenómeno de la banda de los Monos, que «administra» a las dos barras «irreconciliables» de Rosario Central y Newell´s Old Boysii.
A pesar de la gravedad de los sangrientos episodios, se sigue sancionado con una amonestación, por «festejo desmedido», al jugador que se quita la camiseta para celebrar un gol. Otra vez, se trata de la lógica delirante según la cual el problema es la incitación a la violencia desde el campo de juego. Mientras tanto, los criminales ríen mientras atoran sus máquinas de contar billetes.
La burocracia deportiva y la violencia organizada son socios por necesidad. Los barras necesitan éxitos deportivos, no por amor a la camiseta (no pocas veces expresan sus reclamos haciendo que el «club de sus amores» pierda los puntos por algún desmán en las tribunas) sino porque incrementan los negocios, los viajes, las reventas, el merchandising, etc. La diferencia entre violencia latente o manifiesta expresa qué tan bien o qué tan mal funcionan los acuerdos de la dirigencia con la violencia organizada. Donde no hay noticias de peleas, muertos y heridos, «la puja distributiva» se mantiene estable.
Ningún club ha erradicado a los barras. Ningún miembro de la burocracia deportiva quiere hacerlo. Por eso, en este punto, no hay diferencias entre las alternativas que Boca presenta. Ambos frentes han gestionado al club xeneixe cogobernando (con mayor o menor fortuna) junto a la barra.
Más allá del Templo y el Oasis
Boca Juniors se encuentra atrapado, como todo el fútbol argentino, en los estrechos márgenes de un país que se deshace ante nuestros ojos. Imaginar que el presidente de un club, aunque sea el poderoso Boca Juniors, puede superar los márgenes de hierro que la asociación y el campeonato en el que participa le imponen, puede librarse de la confederación internacional a la que está atado, puede trascender la antidemocrática estructura institucional que los define y el sostén de la violencia criminal que suplementa esas falencias, imaginar algo así es una fantasía forzada. Sin perjuicio de las simpatías que alguien pueda tener por un ídolo de fútbol o por una figura política, las diferencias entre Román y Mauricio estriban, esencialmente, en la mayor o menor capacidad para interpelar a sus auditorios mediante fuegos de artificio.
Empecemos por la Bombonera. Como recurso retórico y emocional, la apelación de Riquelme a la preservación del Templo es una jugada brillante. Pero, en los hechos, es una soberana estupidez. Los clubes, incluido Boca, mudan y demuelen estadios por necesidades estructurales o imposibilidades inmobiliarias. El fútbol es así, aquí y en el resto del mundo. La propia Bombonera es resultado del desmantelamiento del estadio de tablones construido en el mismo predio, en 1924. Un predio en el que el club recaló tras haber estado un par de años en sagrada tierra prometida de Wilde.
Frente a esa tontería se ofrece otra mayor: un estadio de 400 millones de dólares que financiaría el emir de Qatar. En un mundo igualmente inmaterial y tonto, Macri da a entender que los burgueses milmillonarios gastan plata saliendo de farra con los amigos, un día cierran un cabaré e invitan a todos y, otro día, gastan 400 millones en un estadio que nunca van a amortizar. El club Valencia de España viene lidiando con la necesidad de reformar o construir un nuevo estadioiii desde hace más de 13 años, lleva invertidos 160 millones de euros y necesita 160 millones más. Ni la estabilidad del euro ni los inmensos premios de las competencias europeas ni los comparativamente mucho mayores ingresos por sponsors, abonos o televisión que recibe le han permitido hacerlo. Ahora esperan que se concrete para 2026. Para eso necesitan la ratificación de la sede española para el mundial del 2030.
Lo mismo pasa con la renovación de estadios en Brasil: semejante inversión exige que se relacione a eventos internacionales de gigantesca envergadura. Pero ni la Argentina ni el barrio de la Boca ni la Bombonera se encuentran en la mira de esos eventos. La polémica por el estadio es puro humo. Fulbito para la tribuna.
Ambas propuestas, la guardiana del templo y el regalo del cielo, son falsas porque hay que hacer algo con la Bombonera y no es viable dejarla así como está ni lo es el súper estadio en la Boca.
El pastorcito Juan Román y el lobo fantasma
Riquelme dice que, si gana Macri, no se vota nunca más. Pero, si bien es cierto que hoy se vota, también es cierto que la capacidad del socio para incidir en las decisiones del club es insignificante. Hace décadas que ningún trabajador es presidente de un club de primera. ¿Por qué? Por algo que mencionamos arriba: para llegar a la dirección de un club hace falta disponer de mucho tiempo, o sea de capital, de dinero para las costosas campañas electorales y, no lo olvidemos, hace falta estar en buenos términos con las barras. No obstante, la regularidad del acto eleccionario es precisamente lo que le ha permitido a Macri (o a dirigentes muy cercanos a él) presidir Boca durante un cuarto de siglo. Y se siguió votando.
También aquí el giro discursivo de Riquelme es astuto pero falso. Y se monta en una mentira que lo excede. La gran mentira y estandarte de la lacra que conduce el fútbol: la amenaza constante de privatización. Hace por lo menos tres décadas que la dirigencia burguesa de los clubes le ha declarado la guerra a ese enemigo fantasmagórico que disimula, confunde u oblitera los problemas reales, los gravísimos problemas reales: la privatización de los clubes. Esta falsa amenaza tiene varias aristas polémicas.
La primera: no se puede privatizar lo que ya es privado. Aquí se alimenta la amenaza fantasma. Los clubes no son entidades públicas, estatales, «de todos». Son de los socios, de los particulares que pagan la cuota. Su funcionamiento es regulado por la Inspección General de Justicia, de la misma manera que se regula a la Fundación Techint. Pero la Fundación Techint no es todos, sino de su fundador. Y el club es una entidad privada dirigida por algunos socios elegidos por los socios.
Entonces no se trata solamente de una falsedad (privatizados, ya están) sino de una distorsión deliberada, adecuada a la estrategia prevista y elegida: al no ser estatales, no es el Estado quien decide qué manos privadas lo administran, sino que lo deciden los dueños privados, o sea, los socios. Aun cuando se convalidara el formato de sociedades anónimas deportivas, un club sólo podría transformarse en una sociedad anónima deportiva (SAD) si los propios socios del club lo convalidaran y si, previamente, los socios de la mayoría de los clubes de primera lo han convalidado para reformar los estatutos de la AFA. Un escollo insalvable. Salvo que la voluntad popular, los propios socios, se inclinara a enajenar a sus propios clubes.
Ahora bien, si los clubes no fueran privados (y, por lo tanto, pudieran ser disueltos desde arriba o transformados por decisiones del poder público), entonces la situación sería igualmente inentendible. Los gobiernos «neoliberales» han gobernado en Argentina la mitad de los últimos 35 años: ya sea porque se trató de gobiernos directamente peronistas (como los dos mandatos de Menem), ya sea porque contaron con un amplio apoyo de legisladores peronistas (como ocurrió en el mandato de Macri), estos gobiernos hicieron lo que quisieron prácticamente a su antojo. Privatizaron empresas públicas, contrajeron deuda, cambiaron la Corte Suprema, modificaron el sistema previsional, reprimieron, introdujeron cambios cualitativos e inmodificables en la estructura productiva e industrial y un amplio etcétera. Según el relato que amenaza con la privatización de los clubes, estos gobiernos pudieron hacer todo eso pero no pudieron privatizar el fútbol. Por eso la amenaza siempre es abstracta, difusa e indeterminada, a la medida de una superstición y a pesar de que todo ese poder desplegado durante aquellos gobiernos jamás condujo a la votación de un solo proyecto en la Cámara de Diputados. Sin embargo, como el caballero Simón de Canterville, el ridículo fantasma de la privatización arrastra sonoramente sus falsas cadenas y gruñe sus pelotudeces a través de las cerraduras.
Pero hay una cuestión cuidadosamente oculta. En España, todos los clubes de la Liga son SAD excepto 4:iv Osasuna, Athletic de Bilbao, Barcelona y Real Madrid. Los pequeños (y no tan pequeños) se han transformado en SAD aunque no por decisión de sus socios sino porque necesidad de sus quebrantos. Los socios habían colocado al frente de los clubes, como aquí, a burgueses que no eran dueños de los clubes pero los administraban con liviandad y a según su conveniencia particular. De manera que, finalmente, el dilema fue que o bien la sociedad (es decir, todos los españoles) rescatara mediante el Estado a los clubes cuyos dueños, los socios, habían decidido ponerlos en manos de ineptos, de inescrupulosos o las dos cosas juntas; o bien que se transformara en entidades privadas serias, reguladas y comerciales. Curiosamente, al menos para el sentido común, sólo los clubes poderosos, económicamente competitivos, han resistido la transformación y mantuvieron el formato privado, aunque no en la modalidad de SAD.
Los clubes son una estupenda plataforma para la publicidad, para los productos que sirven de sponsors y para los aspirantes a ser personal político de la burguesía, como Macri o Lammens. Se trata de burgueses que necesitan ser conocidos para poder armar su carrera política (una práctica inaugurada hace más de un siglo atrás, en River y San Lorenzo, por los que posteriormente fueron diputados radicales: Leopoldo Bard y Pedro Bidegain, presidentes de ambos clubes, respectivamente). De esta manera, los clubes proveen de una plataforma para gestionar negocios y de una agenda de contactos con fuerza de choque siempre dispuesta a dar una mano, un puño cerrado o un par de balazos. El especialista en legislación del deporte Albano Abreu observa:
Se pueden encontrar casos en que el Estado interviene fuertemente en la vida institucional de las federaciones, como Francia y España, y otros, como el de los Estados Unidos o el de Argentina, dónde la ley del deporte no establece ningún tipo de control para aquellas federaciones que organicen deportes profesionales […] En otros casos como la Argentina, Inglaterra, Alemania o los Estados Unidos, los estados nacionales han dejado librado a la iniciativa privada la organización de sus propias instituciones sin publicitar su actividad.v
Lo que se defiende no es la propiedad colectiva, sino la libertad para escapar al control estatal. Lo que se defiende es el rechazo a pagar impuestos, tras el argumento de las actividades amateurs (que apenas representan una porción ínfima de los gastos expuestos en los balances pero permiten afectar al conjunto de éstos). Cuando se trata de discutir la política impositiva de los clubes de fútbol, los estatistas se vuelven anti-estatistas y luchan con esfuerzo militante por empobrecer al Estado, mientras que los partidarios del equilibrio fiscal apuntan al déficit defendiendo la permanencia de los subsidios:
La Ley 16.774 –vigente hasta la fecha– estableció una exención para el Club Atlético Boca Juniors de todos los impuestos y tasas nacionales que correspondiera abonar, con motivo de las construcciones que realizara sobre la superficie que le fue cedida mediante la Ley 16.575. Dicha norma legal acordó igual tratamiento a aquellos clubes deportivos que, a la fecha de sanción de la mencionada franquicia o en el futuro, efectuaran obras de construcción, refacción o ampliación de estadios o instalaciones deportivas.
La intención de la citada ley es la de abaratar el costo de construcción o refacción de estadios o instalaciones deportivas que realicen clubes deportivos, por lo que los hechos imponibles correspondientes a los proveedores, locadores y prestadores de servicios relacionados directamente con las obras comprendidas en la liberalidad (esto es, contratados directamente por las entidades deportivas), no se encuentran gravados por el impuesto al valor agregado.vi
En noviembre de 2016, «Tal como explicó el mismo Administrador Federal, las entidades tienen una deuda tributaria líquida y exigible de $137 millones y, producto del régimen especial con el que cuentan, generan un desfinanciamiento en el Sistema de Seguridad Social de $1.300 millones.»vii
Y «la ley 12.965 fijó la exención del pago del impuesto a los réditos y de todo otro impuesto nacional a las asociaciones deportivas y de cultura física, siempre que no persigan fines de lucro o exploten o autoricen juegos de azar, y/o cuyas actividades de mero carácter social primen sobre las deportivas».viii
La amenaza fantasma reaparece cada vez que el peronismo necesita acallar críticas y limpiar la turbia y corrupta imagen del fútbol. En la «lucha contra la privatización del fútbol», los clubes se convierten en inmaculados querubines, los barrabravas se vuelven románticos simpatizantes, los dirigentes son cuidadosos administradores del patrimonio social y todos los problemas reales deben ser olvidados para atender a la amenaza de un dragón legendario, un animal terrible e implacable pero absolutamente literario.
Conclusiones antes de votar
Los problemas del fútbol no se pueden solucionar dentro de un sistema que permite, únicamente, profundizarlos. En los clubes de fútbol profesional, la actividad preponderante, ampliamente preponderante, es el negocio. El resto de las actividades ocupa un espacio menor y subordinado, fundamentalmente destinado a que el club no pierda las exenciones impositivas, las ventajas financieras y las ayudas del Estado.
Cuando se vota el presidente de un club, no se vota ninguna de las grandes alternativas que parecen enfrentarse en las elecciones. Boca seguirá robándole dinero, a cambio de nada, a una masa gigantesca de socios adherentes: lo hizo con Angelici, lo hace con Riquelme, lo hará con quien sea electo. Boca seguirá armando planteles por encima de casi todos los equipos del fútbol argentino, excluyendo a River, y continuará siendo protagonista (de mejor o peor manera). Boca seguirá recibiendo, junto con River, un monto mayor del dinero de las televisaciones. Seguirá teniendo recaudaciones superiores a la que obtiene la mayor parte los clubes con los que se enfrenta. Y seguirá vendiendo su marca a precios aventajados gracias a spónsors sobresalientes. Nada de esto se deberá a las destrezas, el ingenio o la previsión del presidente que resulte electo. Sino al simple hecho de que, como dice el refrán, Boca es Boca.
El drama que Boca y sus elecciones reflejan es el verdadero drama del país. Que gran parte de los trabajadores sostengan la ilusión de que los gravísimos problemas de nuestro sistema social se pueden resolver a partir de escaramuzas y batallas menores. O peor: alistándonos en ejércitos ajenos.
Lo que se define en Boca es quiénes participarán del negocio, no la finalización del negocio. Se define quiénes se beneficiarán con los privilegios, no el fin de los privilegios. Se definen los nombres que integrarán la barra brava, no la desaparición de la violencia. Se define el nombre del DT, no la precariedad de los proyectos y estilos de juego. Se definen las modalidades de reclutamiento de los socios, no el hecho de que el club más popular de Argentina sólo pueda ser alentado en los estadios por los violentos de la barra brava y esa porción más favorecida de la población que puede, sistemáticamente, sin respiro ni fallas, no sólo pagar la cuota sino también asistir con regularidad sarmientina a los encuentros.
En suma, lo que realmente se define en Boca es un pequeño rasgo de una realidad que permanece inmodificada. El socio debería poder hacerlo, para eso paga, paga mucho y para siempre. Incluso debería poder hacerlo el socio que paga y no recibe nada. Pero los problemas estructurales no se resuelven redecorando el interior de la estructura.
Para pensar estos problemas hemos escrito un libro, La historia del fútbol argentino y los trabajadores, que publicaremos en formato electrónico (y en papel, no por romanticismo táctil sino por costumbre acendrada) apenas lo hayamos corregido y diagramado como corresponde. Porque nosotros también preferiríamos tenerles fe a las escaramuzas y no necesitar prepararnos para grandes enfrentamientos. Pero pensamos –comprendemos– que es necesario hacer lo que el mundo nos demanda. No lo que nuestras preferencias individuales encuentran atractivo.
NOTAS:
i https://www.tycsports.com/al-angulo/historia-interna-sangrienta-barra-river-id456216.html
ii https://www.lanacion.com.ar/seguridad/rosario-exponen-el-control-de-los-monos-sobre-las-barras-de-newells-y-central-nid15052021/
iii https://www.eldesmarque.com/futbol/valencia-cf/20230801/un-nou-mestalla-candidato-para-el-mundial-2030-y-pendiente-del-convenio-cumple-catorce-anos-de-inactividad-2_300049855.html
iv https://www.epe.es/es/deportes/20231113/duenos-clubes-propietarios-equipos-primera-division-laliga-evg-94552669
v Abreu, Gustavo Albano. El fútbol argentino. Historia jurídico política de su organización. Marcial Pons. Buenos Aires. 2016 págs. 21 y 25
vi https://servicioscf.afip.gob.ar/publico/abc/ABCpaso2.aspx?id_nivel1=563&id_nivel2=566&id_nivel3=811&p=Exenciones
vii https://archivo.consejo.org.ar/consejodigital/RC41/futbol.html
viii https://www.lanacion.com.ar/economia/un-conflicto-con-la-afip-enciende-luces-de-alerta-en-los-clubes-de-futbol-nid06112022/