El síndrome del Quemado por el trabajo (SBO) expone de qué manera un problema social (las relaciones de trabajo asalariadas) se reduce a un problema individual (el sujeto “quemado”), apropiado por el sistema de salud y sus especialistas, y por lo tanto expropiado a la lucha social y política de la clase trabajadora.
En 1974 el psiquiatra Herbert Freudenberger llegó a la conclusión que su trabajo lo había quemado. Y lo mismo pasaba con muchos colegas que trabajaban con él: “Bajo la tensión producida por la vida en nuestro mundo, cuando los recursos internos llegan a consumirse, (…), no les queda más que un vacío inmenso en su interior, incluso aunque su aspecto externo parezca más o menos intacto.”[i] Nació así el Síndrome de Quemado por el Trabajo o Burn out (SBO). Dos años más tarde, la psicóloga Cristina Maslach elaboró el primer y más utilizado cuestionario (Maslach Burnout Inventary -MBI) para determinar quiénes son afectados por el síndrome. El nombre, los cuestionarios y las variables asociadas al SBO, difieren en un amplio abanico, pero por ser los más consensuadamente usados conviene denominarlo Síndrome de Quemado por el Trabajo (y utilizar la inglesa SBO) y referirse al MBI cómo el instrumento de medición de referencia.
Los libros, trabajos de campo, investigaciones y tesis sobre el tema suman varios miles en una gran amplitud geográfica. Sin embargo, existe un punto común reconocido:
En 2001, Maslach, Schaufeli y Leiter, establecieron las tres dimensiones clave que definían este síndrome: cansancio emocional, despersonalización y falta de realización personal. Estas tres dimensiones fueron caracterizadas por Morán Astorga como: –Cansancio emocional es la dimensión principal del síndrome y su manifestación primaria. Se trata de una sensación de agotamiento y cansancio que ocasiona acciones para separarse emocionalmente del trabajo. –Despersonalización es la respuesta impersonal y fría hacia los receptores de los servicios y cuidados. –Realización personal es la dimensión más compleja del síndrome, y se define como el sentimiento de incompetencia y falta de éxito profesional.[ii]
Aunque hay algunos trabajos de campo realizados con otras ocupaciones como transportistas o deportistas, es amplio el consenso en atribuir el SBO a los trabajadores de la salud, la educación y aquellos trabajos del cuidado de otros y que se realizan en estrecho contacto con ellos.
El síndrome
Un síndrome no es una enfermedad sino su manifestación observable, el conjunto de signos y síntomas que se asocian a una patología y que puede tener una o varias causas. Por eso, se “establece” el síndrome al delimitar una cantidad de expresiones perceptibles que nos permiten determinar su existencia. En salud mental los padecimientos pocas veces se encuentran asociados con disfunciones orgánicas observables (“marcadores biológicos”). Es el sujeto el que debe expresar de alguna manera su sufrimiento para demandar una solución. La disciplina que cruza las opiniones y acciones de los individuos con modelos y constructos mediante procedimientos estadísticos es la psicometría. Una concepción de medir que “enlaza conceptos abstractos (constructos) inobservables directamente, con indicadores empíricos observables directamente (conductas)” El MBI es la herramienta psicométrica más utilizada para medir el SBO.
Un trastorno como este pasa por diferentes momentos. La comunidad científica pone en funcionamiento su detección y manejo, la aceptación por los sistemas de salud, su cobertura para los tratamientos. Por último, el reconocimiento de la posible relación causal con las actividades laborales, permite que los trabajadores exijan protección y resarcimiento. Estos avances son motivos de disputa en el plano de la lucha de clases. Como cuando el Estado cuestiona, a través de fallos laborales, las conclusiones que previamente han establecido los investigadores, atribuyendo el SBO a causas desconocidas. La salud de los trabajadores, variable central en la acumulación del capital, no es tema de definiciones abstractas sino de lucha política.
Un aspecto interesante que se desprende de la información ya disponible en múltiples trabajos de campo es que, partiendo de las respuestas conscientes de los trabajadores, se suele estimar la proporción de “quemados” en un porcentaje que, generalmente, oscilan entre el 20 al 50%. Dado que las inferencias no son indirectas (los ítems son, por ejemplo: “Soy capaz de resolver adecuadamente los problemas que surgen en mi trabajo”, “Desde que comencé este trabajo, he ido perdiendo mi interés en él” o “Trabajar todo el día, es realmente estresante para mí”), no se puede estar quemado sin saberlo (como sí se puede ser chagásico mucho tiempo ignorándolo), por lo que muchos trabajadores siguen trabajando “quemados”, sin expresiones clínicas invalidantes, percibiéndolo y asumiendo que es una forma “normal” de relación laboral.
El cuestionario establece, al procesar las respuestas y compararlas, la existencia del SBO y de sus tres componentes esenciales. A la vez, en el intento de asociar este síndrome a otros factores y determinar su incidencia se suelen cruzar esos datos con otros recabados simultáneamente. Se mide así la relación entre la “percepción consciente” de los encuestados con una gran variedad de datos demográficos y organizacionales (edad, sexo, cantidad de hijos, pluriempleo, especialidad, etc.) Algunas de estas variables han demostrado su relevancia y otras no. Sin embargo, este gran avance en el reconocimiento, medición e intento de solución del “quemarse” por el trabajo deja ver importantes problemas.
Las deficiencias de la medición
Aunque el SBO se define como un padecimiento causado por las condiciones laborales, los datos con los que se cruzan los resultados del MBI son demográficos, con una significativa ausencia de cruces con información referida al trabajo concreto, al trabajo socialmente determinado. Por ejemplo, no se hacen cruces sistemáticos (ni esporádicos) con la relación entre salario y canasta familiar, o entre empleados por la administración provincial municipal y nacional. Tampoco se estudia la relación de la tarea en cuestión con la determinación de clase: asalariados estatales, privados, cuentapropistas, profesionales liberales. Las variables asociadas se refieren a la población (información censal) y no la clase (información laboral).
No se hacen estudios longitudinales, que abarquen más de un par de años, en los que se pudiera percibir y estimar el efecto de cambios sociales. Aunque los trabajos suelen referirse a “las fórmulas cada vez más flexibles de organización del trabajo”, “nuestra época de cambios permanentes”, “el neoliberalismo” ó “el fin del estado de bienestar”, estas variables, que se proponen como el marco en el que hace su aparición el SBO, no son medidas, operacionalizadas, ni comparadas.
Como consecuencia, tanto el trabajo como la relación productiva son abstractos e indeterminados. Se da por sentado que el SBO aparece y crece, se da por sentado que afecta a los asalariados, se da igualmente por sentado que no distingue geografías. Sin embargo, se lo estudia y trata como si no fuera un efecto del trabajo asalariado bajo las condiciones capitalistas reales. Por el contrario, se lo circunscribe a la interacción grupal, a las organizaciones y a los modos de afrontamiento por parte de los individuos. Tampoco se cruza el trabajo “de cuidado” con otros para determinar por qué o en qué medida afecta a unos y no a otros, y desarrollar alguna hipótesis consistente sobre la propensión mayor a “quemarse” de unos u otros. O qué componente concreto determina el tipo de trabajo que deja al trabajador más expuesto al SBO.
El mal al que no se le quiere poner nombre
Aquí viene la paradoja del SBO. Por un lado, permite demostrar científicamente la degradación vital a la que se ven sometidos los trabajadores que padecen la discordancia estructural de una demanda superior a sus fuerzas. Por otro, las soluciones (al igual que las investigaciones) no superan el plano del esfuerzo individual de cada trabajador (sea sometiéndose al tratamiento medicamentoso, tomando licencias o modificando el modo de trabajar y relacionarse). Esa es al fin y al cabo la función de lo que se define como “psicosocial”[iii]: disolver lo social en lo grupal, lo grupal en las interacciones, y las interacciones en conductas individuales. Invertir lo social en lo psicosocial es diluir lo sistémico en el agregado de los sujetos, la suma de las psiquis. Se estudia a los sujetos “quemados” y no el trabajo “quemador”.
La definición de salud adoptada por la OMS a mediados del siglo XX fue un avance: “Un estado de completo bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Hoy esa definición es limitada y limitante. El SBO expone de qué manera un problema social (las relaciones de trabajo asalariadas) se reduce a un problema individual (el sujeto “quemado”), apropiado por el sistema de salud y sus especialistas, y por lo tanto expropiado a la lucha social y política de la clase trabajadora. Este es el núcleo del problema de la medicalización, es decir, el proceso por el cual problemas no médicos se tratan como enfermedad o trastorno. No es negativo que la medicina amplíe sus horizontes, lo negativo es que estreche las posibilidades de la lucha política. Medicalización es despolitización. El SBO no es un problema de cada trabajador, sino la consecuencia de la degradación de la vida y el trabajo en el capitalismo.
Notas
(Publicado originalmente en El Aromo N°90)
[i] Freudenberger, H. J.: “Burn-Out”, Journal of Social Issues, nº 30, 1974, p. 159-165.
[ii] Sanclemente Vinué, Isabel, Carmen Elboj Saso y Tatiana Íñiguez Berrozpe: “La prevención del síndrome de burnout en la enfermería española”, asequible en internet.
[iii] Los factores psicosociales, de acuerdo a la OIT, se definen como “elementos externos que afectan la relación de una persona con su grupo y cuya presencia o ausencia puede producir daño en el equilibrio psicológico del individuo”. OIT: “Factores psicosociales en el trabajo: naturaleza, incidencia y prevención”, Informe del Comité mixto OIT/OMS, 1984