Sencillito #25: Una hipótesis demasiado optimista

Un submarino implosionó en una inmersión para observar restos del Titanic. Un barco sobrecargado de inmigrantes africanos que intentaban llegar hasta las costas europeas naufragó frente a Grecia. La imagen que ilustra esta publicación refleja una opinión sobre la cobertura de estos dos hechos similar a la que desarrolla el siguiente texto de la revista de izquierda Contragolpe:

La historia del desastre de Titán refleja una fascinación por las personas extremadamente ricas. A menudo creemos que esos pocos privilegiados, que normalmente se salvan de los grandes y pequeños inconvenientes de la vida, también se ahorrarían naturalmente algo tan horrible como una muerte prematura. Creo que tenemos una atracción macabra por la disolución de la invulnerabilidad percibida de la riqueza, y esto, en parte, podría ser una de las razones de la cobertura ininterrumpida del Titán. [] Cuatro días antes de que el Titán desapareciera, un arrastrero pesquero con destino a Italia transportaba migrantes de Afganistán, Siria y Egipto, así como de otros países de Oriente Medio y África. Después de experimentar problemas con el motor y tomar agua, volcó y se hundió. De los 750 pasajeros estimados del arrastrero, sólo 104 sobrevivieron. Entre los desaparecidos había 100 niños. Fue uno de los peores desastres marítimos y migratorios de la historia, sin embargo, en comparación con la historia de Titán, recibió comparativamente menos cobertura. Este incidente es el último capítulo sombrío de pérdidas de migrantes en el mar que, como estima Human Rights Watch, ya ha superado los 25.000 desaparecidos o muertos desde 2014.

Explicar el sesgo en la cobertura por «una fascinación por las personas extremadamente ricas» es una hipótesis demasiado optimista. Veamos por qué.

En primer lugar, supone que los noticieros y el interés por las noticias se sostienen en la búsqueda de algún tipo de información objetiva sobre el mundo y su funcionamiento. Una vieja técnica del trabajo periodístico, la «pirámide invertida», recomendaba empezar por la información más relevante para el lector. Su objetivo era captar la atención del usuario para, posteriormente, ir incluyendo ideas secundarias en las secciones más avanzadas del texto y guiar así la lectura de los usuarios. En nuestro presente de plataformas y sus variados modos de informar, poco se utiliza esa estructura.

Ese camino para informar era característico de medios discretos, para lo cuales la elección del diario era la elección del continente del conjunto de las informaciones del día. Luego se recorrían los titulares para elegir en cuáles ahondar la noticia y examinar los detalles. Los medios más vendidos eran los más rentables y, prontamente, los más vendidos se volvían doblemente rentables porque obtenían más publicidad.

Ya desde hace un siglo surgió una perspectiva diferente de abordar el mismo negocio. Esa perspectiva, la prensa «sensacionalista», sustituye la novedad (el anoticiarse) por el dramatismo (las virtudes narrativas). Se puede obtener lo mismo –ventas y, en consecuencia, publicidad– con noticias o con dramas, pero hay un público creciente para los segundos y uno menguante para las primeras. ¿La causa? El declive de la sociedad, la degradación educativa, el creciente número de trabajadores cuya capacitación es innecesaria para el capitalismo.

Esta perspectiva sensacionalista tiene en cuenta, en primer lugar, que en la vida cotidiana la cosmovisión (previa) es más importante (en tiempos normales) que los hechos realmente sucedidos. O sea, que se lee Página 12 no para «informarse» de violaciones a los DD.HH., sino para ratificar que la omnipresente desaparición de Santiago Maldonado no es equiparable a las desapariciones de Facundo Astudillo, Luis Espinoza o Cecilia Strzyzowski. No leo para anoticiarme de las desapariciones, sino para interpretarlas de acuerdo con una narración que me agrade y me represente. Sólo en momentos de tensión entre esa narrativa y mi propia vida concederé el lugar para la interrogación y la información.

Puede parecernos que esto se aleja del «periodismo». Pero las empresas periodísticas venden una mercancía. Y podrían responder a los cuestionamientos sobre sus productos como el emperador Vespasiano a su hijo Tito: «Pecunia non olet» («El dinero no huele»).i

Cotidianamente observamos la ampliación de este exitoso matrimonio entre una narrativa que confirma mi visión de las cosas y un público que mantiene la rentabilidad de las empresas. Por eso, en lugar de la mencionada pirámide invertida, se abusa del titular interrogativo. Porque el drama requiere incertidumbre. Por eso, también, se abusa de la noticia acerca de «los famosos»: porque el drama requiere personajes distinguibles, pocos y notorios.

Un titular que informa arruina la incertidumbre y el drama. En cambio: «Ganó la Nations League con España y podría jugar en Monterrey» es una notica que ni es noticia («podría») ni dice quién es el sujeto del verbo «ganar». Incertidumbre, tentación de seguir leyendo, de abrir la página, de hacer un click. Con eso alcanza. Porque lo importante, para la publicidad, es que se ingrese a la página, no que esas líneas influencien al lector. Los haters, los odiadores, demuestran que también se puede leer lo opuesto para confirmar lo que ya se pensaba, insultando y menospreciando lo distinto. «Clarín miente», por ejemplo, es la expresión mas exacerbada de esta posición, pero no porque Clarín no mienta, sino porque la sentencia exime del trabajo de elucidar, buscar, determinar, cuándo y cómo Clarínmiente.

Como expresó Jürgen Habermas en Historia y crítica de la opinión pública, «la publicidad burguesa puede captarse ante todo como la esfera en que las personas privadas se reúnen en calidad de público». Y para eso, más importante que la argumentación coherente, la búsqueda de la verdad o una representación lo más amplia posible de la realidad, es la estética melodramática. Fascinada por lo sangriento, lo macabro, por la atención que le presta a los ídolos de masas tanto del mundo del deporte como del espectáculo. Satisface a un público que demanda más una ficción mitológica que una documentada exposición de los hechos.

Por eso el submarino era necesariamente más interesante que los migrantes africanos. El barco se había hundido categóricamente, mientras que el submarino estuvo desaparecido durante días, se lo buscaba sin saber con certeza qué había pasado. No importaba que las chances de recuperarlo con sus tripulantes vivos fueron pocas: una ficción se basa en algún nivel de incertidumbre y el submarino la ofrecía; mientras que el barco, no. También eran pocos sus tripulantes, cumpliendo una ley de la narrativa dramática: no abundar en demasiados personajes. El sufrimiento sostenido e incierto y los personajes identificables brindaban a una tragedia más importancia que a la otra, desde el punto de vista de la difusión. No por ser ricos. Sino por ser parte de una buena historia, de una ficción sostenida, de un consistente suspenso. Como lo fueron en su momento –sin ser millonarios en un viaje de placer– los mineros chilenos sepultados vivos en una mina descalabrada.

Como hemos publicado en otros artículos, cada vez es menos esperable que el periodismo y las publicaciones periodísticas desarrollen estructuras informativas. Porque éstas son complejas y su lectura exige un esfuerzo propio de una educación que esta sociedad cada vez brinda menos y cada vez degrada más.

El carácter de clase tomado seriamente –la relación con la propiedad de los medios de producción–, o su refracción parcial y distorsionada –«ricos y pobres»–, no se encuentra entre los elementos prioritarios que modelan los juicios y las satisfacciones de las masas trabajadoras. Aunque fuera en su formulación invertida –«la fascinación por los ricos»– estaríamos un paso adelante. Contrariamente a esa hipótesis optimista, la relación con la riqueza y la propiedad se encuentra obturada y escondida detrás del éxito personal, la nacionalidad, la raza, la profesión u oficio e, incluso, las opiniones de los protagonistas. Y aun todos esos elementos –que funcionan como una pantalla al entendimiento acerca de cómo funciona la sociedad– son elementos secundarios de las noticias con respecto al atractivo de la trama ficcional, del drama desplegado. Y a la atracción que ejerce la confirmación de las propias ideas previas, de la cosmovisión con el que se inicia la lectura.

En este terreno y en el momento actual, no hay posibilidades de competir con el modelo de la prensa burguesa sensacionalista. Se nos presentan, en consideración de nuestras fuerzas, dos tareas por delante.

La primera es la elección del destinatario de la propaganda socialista. Sin duda es la vanguardia que, llevada a una crisis de sus concepciones actuales por la lucha, se encuentre en condiciones de evaluar alternativas. Es decir, de contemplar hipotéticos programas de acción nuevos y adecuados a la situación.

La segunda, se trata de la conciencia de la vanguardia, consiste en no intentar llegar a ella desde la satisfacción y las sensaciones. Quienes estén dispuestos a poner el cuerpo en la lucha, seguramente podrán estar dispuestos también a poner el cuerpo en el pensamiento. Esto significa que debemos desarrollar una gimnasia de argumentación y cuestionamiento.

Una actitud que la burguesía interfiere con el movimiento de pinzas de la degradación educativa y el estruendo sensacionalista.

Nota:

i Tito, hijo del emperador Vespasiano, le recriminaba a su padre el cobro de impuestos sobre las letrinas públicas. El emperador le acercó a su hijo el dinero de la primera recaudación preguntándole si le molestaba el olor, y al contestarle Tito «non olet» (no huele), le replicó: «y sin embargo es producto de la orina».

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