“Con fe y con esperanza, la libertad avanza”, mejoró hace poco tiempo su latiguillo quien supo ser vicepresidente, ministro, embajador, dos veces gobernador, diputado y candidato a presidente por el peronismo.
Nosotros no tenemos fe ni esperanza, porque no tenemos certeza.
Marchamos sin esperanza, pero con voluntad.
Sin fe, pero con inteligencia.
Construimos confianza en una práctica.

Lo hacemos así porque una sociedad que amplía su propio margen, que agranda la marginalidad social de todos los tipos hasta hacer de su propio centro un punto brillante alrededor del que giramos miles de millones de vidas grises, no es la sociedad que elegiríamos para vivir.
Y –lo que es mucho peor– una sociedad cuyas variables más importantes, las fundamentales, se esmeran en impedir que haya soluciones, no es una sociedad en la que podamos vivir.
Hablamos de una sociedad que padece un automatismo impiadoso: las petroleras no se suicidarán ni sus accionistas admitirán dejar de ganar porque el clima enloquezca; los pobres del mundo no lucharán por el decrecimiento de una opulencia que no han saboreado jamás; los capitales marginales y de oscuro origen no dejarán de aprovecharse del mundo de la economía negra suburbana, profundizando la violencia y la barbarie; lo que es negocio no dejará de serlo, pues alguien se beneficia; lo que todavía no es negocio, comenzará a serlo, pues alguien se beneficiará. En una sociedad tan congruente consigo misma –con sus leyes de competencia y acumulación–, se abren grietas en cada crisis.

Una sociedad que se enfrenta a sí misma –a la parte negada de sí, a los explotados–, una sociedad que provoca crisis regulares de profundidad en aumento, es una sociedad que nos brinda una chance para superarla. Como si fuera un monstruo mitológico que, de vez en cuando, se emborrachara y se durmiera.
Sin embargo, esa chance únicamente cobra sentido si los trabajadores irrumpen. Si los trabajadores irrumpen, entonces una dirección se hace necesaria. Indispensable. Pero esta necesidad no garantiza que esa dirección sea socialista.

La necesidad de una dirección política plantea tres caminos posibles. Uno, la falta de dirección, el desencanto, la desmoralización y el reflujo. Dos, la regeneración de la apuesta burguesa y la derrota desde adentro (en Argentina, esta fue la tarea especifica del peronismo en el 75, en el 89, en el 2002). Tres, la emergencia de una vanguardia que se apreste a combatir por el socialismo para terminar con estas condiciones, para intentar acabar con la reverberación permanente de los males que produce el sistema capitalista.
Una pequeña chance real (la del socialismo) es infinitamente superior a ninguna chance real (la de un capitalismo auto regenerado). Sólo puede parecerle escueta y escasa a quienes se encuentran embebidos de fe y esperanza. Pero somos socialistas: comprobamos, en la experiencia y en el pensamiento, que, al ser arrojados a este mundo y a nuestra clase, se nos anunció: Lasciate ogne speranza, voi ch’intrate, abandonen toda esperanza si entran acá.

Y así es. Abandonamos toda esperanza y nos concentramos en nosotros. Rechazamos toda fe para intentar comprender el mundo en que vivimos. Deploramos las virtudes teologales, por algo la Iglesia Católica y Daniel Scioli las adoptan y promueven.
Descreídos de las promesas, nos afirmamos en lo que sabemos hacer: organizarnos, pensar, ponernos de acuerdo, luchar colectivamente. Escribir y difundir lo que pensamos. Y, sobre todo, descansamos en el punto de apoyo de toda la militancia socialista: conversar.

Sin conversación, publicar es inútil. Porque la conversación tiene interlocutores (personas que se turnan para hablar), mientras que la publicación tiene público, masa anónima de receptores. No queremos “llegada”. Queremos militantes.
La publicación se justifica únicamente cuando es una palanca y no un obstáculo para la conversación. Lo mismo sucede con la organización y la lucha: se potencian y desarrollan si se continúan en el diálogo. Se mueren, en cambio, si derivan en el púlpito y la obediencia.
Cumplimos tres años tratando de realizar estas tareas. Tres años en que, esto que hacemos, lo estamos haciendo un poco mejor.
Sin fe. Sin esperanza. Sin certeza.
Confiando en la capacidad humana de pensar. En la capacidad de la clase obrera para luchar. En nuestra capacidad, pequeña pero voluntariosa, de seguir trabajando juntos por la causa del socialismo.




