EL AGUA Y LA MERCANCÍA: Cómo el progresismo sustituye la verdad por lo agradable

En agosto de este año, la palermitana Radio Con Vos despidió a 28 trabajadores y levantó 4 programas del aire. El economista Alejandro Bercovich manifestó, en su programa Pasaron Cosas (de la misma emisora), un enorme desconcierto ante la medida empresarial y meditó, al aire, «Los medios de comunicación tal vez sean algo demasiado importante para ser empresas capitalistas solamente» [Minuto 3:25].

De esa manera, Bercovich repite el sentido común progresista según el cual existirían ciertas áreas o productos de esta sociedad (que casualmente coinciden con los que proveen satisfacciones a los defensores de esas áreas o productos) capaces de quedar a salvo del proceso generalizado de mercantilización al que tiende el capitalismo por su propia naturaleza. Se trata del bienintencionado absurdo de exigirle al capitalismo, cuya riqueza se produce íntegramente bajo la forma mercancía, que algunos de sus productos escapen al proceso material que los dota de existencia.

Si el progresismo es capaz de pedir, en esta sociedad, que los medios de comunicación «no sean empresas capitalistas solamente», imaginemos lo que puede reclamar cuando la mercancía en cuestión sirve para satisfacer (por ponerlo en términos de una cita que nos gusta mucho) necesidades del estómago más que de la fantasía, es decir, cuando se trata del agua «elemental» y no de un «complejo» medio periodístico[1]

Bueno, no hace falta imaginarlo. Veámoslo.

Negar la realidad desagradable

Un grupo de «profesionales, académicos/as, investigadores/as, docentes, especialistas en gestión del agua, organizaciones sociales, ambientales y de derechos humanos, militantes ambientales, ecologistas, entre otros» lanzó un petitorio con esta consigna (así, en mayúsculas): SÍ AL DERECHO HUMANO AL AGUA, NO A SU MERCANTILIZACIÓN. Allí leemos:

La provisión de agua potable no puede, bajo ningún aspecto, ser tratada como una mercancía. Es un derecho humano esencial, reconocido por la Resolución 64/292 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, numerosos tratados internacionales, en fallos de la Corte Suprema y nuestra Carta Magna. Como tal, debe garantizarse bajo principios de acceso universal, equidad, asequibilidad, continuidad y calidad, en el marco de una gestión pública, transparente y participativa.

El nuevo marco regulatorio permite cortar el suministro de agua por falta de pago, una medida que es inconstitucional, inhumana e inaceptable, y que viola los compromisos internacionales de derechos humanos que nuestro país ha firmado. El acceso mínimo al agua potable no puede ser condicionado al pago: su restricción debe contemplar umbrales de garantía vital conforme a los estándares internacionales adoptados por la Nación y jerarquizados constitucionalmente.

Entre las firmas hay doctores en ciencias sociales, investigadores del Conicet, docentes universitarios… que, al parecer, desconocen el funcionamiento estructural más determinante de esta misma sociedad sobre la que dan clases, acerca de la cual investigan y que es objeto de aquellas «ciencias» por las que obtuvieron un doctorado.

Pero qué podemos exigir a estos cándidos intelectuales cuando se razona de idéntica manera en el campo del autodeclarado socialismo. Bajo el título «El agua como negocio», el PTS salió a enfrentar ese marco regulatorio en relación a los servicios con el mismo enfoque moral, voluntarista y subjetivo:

El gobierno de Javier Milei dio un paso más en su ofensiva privatizadora: AySA, la empresa pública que presta el servicio de agua potable y saneamiento en CABA y el Conurbano, es entregada al capital privado. […]

El Estado argentino no sólo se desentiende de garantizar el acceso al agua, sino que habilita a privados a hacer negocio con un derecho esencial. El resultado ya lo conocemos: más familias obligadas a comprar bidones o filtros caros, tarifas impagables, servicios recortados y una desigualdad que se profundiza. La experiencia demuestra que la privatización del agua nunca trajo mejores servicios ni ampliación de derechos, sino todo lo contrario: precarización laboral, desinversión y saqueo de nuestros bienes comunes.

El PTS denuncia que el Estado burgués actúe de acuerdo a su propia naturaleza. No dice que el Estado actúa así precisamente porque es burgués. Sino que opone el Estado a la «ofensiva privatizadora», embelleciendo el estatismo de la clase que nos explota y educando a los trabajadores en el ABC del peronismo: el Estado es bueno, el Mercado es malo. ¿En qué se diferencia este enfoque de la consigna peronista «Estado presente»?

El principal partido trotskista del FITU nos enseña, de ese modo, el abismo existente entre el Programa de Transición y la crítica socialista, entre un enfoque subjetivo y un análisis científico, entre el moralismo y la política, entre una concepción reformista y una revolucionaria.

La lógica de la competencia y la acumulación subordina crecientemente todos los bienes y servicios como consecuencia necesaria de una sociedad organizada en base al interés privado por valorizar valor. No importa que esos bienes y servicios, que esos productos, sean o no vitales para la población. Tendencialmente, nada escapa a esta dinámica del sistema y no hay ningún «derecho humano» ni «bienestar esencial» capaz de poner freno a la fuerza cosmopolita de la mercancía.

Hay que explicar esto a los trabajadores, no promover la fe en el Estado. Y hay que basar el análisis de la realidad en las relaciones de producción existentes, no en los caprichos del gusto. Mirar de frente los problemas, no interponer los deseos. Buscar la verdad más que el placer.

En suma, hacer lo contrario de lo que hacen el progresismo y el FITU.

Carecer de un programa consistente

El proceso de mercantilización creciente es una tendencia objetiva e inexorable del sistema capitalista. No depende de quién gobierne sino de cuáles relaciones sociales de producción predominan.

Sin embargo, tanto para el trotskismo como para el peronismo, la lógica mercantil avanza únicamente con gobiernos no-peronistas (o con gobiernos peronistas que no son tan, tan, tan peronistas: así se evita registrar, por ejemplo, el Rodrigazo del 75 y toda la década de los 90)[2]. De ahí que la misma protesta contra la mercantilización de ciertos bienes haya tenido lugar, oh casualidad, durante el gobierno de Mauricio Macri: el Chipi Castillo, Myriam Bregman, Manuela Castañeira y Cristina Fernández, entre otros, manifestaron su rechazo a que se hicieran negocios con el agua y otros servicios. Ya por ese entonces, Rolando Astarita preguntaba a los lectores de su blog:

¿Cómo se niega el carácter de mercancía capitalista (esto es, mercancía que es producida según la lógica del capital) sin negar el carácter de mercancía capitalista de los insumos que confluyen a la producción del agua potable, la electricidad y el gas? Por caso, en la extracción y transporte del gas se utilizan caños. ¿No hay que negar entonces el carácter de mercancía producida con el afán de lucro a los caños? Y en la producción de los caños se utiliza acero. ¿No hay que negar también el carácter de mercancía capitalista del acero? ¿Y no hay que hacerlo con las máquinas e insumos que intervienen en la producción de acero y caños, y con los insumos que intervienen en la producción de esos insumos? ¿Y no se aplica esto a todos los insumos que intervienen en la producción de agua potable o electricidad?

Además, en cada instancia de la producción se emplea mano de obra que consume una canasta de bienes. En aras de establecer el valor «justo» de la fuerza de trabajo, ¿no hay que negar también el carácter capitalista de las mercancías pan, carne, tomates, vivienda, zapatillas, heladera, etcétera? ¿O es que el pan, la carne, los tomates, la vivienda, los zapatos, la heladera, no son bienes básicos que hacen a la reproducción de la fuerza de trabajo? ¿Y cómo es posible negar el carácter de «mercancía para el lucro» de todos estos productos sin negar las relaciones de producción capitalistas?[3]

Al no explicitar que la mercantilización es una tendencia necesaria del capitalismo y que, por lo tanto, no sirve de nada «resistir» en la defensa sacralizadora de productos sociales como el agua o un programa de radio, el trotskismo y el progresismo educan a los trabajadores en la ilusión y la inconsistencia. Todo lo cual conduce a la desmoralización y la apatía, cuando no directamente a apoyar las opciones más reaccionarias del menú electoral burgués.

Confundir la desesperación con una salida

Uno de los programas levantados del aire en Radio Con Vos fue BTChina, conducido por Jairo Straccia.

Este programa poseía una rara virtud para la radio desde la que se transmitía: explicaba los movimientos económicos con destacable objetividad y solvencia. Lo hacía a la mañana temprano, antes de que llegaran las infantiles quejas moralistas de Ernesto Tenembaum y Reynaldo Sietecase. En lugar de «cómo le gustaría que funcionara el mundo» (esa caprichosa letanía progresista que, por bruta, contribuyó a la llegada de Milei), Straccia explicaba por qué tales intereses se enfrentan o se suman a otros para respaldar una medida u oponerse a ella. En suma, explicaba la lógica de los actores económicos, guiados por leyes y regularidades del sistema: cómo influían la rentabilidad, la productividad, la desconfianza, el entorno internacional o los avances tecnológicos.

Por eso es tan sorprendente el lanzamiento, junto a la Pyme Orsai, del denominado Proyecto 18. Porque abandona la seriedad del análisis económico por una maniobra de engaño a sus oyentes:

El equilibrio ocurre con 3.000 socios que ponen 1 dólar por semana. Al alcanzar ese número mágico, se habrán recaudado 3.000 USD por semana, que constituye un pozo de 54.000 USD en las 18 semanas que dura el proyecto.

¿Cómo se distribuye ese dinero? Para empezar, el 10% son comisiones de Mercado Pago y PayPal, las billeteras que usamos para las transacciones de los oyentes.

Luego: el 54% se reparte entre los salarios de los conductores, los panelistas, los locutores y los columnistas del programa. Orsai se encarga de fiscalizar, pagar e informar a los socios sobre esos pagos, de manera quincenal.

Otro 18% se utiliza para gastos de producción, comunicación y técnica. En este apartado Orsai se lleva un honorario del 9% por trabajos de gestión, pagos, difusión y logística.

Y el 18% restante representan las ganancias de los accionistas. Cada quincena son los socios los que deciden qué hacer con el dinero excedente, a través de encuestas vinculantes que ocurren los viernes, dieciocho minutos antes de que finalice el programa. […]

¿Pero cómo? ¿No hay dueños que se la llevan con pala, no hay gerentes garcas, no hay jefes explotadores? No. Lo más importante de Proyecto 18 es que los oyentes son los únicos dueños del programa. El proyecto no genera ganancias, sino salarios dignos y tranquilidad laboral para la gestión de un ciclo periodístico independiente.[4]

Ahí está condensado el fantástico mundo del progresismo: individuos independientes que en virtud de la «buena onda» pondrían guita (sin importar cómo la consiguieron) para «autogestionar» un medio de prensa. Dicho de otro modo, se espera que miles de trabajadores pongan plata de su bolsillo (es decir, del pago recibido por la venta de su fuerza de trabajo realizando tareas generalmente no deseadas ni disfrutables) para sostener que otros trabajadores vivan haciendo lo que les gusta hacer: «un ciclo periodístico independiente».

Comunicado de Orsai en redes, donde se afirma «Cuando, tras siete años al aire, el programa Buenas Tardes China fue levantado por decisión empresarial, Orsai reaccionó como un solo cuerpo. Lo que parecía un final fue, en realidad, una confirmación: no estaban perdiendo un programa, sino defendiendo un espacio. Así nació el Proyecto 18, una propuesta muy Orsai con una idea simple: que el programa no pertenezca a una radio, sino a su audiencia».

Claro está que nos parece justo y reivindicable que los trabajadores despedidos por Radio Con Vos intenten resolver la reproducción cotidiana de sus vidas mediante la búsqueda de otro contrato o el intento de un nuevo emprendimiento. Pero al mentir sobre lo sucedido –y mentir ahora sobre lo que organizaron– arruinan el mismo producto que pretenden vender: palabras, opiniones, ideas.

Estos trabajadores no perdieron su trabajo en Radio Con Vos porque sus «dueños se la querían llevar con pala», porque sus administradores eran «unos gerentes garcas» o a causa de la crueldad de «jefes explotadores». Los despidieron porque no contribuían a la rentabilidad esperada. Una rentabilidad que no proviene de la mera escucha por parte de los oyentes ni, mucho menos, por el sentimiento de «comunidad» que puedan alimentar.

Lo crucial para garantizar rentabilidad es que los avisadores (medidos no en número sino en valores) solventen el programa. Si esto no sucede, a menudo la causa es que no hay oyentes en cantidad y calidad (capacidad de consumo) como para atraer a las publicidades, entonces (con independencia de la calidad y la profundidad de las ideas y la artística) el programa es comercialmente inviable.

Emprendimientos menores, de nicho, pueden lograr viabilidad cobrando caro. Es lo que sucede con las verduras «de huerta orgánica» y los canales de suscripción paga: productos para pequeños nichos de sectores solventes. No se trata de una reconfiguración de los actores (menos avaros, garcas y explotadores) sino de la demanda: de lo masivo al nicho, de la democratización del mercado a su segmentación excluyente.

No nos parece mejor ni peor. Es una forma de sobrevivir. Pero la idea de que esto es moralmente superior para la audiencia pretende ocultar lo contrario: que han elegido tener una audiencia mejor, ésa que puede pagar.

Pero lo cierto es que en este nuevo emprendimiento no habrá «oyentes dueños», sino un retroceso a la suscripción paga en un mundo donde los productos de este tipo (como los podcasts) son de distribución gratuita y se solventan con publicidad. Por otro lado, dueño no es el que paga sino el que toma las decisiones. Y de esto a los oyentes no se les ofrece más que una consulta vinculante sobre el destino de unas ganancias que ya están planificadas. Planificadas a partir de unos honorarios y comisiones que se desconocen. Un oyente común de radio tiene mayor poder decisorio: no pone un centavo y puede decidir dejar de oír el programa si deja de gustarle. Pero lo fundamental y determinante es que, para ser dueño, hay que poder vender la propiedad: en el capitalismo, si no puedo vender entonces no soy dueño (puedo ser, en todo caso un señor feudal o un burócrata que usufructúa). Enajenable es una condición de la mercancía.

La novedad de Proyecto 18 carece de atractivo real. Puede, eso sí, contribuir a que sectores mejor acomodados elaboren su contrición culposa imaginando una epopeya contra los avaros, garcas y explotadores.

¿No es lo peor que te puede pasar?

Jairo Straccia se detuvo en el punto en que podía haberse preguntado si el capitalismo, con las reglas que él mismo explicita a diario, es un sistema viable para el conjunto de los trabajadores. Ahora que él mismo padece el funcionamiento del capital en carne propia, publicita la respuesta disfrazada con las mismas tonterías de los conductores que observaron cómo lo despidieron sin que su moral indómita los llevara a mover un dedo: Ernesto Tenembaum, Reynaldo Sietecase y Alejandro Bercovich no llevaron su moralismo cotidiano a la acción. Le palmearon la espalda, dijeron al aire  «No es lo peor que te puede pasar» (¿en qué mundo perder la capacidad de reproducir la vida no es lo peor que te puede pasar?) y, así, nos explicaron a todos por qué ganó Milei.

Porque todos hemos padecido, en el último cuarto de siglo, esta escena: los progresistas que gritan y declaman pero, cuando llega el momento, sólo se preocupan de sí mismos.

Lo que le pasó a Straccia le pasó a millones y millones de trabajadores precarizados durante el gobierno peronista de los dos Fernández: una mezcla de imposibilidades para ganarse el mango (por las restricciones de la pandemia) seguida de una inflación demoníaca que los arrojó a una espantosa situación. Y la respuesta fue: hay que defender el Estado presente.

NOTAS:

[1]    Para saber de qué cita hablamos y por qué nos interesa, véase el apartado «California es la nueva Detroit» en la nota CINE: Una de esas mercancías que nos resistimos a ver como mercancías.

[2]    Véase nuestra reseña de Zurda, el libro de Myriam Bregman, que titulamos «La estrategia del ocaso».

[3]    Rolando Astarita, «Raspando a los amigos del pueblo», nota publicada en su blog el 26 de abril de 2018.

[4]    «Proyecto 18: cuando la audiencia se convierte en dueña de un programa de radio», gacetilla publicada en Orsai el 18 de agosto de 2025.

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