En 1964, Bill Rusell, una de las dos máximas estrellas de la NBA, firmó un contrato por cien mil un dólares. Sí: U$S 100.001. Lo hizo para superar, aunque sólo fuera por un dólar, el contrato de quien era por entonces el jugador mejor pago y, por supuesto, su principal competidor: Wilt Chamberlaín. Ambos eran lo que hoy son Le Bron James (44,5 millones) y Stephen Curry (48,1 millones). Es justo aclarar que esos 100 mil dólares equivalen hoy en día, inflación mediante, a unos 600 mil dólares. Las grandes estrellas del deporte ganaban unas diez veces el salario promedio de EE. UU. Era mucho. Pero se trataba de los dos más destacados, no de todos los deportistas profesionales. Y, además, se trata de una actividad de la que hay que despedirse joven. Y en los años 60 los ingresos personales por publicidad no constituían un vector relevante.
Hoy la proporción es de 450 a 1. Y esta proporción se duplica con los ingresos por gestionar la imagen. Y eso no es todo. Porque esos millones que cada año entran en sus bolsillos, no van a parar abajo del colchón para cuando los necesite. Sino que son invertidos en busca de beneficios, no de manera mágica, sino por la apropiación de plusvalor, mediante la explotación de trabajadores. Estas estrellas del deporte no son laburantes haciendo esfuerzos para que sus frágiles ahorros no sean devorados por la inflación: se trata de burgueses que obtienen más valor a partir del valor. La prueba de que invierten es que más de la mitad termina en la ruina a los 5 años de retirarse, mientras que algunos son propietarios, totales o parciales, de clubes (LeBron, de los Boston Red Sox y el Liverpool FC), de empresas tecnológicas (Shaq O´Neal, en Apple, Google), de laboratorios (Pau Gasol, en Therabody)…
En 1967, en Cleveland, se reunieron algunos de los más grandes deportistas negros del momento (quizás de todos los momentos) para apoyar a Muhammad Alí, que se negaba a ir a combatir a Vietnam. Al año siguiente, Karim Abdul Jabbar se negó a representar a EE.UU. en los Juegos Olímpicos de México. «Estados Unidos no es mi hogar. Sólo vivo aquí», declaró.
En 2004, una larga lista de estrellas seleccionadas se negó a viajar a los Juegos Olímpicos de Atenas: Tracy McGrady (Orlando Magic), Ray Allen (Seattle), Jason Kidd y Kenyon Martin (Nueva Jersey), Kevin Garnett (Minnesota), Karl Malone y Kobe Bryant (Los Angeles Lakers), Vince Carter (Toronto) y Elton Brand (Los Angeles Clippers). Pero ninguno lo hizo por apoyo a alguna causa social, compromiso político, solidaridad de clase o compañerismo entre colegas, sino por motivos personales (como tener fecha para casarse).
Nadie refleja mejor este cambio y esta ruptura que Michael Jordan. Ante las quejas por su falta de apoyo a un candidato afrodescendiente en Carolina del Norte (un candidato del imperialismo guerrerista demócrata), les explicó a sus compañeros en un viaje: «Los republicanos también compran zapatillas».
La globalización de la economía y su correspondiente universalización de las plataformas publicitarias-mediáticas-deportivas ha conducido a que sus protagonistas atraviesen la frontera de clase. En consecuencia, defienden otros intereses y ya no les preocupan los problemas cruciales de sus seguidores y fans, problemas de un mundo al que ya no volverán: trabajo, vivienda, salud, educación, seguridad, en fin, las dificultades para vivir que conocemos muy bien. Por eso no importa de dónde han salido, cuál ha sido su origen social. Lo que importa es dónde están, cómo viven, de dónde provienen sus ingresos. El éxito de un individuo no debe ocultarnos el fracaso de una sociedad.
El espectáculo deportivo que estas estrellas ofrecen es digno de verse, por la destreza desplegada, la incertidumbre del juego y la calidad del entretenimiento. Pero la vida de estas estrellas fuera de la cancha es la vida de nuestra clase enemiga, y sus opiniones son las de esa misma clase con intereses contrapuestos a nosotras y nosotros, que pertenecemos a la clase obrera. Esto se hace muy evidente en la relación que esas estrellas mantienen con el resto de las y los aspirantes del básquet: ya nada une a las estrellas millonarias de un deporte con las decenas de millones de jugadores federados, semi profesionales o profesionales con ingresos miserables.
Ya no habrá fotos como las de Cleveland en 1967. Sin las estrellas de nuestro lado, marcharemos hacia nuestro amanecer en la mayor oscuridad. Por eso es tan necesaria la brújula de la independencia de clase y el programa socialista.
Bien, les diria que nombren tambien a Messi, que se dedica a lucrar con la miseria de los pobres que gastan lo que no tienen para comprarse una camiseta de PSG.