Ninguna elección cambia el rumbo general de un período. En el mejor de los casos, expresa un quiebre previo. Por eso, para pensar las elecciones, vamos a comenzar con el marco general en el que nos movemos.
Desde el año 1989 en adelante, los socialistas ya no tenemos un Sputnik. Es decir, nada de lo que proponemos puede ofrecer siquiera un ejemplo menor de éxito. Y todas las experiencias socialistas reales han terminado mal. Lo que era un faro, ahora es un eclipse.
Además, como si fuera poco, la salida inmediata de esa oscuridad ha sido, para la mayor parte de las fuerzas dispersas del campo de la izquierda, renovar con lo caduco: una adscripción furiosa al individualismo liberal y el estatismo burgués. Un efecto de esta adscripción fue el enchastre con las experiencias populistas latinoamericanas, es decir sobre llovido, mojado; sobre Stalin, Maduro. A la pregunta de por qué crece la derecha, debemos responder, antes que nada: porque los exponentes de izquierda le han hecho el campo orégano.
Una cuestión no menor para pensar este momento es reconocer que, con el fin de la Guerra Fría, donde había dos experiencias en marcha, dos opciones en disputa en cuanto a la organización social, presenciamos el hundimiento categórico de una de esas opciones. (Se había perdido el terreno común: el debate dentro de la opción socialista, porque esa opción desapareció.) El comunismo era una «religión» que implicaba a media humanidad, los debates podían rechazarlo pero no ignorarlo. Era una referencia político-ideológica universal. No una alusión distante, vaga y teórica, sino un conjunto de experiencias en marcha, imponentes y determinantes.
Esto es muy importante para pensar los fenómenos electorales y todos los fenómenos de la conciencia en la clase trabajadora hoy, porque suceden en un terreno práctico en el que no sólo no hay alternativas visibles al capitalismo (tampoco las había en 1917), sino que además persiste el recuerdo del fracaso de los intentos previos. Y mucho peor, el recuerdo y el presente de las experiencias que –en un mismo momento– nos endilgan nuestros enemigos y ha reivindicado gran parte de nuestros compañeros: el populismo latinoamericano, el socialismo del siglo XXI, el fracasado kirchnerismo que gestó la llegada de Milei.
Esto no es un dato menor, porque el desinterés de la población trabajadora por las soluciones colectivas está empastado del enojo con la solución burguesa que Milei nombra «socialismo»: el peronismo K. El reflejo del desinterés por las soluciones colectivas se expresa de manera más notoria, a nuestro juicio, en la desaparición de la agitación y la propaganda contra la burocracia sindical (se agita contra su poca disposición a la lucha, no contra su estratificación social). Hace años que en el terreno gremial sucede lo que sucede crecientemente en el político: el alejamiento, la desafiliación, la retracción de la participación.
En este marco suceden las elecciones, en este marco debemos pensar nuestra militancia. Al fin y al cabo, no analizamos para la satisfacción intelectual, sino para la acción socialista, necesaria, hoy.
5 rasgos generales, 3 aseveraciones puntuales
Las elecciones han transitado su primer tramo. Los rasgos más marcados de estas elecciones de medio término son, en primer lugar, la apatía y el letargo persistente.
El segundo gran tema ha sido la batalla, en gran parte definida en CABA, pero con algunos capítulos pendientes, sobre la estrategia dominante en el espacio de la llamada «derecha».
El tercero es la interna peronista, de la que no se ha librado más que un preliminar. Un preliminar que nos muestra que, aún con una derecha fragmentada y un jefe de gobierno en CABA sin glamour ni prestigio, el peronismo no supera el tercio de los votos, exponiendo su imposibilidad de capturar el enojo o el desencanto.
El cuarto tema es el de la esterilidad de las pequeñas formaciones, la paradoja de una fragmentación que fracasa como oferta electoral, pero funciona muy aceitadamente durante el período legislativo en el que las listas se descomponen en representación de intereses sectoriales. La contradicción entre ejecutivo y legislativo, entre dispersión y concentración, que la estrategia de Karina se propone resolver.
Y en quinto lugar, la renovadamente repetida performance de institucionalidad marginal de la izquierda, contradiciendo su estrategia de súplica de votos «a como dé lugar». Pero la izquierda, aunque marginal, es el territorio donde hacemos nuestra política. No se puede desplegar una izquierda masiva sin superar, previamente, la hegemonía de la izquierda reformista en la vanguardia.
Pasemos a las grandes aseveraciones ratificadas en esta elección.
1. No hay farsa electoral
La democracia es esto. Y no es poca cosa, aunque sea menos de lo que los socialistas creemos posible. Nuestra suposición, de que es indispensable expandirla y hacerla más real y menos formal, tiene varios lados flacos para ser creíble. Entre ellos, el hecho de que la izquierda genérica suele expresar simpatía por gobiernos en los que ella misma no sobreviviría excepto a cambio de volverse agente delator.
Pero esta democracia, con ser insuficiente y sesgada hacia el capital, no es una farsa. En primer lugar, porque la decisión de quién va a gobernar es real. Esto no se puede negar después de que dos años atrás el candidato del gobierno y la candidata del establishment fueran derrotados por un poco respetado panelista televisivo.
En segundo lugar, elegir a quien gobierna significa que los resultados, su composición, su dinámica, el nivel de participación, son en gran medida determinantes de lo que Cristian Caracoche, leyendo a David Gordon, denomina Estructura Social de Acumulación (ESA): «el conjunto orgánico de los distintos aspectos económicos, sociales y políticos que configuran el ámbito donde se desarrolla la acumulación capitalista». Tan importante es atender al aspecto político de la ESA como a su articulación con los económicos y sociales:
Una estructura social de acumulación será más sólida en términos políticos cuanto más consolidada se encuentra la coalición gobernante o los lineamientos generales que la misma propone. En este sentido una coalición gobernante que posee dominancia política o una alternancia ordenada de coaliciones que no genere grandes cambios institucionales aseguran cierta estabilidad en la legislación empresarial y laboral a la vez que garantiza cierta continuidad en los grandes trazos del rumbo económico.
Finalmente, dado su carácter unitario, los distintos aspectos de la Estructura Social de Acumulación poseen una fuerte interrelación entre sí. Esto implica que la solidez o la debilidad de algunos de los distintos aspectos incide fuertemente en el estado de los otros.1
La política tiene que responder a la estructura económica real de un país en un momento dado y, a la vez, los factores económicos tienen que adecuarse a los factores políticos reales, a sus cuotas de poder y sobre todo –esto es muy importante para las elecciones– al vínculo con la población sobre la que se desarrollará un plan económico. Las elecciones son un predictor eficiente del grado en que esa población podrá oponerse o no a él. Nos entrega un elemento de juicio sobre uno de los factores determinantes: la legitimidad electoral de los ejecutores.
Dicho de otra manera: la burguesía sabe lo que sus intereses demandan y observa qué actores políticos pueden llevar adelante un programa que le resulte favorable aun cediendo en alguno de los mencionados intereses (en contraposición a una rígida defensa de lo que le conviene, carente de vehículo político). La burguesía de conjunto, y cada burgués en particular, adecúa la totalidad de sus demandas a los políticos que a través de ese acto electoral (que no tiene nada de farsa y es absolutamente real) manejarán el poder. Las elecciones miden qué modelo de gestión del capital es más convincente (que no es sinónimo del más conveniente) para la clase trabajadora en cada momento.
Así la burguesía percibe cuáles de sus sectores están en condiciones de consolidar un plan económico. No imponiéndolo, sino contando con la confianza (mayor o menor) de los trabajadores. Y esa confianza no expresa un modo moralmente inferior de humanidad, sino una conclusión diferente de la interpretación de las variables en juego.
2. No hay fascismo
Las elecciones se llevaron adelante en las mismas condiciones que se han realizado desde 1983 hasta ahora. Si la izquierda denunciaba el «piso proscriptivo de las PASO», ese artilugio creado por el peronismo, de la misma manera que los desdoblamientos de elecciones, etc., no ha encontrado en estas elecciones una novedad que implicara una deriva antidemocrática en términos institucionales. Así, el peronismo que impuso las PASO sería democrático mientras que el gobierno de Milei, que las eliminó, ¿es fascista?
De ninguna manera. Este acto eleccionario es de difícil explicación bajo un fascismo vigente. No hubo conflictos significativos con los militantes y sus mesitas, más allá del problema que representan la apatía o el rechazo activo de la gente común. Los actos de cierre de campaña no fueron famélicos por miedo a la violencia de las bandas fascistas, sino porque se realizan en medio de una evidente falta de entusiasmo y fervor por las elecciones.
No es necesario interpretar esto como un repudio al sistema democrático junto con el rechazo a sus exponentes: es una reacción a la falta de ofertas atractivas para participar. Es posible tomar en serio a Milei y su propia presidencia: a la casta –los políticos rechazados por incompetentes y chorros, sobre todo los peronistas progres– se la combate desde el propio sistema democrático. Un sistema al que recurre y utiliza con cada vez mayor dominio y eficacia el propio elenco libertario.
La cuestión del tiempo no es un tema menor en política. Así como los peronistas se resisten a incluir como antecedente, dentro del mismo marco represivo de la dictadura, a su gobierno de 1973-76 (que se cargó miles de muertos, provocó centenares de exilios y construyó la estructura esencial de los grupos de tareas), hoy, en sentido inverso, se califica de «fascista» a un gobierno que categóricamente no lo es. La importancia de esta denominación no es académica, sino práctica: ¿qué tipo de diálogo se puede establecer con algunos de los millones de trabajadores que acaban de votar a La Libertad Avanza, o expresiones similares, si el punto de partida es una exageración y una mentira?
Claro que hay hechos que se pueden constatar y cuestionar del actual gobierno, pero ninguno tan alejado del peronismo y el análisis político como la supuesta «crueldad» y el «odio». Por ejemplo, ¿qué diferencia la represión por Gendarmería de una marcha frente al Congreso de la represión por la Policía Bonaerense en un comedor de Quilmes? ¿Una es una represión «mala», signada por el odio y la crueldad, en manos de psicópatas y perversos, mientras que la otra es una represión «buena», signada por el amor y el Estado Maternal, en manos de la «policía del cuidado»? ¿Por qué en un caso se caracteriza al régimen político de antidemocráctico («el gobierno es fascista») y en el otro se trata el caso como si fuera un trámite administrativo («el Estado es responsable»)? La represión estatal no es incompatible con la democracia, como lo demuestran la masacre de Avellaneda, las telefonistas torturadas durante el primer gobierno de Perón, la desaparición de Julio López, el asesinato de Mariano Ferreyra, los ranchos incendiados en Guernica, el accionar de la Triple A y la desaparición de Facundo Astudillo Castro, la represión en el Instituto de Formación Docente Nº 103 de Fiorito y la que recibieron los compañeros y amigos de Lucas Aguilar en Moreno.
Como veremos al repasar las notas del FITU sobre las elecciones en CABA, gran parte de la izquierda –dentro de la más pura herencia estalinista– considera que ocultar o mentir abiertamente es necesario para construir una alternativa clasista. Pensamos absolutamente lo contrario.
3. La intervención electoral es táctica
Para los socialistas, las elecciones son el terreno de una acción táctica. No la defensa del régimen frente a los ataques anti democráticos, sino un modo de participación cuyo contenido depende de lo que cada organización juzga necesario en cada momento. Un militante socialista obra en concordancia a lo que su organización puede hacer en cada acto electoral. No rechazamos participar por un prurito anti reformista y un culto a la acción directa, que se olvida de que primero hay que convencer a una parte sustantiva de la clase trabajadora de la necesidad del socialismo y utilizar todas las herramientas necesarias para lograrlo. Tampoco pensamos que haya que participar siempre mediante un voto positivo a alguna expresión socialista, por principio.
En nuestro caso, por ejemplo, y dado que nuestra batalla en este momento es por consolidar un pensamiento y un programa socialista en el pequeño sector de vanguardia que se pregunta qué podemos hacer para preparar un desarrollo de futuro, rechazamos votar. Y nuestro rechazo a votar, es decir, nuestro rechazo a votar por el FITU o por grupos de izquierda similares (las únicas posibilidades que podemos barajar), tiene que ver fundamentalmente con dos cosas: por un lado, el debate y el cuestionamiento al tipo de campaña superficial y no socialista que realiza; por otro lado, la crítica a las acciones de acercamiento al peronismo que le han facilitado a esta fuerza burguesa el acceso a mayor poder institucional.
No nos escuchan las masas. Sí hay un pequeño círculo de lectores con el que mantenemos acuerdos y debates. Y esta es una de las discusiones centrales: la necesidad de independencia de la burguesía, la propaganda socialista en lugar de la agitación «transicional» o circense. No votar al FITU y provocar la discusión acerca de las razones para no votar al FITU es nuestra manera de intervenir en las elecciones.
Los resultados del primer tramo de las desdobladas
A La Libertad Avanza (LLA) le ha ido bien en estas elecciones, lo que ratifica la estrategia «con nosotros o contra nosotros» diseñada por Karina Milei: desdeño por las alianzas electorales, en la tesis de construir desde arriba un partido sólidamente conducido. El reguero de funcionarios y legisladores expulsados y despedidos es parte de esta movida. Le queda así un núcleo (en crecimiento) de mileístas puros y un anillo (cada vez más amplio) de votos negociables.
No parece que LLA alcance los dos tercios para el quórum propio, pero sí mejora las posibilidades para el juego del toma y daca, amenaza y negociación, que tan bien han llevado adelante Guillermo Francos, Lule Menem y otros, mientras Milei los «cubre» con su fuego retórico a discreción.
Así como al clásico San Lorenzo-Huracán lo llaman el «clásico de barrio más importante del mundo», a la Unión Cívica Radical se la podría llamar el «partido vecinal más grande del mundo». Sigue existiendo como partido nacional, con mayor institucionalidad que el propio peronismo, pero exhibe una invalidez tan notoria a nivel presidencial, como alta es su implantación a nivel local. La debacle del experimento Lousteau no debe ocultar los éxitos generales en estas elecciones: Santa Fe, Chaco, Jujuy, la mitad de las elecciones realizadas hasta ahora le dieron el triunfo a listas radicales, o coaliciones en las que encabezaban y que responden al oficialismo, y a los gobernadores radicales. Estos últimos se encuentran, por lo tanto, necesitados de alianzas con el gobierno nacional, que es el dueño de la chequera que les permite sobrevivir.
Diez años de transición entre liderazgos alternativos
En los últimos 10 años, las dos fuerzas hegemónicas de la década han librado (de distintas maneras y por distintos motivos) batallas internas que, en parte, los han debilitado para definir en su interior un proyecto y un carisma que las encaminara.
En el caso del peronismo, tras 2015 la figura de Cristina continuó siendo convocante al interior y repudiada por fuera. Con ella no se puede, sin ella no alcanza. Su triunfo en 2017, yendo por fuera del PJ, le dio aire interno para la estrafalaria aventura de una fórmula que la tenía como vicepresidenta. El tremendo fracaso de ese gobierno la golpeó definitivamente para los extraños al peronismo, pero su prescindencia en todos los momentos cruciales (inclusive profundizándolos) le permitió mantener la adhesión de los propios. Ahora, ese caudal político es necesario para recomponer las posibilidades de su partido. Pero su figura es un obstáculo insalvable para ganar.
En el caso del PRO, construido como un partido republicano de gestión y seriedad, ganando por estrecho margen en 2015, con la promesa de mantener lo bueno y cambiar lo malo, desde el primer momento sufrió una interna estratégica encarnada en la figura de su propio líder. Desde hace 10 años, Macri y el PRO se debaten entre gradualismo y shock. Su gobierno, también fracasado, lleva desde entonces la etiqueta de «gradualista», por eso Macri mutó a un «moderado extremismo» durante el gobierno de Alberto Fernández, pero sin poder arrastrar al conjunto de su partido. En la exteriorización de esa interna se enfrentaron Bullrich y Larreta.
El drama del PRO fue que su electorado había rechazado el gradualismo antes de que lo hiciera el conjunto de sus dirigentes. Mientras dirimían esta disputa, que ya llevaba 8 años, Milei se les adelantó. El espacio de la derecha, a diferencia de la interna peronista (siempre pactada, negociada, hipócrita y sutil), se vio envuelto en una interna abierta y expuesta al público. Primero entre Larreta y Bullrich, luego con la incorporación de Bullrich al gobierno y, ahora, en una elección porteña en la que la opción más definida aplastó a la que titubeaba entre las dos almas que moran en su pecho.
El peronismo parece profundizar su crisis. Un elemento determinante es haber encarnado al gobierno saliente, protagonista de una debacle económica y social. La asunción, por parte de Cristina, de la presidencia del Partido Justicialista agudizó los problemas ya mencionados, porque la pone en condiciones de intervenir en las listas, metiendo a sus candidatos o, directamente, a sus interventores en los distritos que juzga díscolos a su liderazgo menguante. Veamos.
En Salta y Jujuy, donde Sergio Berni y Aníbal Fernández fueron enviados como interventores, la fracción oficial del PJ obtuvo resultados catastróficos en provincias que gobernó durante décadas. En CABA, donde los resultados fueron distintos, pero no los esperados, el K-radical Santoro no pudo alinear detrás de sí a los «peronistas de Perón» Kim y Abal Medina. En la provincia de Buenos Aires, tanto el desdoblamiento de elecciones como el mandato de los intendentes son temas con los que Cristina torpedea cualquier posible proyecto de Kicillof que no la cuente a ella como pieza central.
En San Luis, el justicialismo de Alberto Rodríguez Saá obtuvo el 26%, lejos del 47% del actual gobernador Poggi (aliado del otro Rodríguez Saá, el Adolfo); las dos listas libertarias consiguieron el 15% de los votos en total, a pesar de competir con un gobierno aliado a la Rosada. En Salta gobierna Sáenz, un peronista de Massa, que recibió un 43% de apoyo, mientras el PJ arañó un 7,2%. En Jujuy, otro magro 10,8% (que llega a 18,3% si se le suman el 3,9% y el 3,6% de otras dos boletas peronistas), a gran distancia del 38,3% recogido por la lista orientada del gobernador Sadir e, incluso, por debajo del 21% libertario. En Santa Fe, 15,2% con su candidato Monteverde, es decir tan lejos del 34,6% que apoyó al gobernador Pullaro de la UCR como de la suma de las dos listas libertarias (Granata y Mayoraz): 26,5%. En Chaco, los candidatos del gobernador Leandro Zdero, en alianza con LLA, cosecharon el 45%; el peronismo de Capitanich obtuvo 33,66% y la otra lista peronista, el 11%.
Estos resultados, además de confirmar el lugar ya mencionado de la UCR en el interior (algo que suele replicarse en los municipios), exponen una tendencia: la LLA se consolida en las provincias en las que era robusto el peronismo feudal. Así, el partido de Milei empieza a recrear una base de electores similar a la que sostuvo al peronismo en el gobierno entre los años 1989 y 1999. Y si, como hemos escuchado, la elección de Santoro no fue mala porque jamás el peronismo había conseguido buenos resultados en CABA, en estas elecciones que acabamos de reseñar los resultados son doblemente catastróficos, porque se trata de provincias que han estado en manos de gobernadores peronistas durante los últimos 40 años. Pero vayamos a la más importante de estas 6 elecciones: CABA.
En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el peronismo planteó una campaña subjetiva, imaginaria: la coalición se llamó Es ahora Buenos Aires; el candidato principal fue un ex UCR transformado en K; mientras líderes nacionales como Mauricio Macri y Javier Milei intervinieron con fuerza en la campaña, el peronismo en CABA escondió tanto a CFK como a Kicillof; y como no podía pronunciarse sobre problemas reales sin recibir como respuesta lo que hizo el gobierno de Alberto, se declaró enemigo de «la crueldad» y «el abandono».
La expectativa del peronismo en CABA era que la división de «la derecha» y el aspecto «no-tan-peronista» del candidato permitieran ganar la elección (ser la primera minoría). Y pudo haberlo hecho perdiendo sólo el 10% de los votos que obtuvo dos años atrás. Pero perdió el 23%. A pesar de haber hecho la campaña como si existieran una amenaza fascista, una insurrección de jubilados y una respuesta activa de disidencias, artistas e intelectuales con apoyo de la población, Santoro ni siquiera logró que lo votaran los mismos que ya lo habían votado.
Esto sólo tiene, con respecto al candidato y su fracaso, dos explicaciones posibles. O bien el consenso con Milei es tan amplio que le quita votos al peronismo (y nosotros no pensamos que sea así), o bien existe un malestar y una disconformidad con los políticos en general (incluidos el PRO y LLA), que lejos de ser captado por el peronismo lo incluye en su rechazo. Consideramos que esta es la principal perspectiva en relación al peronismo: el gobierno puede no ser apoyado activamente pero esta reticencia no considera que el peronismo sea un digno vehículo de repudio. En otras palabras, Milei podrá ser parte de la casta, pero nadie piensa que el peronismo haya dejado (o vaya a dejar) de serlo.
Y no nos queda más remedio que valorar positivamente esta respuesta de la clase trabajadora: Milei es resultado del fracaso de las políticas que propone el peronismo para gestionar la vida social (inflación, corrupción, chantaje a decenas de miles de contratados bajo amenaza de despido si no votan al peronismo, una decadencia educativa oculta bajo la excusa de que conocer es «estigmatizar», etc.), políticas que engendraron el hartazgo y aun el asco, políticas que condujeron a buscar una salida en lo que, en apariencia, está más lejos del kirchnerismo. Por eso sería un giro desgraciado que la solución consistiera en regresar, otra vez, a lo que el peronismo puede ofrecer, a lo que ya pudo ofrecer como alternativa: Daniel Scioli, Alberto Fernández, Sergio Massa.
La izquierda
En cuanto al FITU: en San Luis obtuvo el 1,17%; en Santa Fe, el 2,1% (algo mejor en Rosario: 3,8%; en Santa Fe capital: 3,1%; y en Villa Constitución: 5%). En Jujuy, 8,5%. En Salta, 4,3% (4,75% en Salta capital) y sumando al MST, Política Obrera y Nuevo MAS: 7,6% (con casi el doble en la capital). En Chaco, el PO obtuvo el 1,9%.
Todos estos resultados van acompañados un fenómeno ineludible: la participación electoral baja y declinante. 63% en Jujuy; 60,5% en San Luis; 58,7% en Salta; 55,6% en Santa Fe; 53% en CABA y 52,1% de Chaco. En cuanto a los votos en blanco e impugnados, la oscilación fue desde el 11,74% en San Luis al 2% en CABA, pasando por el 9,29% en Jujuy, 9,14% en Santa Fe, 6,28% en Salta y 2,68% en Chaco.
No coincidimos con el análisis de Jorge Altamira, de Política Obrera, cuando sentencia: «Abstención masiva de todos y todas. Se abre una gran crisis político-electoral». La mera abstención, aun siendo importante, no alcanza para desatar una gran crisis política ni mucho menos. Es una señal a tener muy en cuenta pero abstenerse de hacer algo es el nivel más bajo del «hacer algo». Casi lo contrario de hacer algo. El porcentaje de abstención en unas elecciones permite evaluar el grado de apoyo que tiene cada fuerza política, pero no permite imaginar una respuesta concreta, de efectivo rechazo a una, varias o todas las fuerzas políticas en danza.
No importa cuánto se lamenten los dirigentes del FITU porque acceden poco a los medios, porque hacen campañas «a pulmón» y por otras tantas situaciones que no deberían sorprender a ningún socialista en una democracia burguesa. El hecho relevante es que el FITU no consolida sus votos. No los retiene porque no convence. Y es natural que no convenza, ya que sus medios de agitación son publicidades que únicamente pueden obtener lo que toda publicidad busca: una adhesión puntualizada y eventual, un producto que hoy me gusta y mañana cambio por otro. Ayer un «coya humilde», hoy «la zurda más picante y con más rock and roll», mañana «un joven estudiante» o «una mucho mejor»… Una performance sobre «El circo electoral», un jingle para «pegarle a los fachos con la izquierda», un sobrenombre que no alude a los intereses de clase que defiende «Panquequini Santorini»… ¿Y el socialismo? Lo más cercano está a miles de años luz: «mucho sexo gay e ideas socialistas».
Tras 18 meses de gobierno caracterizado por la «crueldad» de Milei, un ajuste «histórico» brutal y un régimen «fascista», no sólo el peronismo porteño perdió el 25% de sus votantes de hace… 18 meses, sino que el FITU perdió el 33% de hace 18 meses y el 63% de los votos que obtuvo en 2021. Myriam Bregman consiguió 141.350 en 2012, Vanina Biasi logró 77.077 en 2023 y ahora recibió 52.000. Sin embargo, esta caída no encuentra registro en la prensa de izquierda:
Título de La Izquierda Diario del PTS: CABA. Baja participación histórica: Adorni se impone con el 15 % del padrón, Santoro segundo y la izquierda obtiene una banca.
Título de Prensa Obrera del PO: CABA: en una elección con bajísima participación, gana la derecha y el Frente de Izquierda logra ingresar a la Legislatura. Vanina Biasi alcanzó una banca que será un punto de apoyo para todas las causas populares.
Título de Periodismo de izquierda del MST: Elecciones CABA 2025. La izquierda se aseguró el ingreso a la Legislatura.
Curioso acertijo trotskista: si la izquierda OBTIENE una banca, logra INGRESAR a la legislatura, se ASEGURA el INGRESO… ¿por qué a partir del 10 de diciembre va a tener un legislador menos que ahora y no uno más?
Apenas unos días atrás, el 12 de mayo, se planteaban algo muy distinto:
Mercedes Trimarchi, candidata por Izquierda Socialista en el FIT Unidad a renovar su banca en la lista junto a Vanina Biasi el próximo domingo 18 de mayo en CABA, dijo: «Saludamos esta gran elección del Frente de Izquierda en Jujuy donde muestra que hay un gran espacio para la izquierda».
Para concluir, una semana más tarde, que:
Las elecciones mostraron un gran descreimiento y decepción con los políticos patronales. No fue a votar el 47% del padrón electoral, el registro más alto desde 1983, en medio del sufrimiento por las inundaciones que dejaron a miles de damnificados En ese marco las elecciones mostraron que se hundió el PRO con Lospenatto y los Macri, que pierde una elección después de gobernar 18 años la ciudad. El que capitalizó el voto castigo fue la ultraderecha de Adorni-Milei, con un discurso ofensivo anti kirchnerista, dando un batacazo en relación con lo que decían las encuestas. El peronista Santoro quedó segundo, después de que las encuestas lo daban arriba. Y el Frente de Izquierda hizo una buena elección, logrando ser la quinta fuerza de las 17 listas que competían, lo que permitió que renueve una banca en la legislatura […]
El Frente de Izquierda pudo capitalizar una franja de luchadoras y luchadores, jubiladas y jubilados, mujeres y disidencias y de la juventud que no se dejaron arrastrar por las distintas variantes patronales. Esto es muy importante para fortalecer las luchas que se vienen.
O sea que la «decepción con los políticos patronales» fue capitalizada por… ¿Adorni? Más precisamente, ¿por Adorni y «un discurso ofensivo anti kirchnerista»? En cambio, la izquierda (que no se considera parte de aquel descreimiento ni de esa decepción) capitalizó perdiendo votantes que no se dejaron arrastrar por las variantes patronales… pero sí por la apatía.
La Izquierda Diario no dice en toda su nota que perdieron una banca. Pero sí hay lugar para estas dos profundas reflexiones:
La apuesta a la renovación juvenil como valor positivo en sí mismo no alcanzó, porque como dijo Luca Prodan en su célebre tema «Los Viejos Vinagres», el pensamiento conservador o reaccionario puede estar en personas de cualquier edad.
Y también:
la emergencia de una figura destacada como la de Luca Bonfante, que recibió incontables mensajes de simpatía, haciendo una campaña con bajísimos recursos y casi nulas invitaciones en los medios masivos. Un importante periodista en off planteaba que «ningún candidato que ocupaba el segundo lugar en la lista se hizo tan conocido como el joven referente estudiantil».
Exponer los fracasos y las dificultades como si fueran éxitos rutilantes y mejoras continuas no cambia en absoluto los hechos, tan adustos ellos. La verdad puede ser momentáneamente desalentadora. Pero las falsas promesas y el ocultamiento de la realidad desmoralizan para siempre.
Hemos explicado en varias notas cómo el funcionamiento de las redes sociales, las plataformas, los streamers y otros recursos responde a un diseño capitalista que tiene un solo objetivo: vender productos. Es natural que los políticos capitalistas vean con una simpatía no disimulada cómo la política también funciona a través de estos mecanismos propios de la publicidad, tan permeables a la inversión y tan poco útiles para el debate, la democracia y la consolidación organizativa.
Lo mismo sucede con la política pensada y diseñada en base a la lógica del Star system y no de la construcción programática. Hacer «conocido» al «joven referente estudiantil» no puede ser una buena estrategia porque el propio sistema publicitario burgués devora y regurgita a jóvenes referentes todos los días, hora tras hora.
Lo que tenemos que hacer es política. Lo que hay que construir es una organización. Lo que hay que discutir es un programa.
Y si no podemos crecer ampliamente, ahora, en cantidad, entonces consolidemos fuerza militante en calidad. Pero dejemos de presentar todos los sucesos con música bailable y retórica indiferentemente optimista.
Porque tal vez sea eso: la distancia que hay entre los juicios de la izquierda y lo que el resto abrumadoramente mayoritario de la clase trabajadora ve suceder a su alrededor, lo que nos vuelve repelentes. Si ser de izquierda es «ingresar» cuando te estás yendo, como se escribe que sucede en la Legislatura, entonces nadie en su sano juicio va a querer acercarse.
El problema
El problema que advertimos es que se hace campaña para obtener muchos votos de bajo compromiso y nulo conocimiento del socialismo. Por lo tanto, al ganar votos no programáticos en poca cantidad es inevitable preguntarse si esta larga estrategia publicitaria y de culto a la personalidad no es uno de los problemas fundamentales a superar. Pensamos que es necesario desplegar lo que Rolando Astarita señala en su análisis de las elecciones:
Una vez más, aparece la necesidad de desarrollar la lucha en planos más amplios que las frases-fórmulas. De ahí la importancia que adquieren, en períodos de avance político e ideológico de la reacción (incluso del oscurantismo), lo que en el socialismo históricamente se llamó la lucha ideológica, o sea, en la teoría. Esta debería acompañar, con al menos el mismo grado de importancia, a los combates cotidianos por reivindicaciones económicas (salarios, jubilaciones, etcétera) y democráticas.
Pensamos que es importante abrir un debate sobre estas cuestiones. El voto de millones de explotados a LLA, al Pro, a alianzas provinciales ultra reaccionarias; el consentimiento de millones de trabajadores a las direcciones sindicales conciliadoras; el giro hacia salidas individualistas –apoliticismo, desesperanza en que se pueda cambiar algo– son datos que no se pueden desconocer. Hay que mirar de frente a las dificultades. Es la base y condición para establecer una política socialista.
Un debate no se abre únicamente con voluntad e ideas. También es necesario organizarlo. Un debate serio se aleja de la política de encuentros eventuales, sin sostén en el tiempo. Porque un debate serio –como el que los socialistas necesitamos– tiene que profundizar en ideas distintas a las propias, ejercitar su cuestionamiento, establecer comparaciones, entender el razonamiento que anuda las ideas del otro y exponer a crítica las propias ideas. Todo eso requiere un debate sostenido en el tiempo, con reglas claras y democráticas.
Ya hay teóricos escribiendo libros y dando charlas. Ya hay paneles en los que eventualmente se discute algún tema. Ya hay actos que, previamente, tienen comisiones que apresuran el arribo a conclusiones para que sean presentadas en el escenario. Ya hay todo eso y nada de eso es inútil. Decimos que es insuficiente.
Quizá, en vista de los resultados electorales que fortalecen las ideas de la burguesía, del fracaso de una izquierda picante y reguetonera pero que no se declara socialista, debamos tomarnos el trabajo de hacer algo más pequeño, más sostenido en el tiempo, más comprometido, en principio, con los propios compañeros que queremos el socialismo.
NOTAS:
1 Cristian Caracoche, Capital industrial y representación orgánica: La acción política de la UIA en la posconvertibilidad (2002-2015), Editado por la UNLZ, Libro digital PDF, 2024, p. 16.
Estimados VyS,
Gracias por el interesante articulo !.
Una observación en un mar de coincidencias:
Uds. indican que ” … la izquierda, aunque marginal, es el territorio donde hacemos nuestra política. No se puede desplegar una izquierda masiva sin superar, previamente, la hegemonía de la izquierda reformista en la vanguardia”.
Al respecto, y en mi opinión, el territorio donde hacemos nuestra política es el pueblo*, sus organizaciones, y las masas.
Por ello, en lugar de debatir con la izquierda argentina, creo que deberíamos debatir directamente y en primer lugar con las políticas burguesas y capitalistas de LLA, PRO, el peronismo y el kirchnerismo.
Eso señalaría un rumbo y un ejemplo para el pueblo, las masas y los partidos de la izquierda extraviada.
(*) pueblo es el que lucha por el termino de la explotación, opresión y marginación del proletariado
¡Un abrazo y nuevamente felicitaciones por el excelente artículo!
Cumpas VyS,
Reconocimiento al delicado mapeo del estado y pulso electoral existente en las jurisdicciones que votaron.
No habría que gastar tanta pólvora en la controversia por la táctica y dirigencia del FIT, al fin y al cabo pertenecen a la clase y por parentesco no los convierte en enemigo.
Comparto el señalamiento de las estrategias del bloque empresarial y sus aliados, en cooptar -fragmentar al heterogéneo mundo de laburantes, en mi opinión, se perciben clase media (en potencial, ascenso o caída). He aquí el problema: reconocer la desnudez del rey, o en lengua criolla, “encontrarle el agujero al mate”. el laburante, no se llega a percibir, ni mucho menos, a encarnar una contradicción de clase, solo se busca y se espera una buena patronal benefactora o salvarse a sí mismo.
Gracias por la nota, saludo fraterno!
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Buen artículo, de fondo, con nivel. En el sitio del grupo Emancipación hay otro que amplifica sobre algunos temas apuntados: https://escritosparalaemancipacion.wordpress.com/2025/06/04/vida-socialismo-e-izquierda/