OTRO PASO ATRÁS: La Marcha Federal por la Salud del 27F

Las (pocas) noticias acerca de la Marcha Federal por la Salud (convocada para el 27 de febrero pasado) son un festival del plano corto, el testimonio individual y el eufemismo numérico. ¿Por qué? Porque fue un fracaso. O, dicho de otro modo, fue un nuevo éxito del gobierno de Milei. Un gobierno al que, aún en sus peores momentos, las fuerzas opositoras le acercan soluciones a los errores que comente. Página/12 ni siquiera menciona la marcha y Tiempo Argentino ejercita la omisión: no mostrar fotos de drones ni ofrece algún conteo de asistentes.

El fracaso es obvio y presenta un volumen adecuado a la desmesura de los convocantes: «Más de un centenar de organizaciones»… Expone, también, que el programa que se intentó llevar a cabo ni es convocante ni es estratégico.

Ese programa es, simplemente, el que mejor le cabe al retorno del peronismo. ¿Por qué fracasa justo ahora? Porque en este momento el invitado principal de los marchadores convocantes se encuentra librando una importante batalla de su propia interna (con ayuda del gobierno nacional) para centralizar a la oposición y recomponer el bipartidismo burgués: ocupado en lanzar el espacio del gobernador bonaerense (el Movimiento Derecho al Futuro) y moderar las peleas con Cristina, el peronismo no permitió que se anudara una tercera marcha en serie con la universitaria y la «antifascista». Una vez logrado el objetivo primordial de la marcha «antifascista y antirracista» (restaurar un poco la imagen del peronismo y colocar a Kicillof entre los marchantes callejeros de «la resistencia anti-Milei»), no fue necesaria una tercera marcha. Es la hora del «Hay 2025 y 2027».

Así, resultó inútil para el trotskismo comprar la retórica y el programa nacionalista burgués. Una vez más, el peronismo desechó las banderas rojas («aquel infame trapo de los años 70», dijo Cristina) hasta que las vuelva a necesitar.

La marcha fracasó por varios motivos. Por un lado, utilizó el nombre «federal» para negar el federalismo de la salud. Según datos brindados por el gobierno anterior, la mayoría de los trabajadores de la atención de salud, y casi la totalidad de los de la producción, pertenece al sector privado1. En el segundo semestre de 2020 había 396.508 trabajadores de salud del sector público, 599.492 del sector privado (996.000 en total). Esta proporción de empleo público es altísima, ya que la proporción nacional del empleo público frente al privado es 2.745.863 (18%) de empleados públicos contrastando con 12.456.535 privados (en total 15.202.398). La mayoría de los trabajadores del sector público son no profesionales (74,2%). De los privados, el 72% son asalariados y, entre éstos, el 78,3% son no profesionales. El 23% son cuentapropistas pero en este grupo la mayoría son profesionales (67,4%). De lo que se deduce (del cambio en las proporciones) que la categoría cuentapropista escabulle un cambio histórico: en gran medida, esos trabajadores no son «profesionales liberales», sino asalariados de las obras sociales o de las prepagas encubiertos bajo la figura del monotributista.

Además, del 40% que trabaja en ámbitos públicos de atención, sólo una docena de instituciones están bajo jurisdicción nacional (y ni siquiera lo están plenamente). Una marcha federal por la salud debería ir fundamentalmente contra los gestores (gobernadores e intendentes) y no simplemente contra el financiador de la salud pública en Argentina. ¿Era necesario proteger a Kicillof?

Otro aspecto importante: el pluriempleo, que en el resto de la fuerza laboral afectaba al 12% de los varones y al 18,6% de las mujeres, en la rama salud trepa a 26,2% y 23,6% respectivamente2. Una diferencia de 118% y 78% mayor, respectivamente, que para el resto de los empleos. También es significativo entre los problemas específicos que, en comparación con el resto de los trabajadores, los de salud viajan más tiempo para llegar a sus trabajos y lo hacen en transporte público y en peores condiciones, en porcentajes significativamente mayores.

La tasa de empleo no registrado es alta en el sector privado: 24%. Y más baja en el público: 6,35% (esto es, por debajo del 7,4% del promedio de la economía). Pero abunda –y hoy se hace evidente– la eternización de los contratos que burlaron durante años y desde el Estado las regulaciones y los derechos que el Estado decía defender.

Lo mismos ocurre con los episodios de acoso laboral, que del promedio general del 29% que lo ha padecido al menos una vez (declarado en las estadísticas), trepa en el ámbito de la salud al 43% entre los varones y 51% entre las mujeres.

Si a esto le agregamos la muy notoria diferencia salarial entre salud y otras ramas, su atraso histórico y cada vez más pronunciado, es evidente que hay un amplio listado de demandas latentes del conjunto de los trabajadores de salud. Demandas a las que se suman los resguardos necesarios para realizar la actividad: desde materiales de protección hasta las cuestiones de insalubridad.

¿Por qué utilizamos datos del gobierno anterior? Para mostrar que los problemas de los trabajadores de salud (como de cualquier otro sector) son desoídos desde hace muchos años. Esta es la base de la desconfianza que la masa de los compañeros siente hoy ante los llamados a luchar: esos compañeros son conscientes del oportunismo de las agrupaciones peronistas y desconfían –con natural inteligencia– de ellas.

Si, cuando gobiernan, los peronistas no escuchan los problemas de los trabajadores y, cuando son oposición, seleccionan los pocos que no los salpican, entonces es obvio que no les importan los intereses de los trabajadores sino volver a los puestos de poder y toma posesión de las cajas gubernamentales.

La marcha del 27F fue raquítica porque raquítica fue la amplitud de los problemas que tomó para reclamar. Si los propios informes del gobierno anterior exponen que para los trabajadores de salud los problemas más acuciantes son el salario, el pluriempleo, la precarización y las horas extras no pagadas (es decir, la superexplotación –que unifica a públicos y privados–), la distancia de los lugares de trabajo, los largos viajes y los problemas de inseguridad en los horarios límite de esos trayectos, la relación insostenible entre el número de médicos y el muy escaso número de enfermeras, si todos esos son los problemas, ¿por qué no partir de allí?

Si se buscaba un apoyo para los compañeros a los que no se les están renovando los contratos basura del peronismo, entonces el camino era sumar ese reclamo a las reivindicaciones más sentidas de los trabajadores en general. Y militar larga y pacientemente por la discusión de esas demandas en las bases, de manera tal que se llegara a marchar cuando esas bases mostraran disposición a la lucha. Siempre partiendo de unir estos reclamos a otros en curso, como el están realizando los médicos de AMRA y los trabajadores de El Cruce al gobierno de Axel Kicillof.

Por el contrario, el método que conduce al fracaso es la reunión de activistas que se arrogan una representación y un mandato que no tienen (los compañeros no los acompañaron a marchar), y arman un programa que no incomode al peronismo. Ante esto hay dos posturas: la que supone que los convocantes son héroes de la resistencia y el problema, en realidad, es la clase trabajadora que está dormida, obnubilada, o es medio «facha». Y la que asumimos: que la clase trabajadora es lo que es, y que las direcciones fracasan por no hacer lo posible en cada situación concreta para que la clase avance en el camino de la emancipación.

Si el programa no convoca, no es porque falten problemas laborales. No convoca porque (a) no se eligen los problemas correctos, o sea los más sentidos, y porque (2) se confía más en la superestructura que en el trabajo de base. Este punto es decisivo: si en lugar de hacer una reunión con los dirigentes de las «más de cien organizaciones» para decidir acciones, se reunieran los pocos miembros de esas organizaciones con sus compañeros de trabajo para saber por qué reclamos marcharían, encontrarían dos tipos de respuesta: el que indica si es momento de marchar y el que indica por cuáles reclamos.

Por supuesto, un trabajo militante de ese tipo es inviable las «agrupaciones antifascistas», pues la realidad de la clase trabajadora va en contra de construir ese frente absurdo.

Hay algo más que vale la pena tomar en cuenta. Como en el boxeo, los golpes errados suman puntos para el contrincante. Esta marcha no tuvo un resultado neutro. Fortaleció al gobierno, que pudo mostrar que no tiene inconvenientes con la protesta (los que fueron, no muchos, marcharon por la avenida del poder, la Avenida de Mayo, sin represión) y que el descontento del sector salud (9% del PBI y casi el 10% de la población ocupada del país) es mínimo. Así, la arrogancia de los convocantes sumó a la bolsa del poder.

Una vanguardia en pie de guerra constante contra las direcciones burguesas y sus intereses no se construye aliándose con alguna de ellas. Mucho menos dejando de lado los grandes problemas de los trabajadores y eligiendo escrupulosamente a los que confluyen con la campaña electoral de la oposición burguesa.

NOTAS:

1 Situación ocupacional de los trabajadores de la Rama Salud, Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, 2021.

2 Sol East, Tim Laurence y Elva López Mourelo, «COVID-19 y la situación de las trabajadoras de la salud en Argentina», informe técnico OIT Argentina, ONU Mujeres Argentina y UNFPA Argentina, 2020.

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