Comenzó la Copa Mundial de fútbol femenino. Es esperable que la selección de Argentina logre mejorar sus presentaciones anteriores. Carga con la pesada mochila de representar una asociación anómica que intenta desarrollarse en una economía paupérrima y en declive. Y cuenta a favor con la sinergia futbolística de la Argentina: una mezcla de tradición, historia, cantidad de jugadores activos, contactos y entorno. Este elemento histórico juega como contra tendencia del declive socioeconómico y su reflejo en los dirigentes burgueses a cargo del fútbol.
El debut de Argentina, contra Italia, se llevará a cabo en un horario difícil de seguir (Lunes 3AM, casi una canción de Charly) pero el segundo partido se jugará a una hora muy propicia para el disfrute: el jueves 27 de julio, a las 21:00, contra Sudáfrica (probablemente EL partido para la selección). La fase de grupos se cerrará para la selección argentina de madrugada, nuevamente, el miércoles 2 de agosto, a las 4:00 AM, contra una de las candidatas más fuertes al título: Suecia. En caso de avanzar a la siguiente fase, las jugadoras argentinas podrían encontrarse en la cancha con algunas de las estrellas del evento: las veteranas Megan Rapinoe (EE.UU., 38) o Marta (Brasil, 37), que asisten a su último Mundial, o la actual mejor jugadora del mundo: la española Alexia Putellas.
El Campeonato Mundial, como todo evento de impacto social y gran movimiento económico, les otorga visibilidad a cuestiones importantes pero a menudo soslayadas. En este caso, a la existencia de las mujeres, a la existencia de los cuerpos.
El cuerpo de las mujeres
El torneo comenzó precedido por una cantidad inusual de lesiones en jugadoras fundamentales de los respectivos equipos. Siempre hay lesiones en los torneos de elite. El nivel de exigencia concordante con el dinero que se mueve alrededor del deporte profesional fuerza el cuerpo hasta el límite de lo exigible. Y a veces se rompe. Pero la cantidad de lesiones en esta previa del Mundial va más allá. Hay aspectos significativos que las diferencian. Se trata de la rotura de ligamentos cruzados anteriores (LCA). Es la grave lesión que sufrió Martín Palermo en 2008, o la que prácticamente terminó con la carrera de Fernando Gago (quien volvió tras una rotura de LCA para disputar su último partido en 2020). Este tipo de lesión conlleva medio año, o más, de recuperación.
La estrella y bicampeona del mundo con EE.UU., la renombrada Megan Rapinoe, que llega muy justo a este Mundial recuperándose de otras lesiones, sufrió la rotura de LCA, no una, no dos, sino tres veces. Lo cual la llevó a preguntarse, en 2015, a sus 30 años de edad, cuando sufrió la última de esas lesiones: «¿Será este el final? ¿Podré volver de esto? ¿Voy a tener dolor para siempre?»
En una nota publicada esta semana por el New York Times, Rory Smith, principal corresponsal de fútbol en The Times con sede en Inglaterra, bajo el título «La maldición que acecha al fútbol femenino», explicó:
Durante el último año más o menos, ese miedo, y las preguntas inquisitivas que suscita, han recorrido el fútbol femenino. En ocasiones, el deporte parecía estar en las garras de una epidemia de lesiones del LCA, una tan generalizada que en un momento dejó de lado a una cuarta parte de las nominadas para el Balón de Oro del año pasado.
Alexia Putellas, la centrocampista española que ganó ese premio y fue elegida por consenso como la mejor jugadora de su generación, se recuperó a tiempo para honrar la Copa del Mundo, el evento más importante de este deporte. Pero innumerables otras estrellas no lo han hecho. En cambio, pasarán el verano en casa, curando sus heridas, maldiciendo su suerte.
La lista es larga. Catarina Macario, la delantera de EE.UU., se desgarró el ligamento cruzado anterior de la rodilla izquierda el año pasado y no pudo recuperar su forma física a tiempo. Ella no estará presente en Australia y Nueva Zelanda. Tampoco lo harán dos de las estrellas de la selección inglesa que aspira a destronar a Estados Unidos: la capitana del equipo, Leah Williamson, y su goleadora más productiva, Beth Mead, víctimas de lesiones en el ligamento cruzado anterior esta temporada.
La campeona olímpica, Canadá, ha perdido a Janine Beckie. Francia no ha podido recurrir a Marie-Antoinette Katoto ni a Delphine Cascarino. Holanda, finalista en 2019, no podrá contar con la delantera Vivianne Miedema. […] La propia Miedema señaló que, sólo en esta temporada, casi 60 jugadoras de las cinco ligas principales de Europa se habían desgarrado el ligamento cruzado anterior. «Es ridículo», dijo a principios de este año, «Algo se tiene que hacer».
En su publicación «Desgarro del LCA en atletas femeninas: entrenarlo o esguinzarlo», la Sociedad Médica Estadounidense de Medicina Deportiva (AMSSM, por sus siglas en inglés) describe así la gravedad del problema en EE.UU.:
Los desgarros del ligamento cruzado anterior (LCA) ocurren en ambos sexos, pero las atletas femeninas tienen un mayor riesgo y las atletas universitarias de baloncesto y de fútbol tienen un riesgo 3 veces mayor que sus contrapartes masculinas.
El efecto de esta discrepancia se amplificó en las últimas décadas como resultado de la aprobación del Título IX en 1972, lo que resultó en un gran aumento en la participación de atletas femeninas y en la participación en niveles más altos de competencia: en 1972 había 300.000 atletas de secundaria femenina y en 2007 ese número aumentó a tres millones. Actualmente se estima que 1 de cada 100 atletas de secundaria y 1 de cada 10 atletas universitarias sufrirán una lesión grave en la rodilla cada año.
Los desgarros del LCA ocurren con mayor frecuencia en el acto de aterrizar o plantar y cortar. Pueden ocurrir con o sin contacto de un jugador contrario y las atletas femeninas corren un mayor riesgo de lesiones sin contacto. Los deportes de alto riesgo incluyen el «american football», el fútbol (soccer), el baloncesto, el handball y las carreras de esquí alpino. En las mujeres, la incidencia máxima de lesiones se produce entre los 15 y los 19 años.
Los desgarros del LCA no se curan, pero el ligamento se puede reconstruir quirúrgicamente utilizando un tendón o ligamento extraído del paciente o de un donante fallecido, aunque esto ha caído en desgracia en los atletas jóvenes debido al mayor riesgo de nueva ruptura en el tejido donado.
La mayoría de los expertos médicos recomienda una reconstrucción de LCA en atletas jóvenes para restaurar la estabilidad de la rodilla y permitirles volver al deporte. Sin embargo, la cirugía está lejos de ser una solución perfecta, ya que los atletas no pueden volver a jugar durante un mínimo de 6 a 9 meses, mientras que la recuperación total puede demorar hasta 2 años. Para una atleta joven cuya identidad social está estrechamente ligada al deporte en que compite, ausentarse durante semejante período de tiempo puede ser devastador. Además, aproximadamente la mitad de todos los desgarros del LCA tienen lesiones de cartílago asociadas, que son más difíciles o imposibles de reparar.
Por último, incluso con la cirugía hay evidencia de que más de la mitad de los atletas que sufren un desgarro del LCA tendrán artritis de rodilla dentro de los 12 años posteriores a la lesión. Por lo tanto, existe un gran interés en la prevención de estas lesiones.
El artículo observa que «Existe una variedad de teorías para explicar el mayor riesgo de lesiones en las mujeres», variedad que tiene en cuenta factores hormonales (niveles de estrógeno), anatómicos (laxitud de articulaciones y ligamentos), biomecánicos y de fuerza muscular. A propósito de estos factores biomecánicos y de fuerza muscular, asociados a la lesión del LCA pero, a diferencia los hormonales y anatómicos, modificables mediante un entrenamiento adecuado (de ahí el título de la publicación «entrenarlo o esguinzarlo»), el artículo expone:
Un hallazgo interesante es que antes de la pubertad, un desgarro del LCA es raro y no más frecuente en las niñas, pero después de la pubertad el riesgo de las niñas aumenta significativamente. Durante la pubertad, los niños aumentan naturalmente la fuerza de los isquiotibiales más que la fuerza de los cuádriceps, mientras que las niñas desarrollan cuádriceps más fuertes y cambia muy poco la fuerza de los isquiotibiales. Esto genera un desequilibrio muscular en las mujeres jóvenes y el «dominio del cuádriceps» pone al LCA en mayor riesgo.
Una serie de diferencias biomecánicas también aumentan el riesgo para las mujeres. Las mujeres son más propensas a aterrizar con una rodilla que gira y se dobla hacia adentro, lo que se conoce como alineación «en valgo» [rodillas muy juntas, piernas que tienden a parecer una equis]. Esta alineación se asocia con un mayor riesgo.
Además, las hembras tienden a aterrizar de un salto con una postura más erguida y menos doblada en las rodillas. Esta posición facilita la activación del cuádriceps e inhibe los isquiotibiales aumentando el riesgo de LCA.
Una cosa es el sexo y otra, el género
Ahora bien, precisemos que la distinción entre «cuerpo» y «hormonas» es absolutamente artificial: deriva de las necesidades analíticas de la investigación y la intervención médicas. No refleja adecuadamente la constitutiva unidad profunda del cuerpo humano –y de cualquier otro organismo biológico–, unidad en cuyo origen se encuentra el repertorio genético. Dicho de otra manera: no hay un «kit básico corporal homogéneo» al que, como si fuera un envase estandarizado o una suerte de Sea Monkey, se le inyectaran después «hormonas de un tipo o de otro» y se obtuviera como resultado una mujer o un hombre. Tampoco hay un «cuerpo» al que, como si fuera el muñeco Cara de Papa de Toy Story, se le pudieran adherir luego los caracteres sexuales secundarios, como caderas o mamas más grandes, o bello facial y mayor gravedad en la voz.
Cada cuerpo humano se gesta sexuado, en su inmensa mayoría (el 99,98% de los casos) y desde hace millones de años. En esas condiciones se concreta su desarrollo vital. Todo el cuerpo humano es un complejo de interacciones adecuado a cierta lógica dimórfica, desde el momento de la fecundación. Ese desarrollo evolutivo y holístico de la diferencia sexual está en la base de lo que Rory Smith sotiene en su artículo:
Es un hecho establecido que las mujeres corren más riesgo de sufrir una lesión del LCA que los hombres. «¿Cuánto más riesgo?» ya es un dato menos nítido. Martin Hagglund, profesor de fisioterapia en la Universidad de Linkoping, en Suecia, estima que el riesgo es «2 o 3 veces mayor, según una revisión sistemática de estudios». Alex Culvin [jefe de estrategia e investigación de fútbol femenino de FIFPro, el sindicato mundial de jugadores] va un poco más lejos: algunos estudios, dijo, sugieren que el riesgo para las mujeres podría ser «6 o 7 veces mayor» que para los hombres.
Pero siguen siendo conjeturas. Lo cierto es que no se sabe realmente cuánto ni por qué. Y la sencilla razón de esta ignorancia se compone, en proporciones inestimables, de patriarcado y capitalismo:
No hay suficiente investigación disponible para dar respuestas claras a los jugadores. El organismo rector del fútbol europeo, la UEFA, ha estado realizando un estudio de vigilancia de lesiones en el fútbol masculino, por ejemplo, durante más de dos décadas. El equivalente femenino ha estado operando durante sólo cinco años. «Esa falta de conocimiento crea miedo», dijo Culvin.
Así como se ha investigado el cuerpo de los hombres durante más de 20 años, así hay que investigar el cuerpo real de las mujeres para conocer sus diferencias con respecto al funcionamiento del cuerpo de los varones. Así hay que buscar las claves que permitan atender sus problemas específicos, de la misma manera en que se avanza, lentamente, en otras cuestiones (como las diferencias en la estructura ósea y la incidencia de la osteoporosis):
…gran parte de la investigación se ha centrado en la biología. «Hay diferencias anatómicas obvias» entre las rodillas de hombres y mujeres, dijo Hagglund. No sólo las rodillas: de hecho, toda la pierna. Algunos estudios han sugerido que los LCA de las mujeres son más pequeños. Hay diferencias en las caderas, la pelvis, la ingeniería del pie.
Cada vez más, también, existe un conjunto de evidencias que sugiere que existe un vínculo entre las fluctuaciones hormonales y la susceptibilidad a las lesiones, en general, y a las lesiones del LCA, en particular. Chelsea, uno de los clubes líderes en la Superliga Femenina de Inglaterra, adapta las cargas de entrenamiento de las jugadoras en fases específicas del ciclo menstrual, en un intento por mitigar el impacto.
Sin embargo, como señaló un artículo publicado en el British Journal of Sports Medicine en septiembre de 2021, la inclinación a centrarse únicamente en las explicaciones fisiológicas está arraigada y sirve para reforzar el estereotipo misógino de que «la participación deportiva de las mujeres es peligrosa, debido principalmente a la biología femenina».
Esta aclaración de Rory Smith –centrarnos únicamente en las explicaciones fisiológicas puede servir para reforzar un estereotipo misógino– nos exige una aclaración complementaria: la negación de esas explicaciones sirve para lo mismo. Negar la existencia de la mujer no sólo sirve al machismo y al patriarcado: sirve con más eficacia que el «determinismo biológico». Porque la negación vuelve invisibles e inaccesibles las posibilidades de una liberación. Por supuesto que la biología NO es lo único importante: resulta crucial considerar los condicionamientos sociales y culturales que se despliegan en relación directa con la biología.
[Se] corre el riesgo… de hacer la vista gorda ante la multitud de otros problemas que pueden haber influido en privar a la Copa del Mundo de tantas de sus luces más brillantes este mes. «El enfoque en las diferencias anatómicas implica que hemos dejado de lado otros aspectos, los factores extrínsecos», observó [Hagglund]. Da la casualidad de que son precisamente esos aspectos los que podrían, factiblemente, abordarse.
¿Cuáles son esos aspectos factiblemente abordables? Los problemas de género. Es decir, la distribución diferenciada de roles, funciones, tareas, comportamientos, etc., que la sociedad realiza, históricamente, de acuerdo con el sexo de las personas. «El fútbol femenino no tiene el mismo apoyo organizativo que el masculino», declara Megan Rapinoe. Y esto vale tanto para el carácter más o menos confortable de los viajes (tipo de transporte, horarios, etc.) como para la cantidad y calidad de los miembros del personal médico, fisioterapeutas y nutricionistas.
Del mismo modo, las jugadoras jóvenes, hasta hace relativamente poco tiempo, carecían de los beneficios del mismo tipo de entrenamiento especializado de fuerza y acondicionamiento que es común en las academias de niños. Los equipos femeninos tienen lo que llaman «escuadrones competitivos» más pequeños, que dependen en gran medida de un puñado de jugadoras de alto perfil que no pueden darse el lujo de descansar. «Eso significa que están más expuestas a la congestión de partidos, hay menos rotación y es más probable que jueguen con una lesión», dijo [Hagglund]. Y luego están los problemas ambientales. Los equipos femeninos no juegan en el mismo césped perfectamente cuidado que los mejores equipos masculinos.
Está claro que, en principio y según la nota del New York Times, la solución pasaría por igualar las condiciones en que realizan la práctica deportiva hombres y mujeres, desdeñando las explicaciones fisiológicas en favor de poner énfasis en los factores extrínsecos. Pero el problema que intentamos abordar nos enfrenta al hecho de que los «factores extrínsecos» se montan y arraigan en las diferencias biológicas. Existe una lesión particular y grave, que amenaza la carrera de las futbolistas mujeres y cuya razón de ser reside en el hecho de que el cuerpo de las mujeres es diferente al cuerpo de los varones. Y los «factores extrínsecos» que hacen a las diferencias de género radican en lo mismo.
El feminismo como reivindicación de los derechos de las mujeres basados en el sexo lucha tanto por el reconocimiento de la igualdad allí donde no hay diferencia, como por el reconocimiento de la diferencia allí donde es ocultada suponiendo que hay lo mismo. La gravedad de este doble problema está perfectamente ilustrada por Rory Smith cuando habla del calzado deportivo:
Las jugadoras deben entrenar y competir, a menudo, mientras usan zapatos diseñados pensando en los pies de los hombres, en lugar de los de las mujeres. […] Laura Youngson se sorprende siempre, incluso ahora, por la cantidad de jugadoras con las que se encuentra que se han convencido de que los botines de fútbol fueron diseñados para ser incómodos. «Esa es la percepción», dijo. «Que se supone que deben sentirse así y que las mujeres, en particular, debemos soportarlo. Realmente no están destinados a ser incómodos».
Aún así, la creencia está muy extendida. A principios de este año, un estudio en profundidad realizado por la Asociación de Clubes Europeos y la Universidad St. Mary’s de Londres encontró que el 82% de las jugadoras de élite experimentaron «dolor o incomodidad» debido al calzado que usaban mientras jugaban.
La razón de eso es simple. A diferencia del running, digamos, deporte acerca del cual las principales marcas de calzado se dieron cuenta hace mucho tiempo de que las mujeres y los hombres necesitaban, y comprarían, diferentes tipos de zapatillas, las versiones de calzado para fútbol que les venden a las mujeres, en gran medida, no están diseñadas para ellas. El principio perdurable del mercado ha sido, efectivamente, como dijo Youngson: «Que las mujeres son simplemente hombres pequeños».
Una cosa es la igualdad y otra, la mismidad
Es justamente esta falsa igualdad, esta negación de la existencia de dos sexos –uno de los cuales es la mujer y cuya anatomía completa y compleja no es la misma que la del hombre–, lo que la falsa igualdad del calzado deportivo para el fútbol segrega realmente. La mujer no debería ser socialmente inferior al hombre, como si al tratarse «simplemente de hombres más pequeños» las mujeres tuvieran «derechos más pequeños». Pero la desigualdad de género no se soluciona negando la existencia de la mujer, sino reconociéndoles a sus problemas específicos la igualdad de estatuto y valor que tienen los problemas del hombre.
Las roturas de LAC en las deportistas mujeres no se solucionan con mayores medios para que realicen los entrenamientos que se han demostrado apropiados en el cuerpo de los hombres, sino con mayores medios para que se investigue cómo resolverlos en el cuerpo de las mujeres. Negar la diferencia sexual no contribuye a disminuir ni a terminar con las desigualdades de género. Contribuye, en cambio, a eternizar esas desigualdades bajo la forma del tabú, la ignorancia y la estupidez.
La mejor jugadora de fútbol del presente, Alexia Putellas, narra esta historia de su infancia:
Cuando tenía seis años, recuerdo que vi El Clásico [Barcelona-Real Madrid]desde encima de una mesa de billar. En mi familia son muy Culers [hinchas del Barza] y, cuando no pudieron ir al estadio, muy a menudo iban a ver los partidos al bar La Bolera… Los días de grandes partidos se llenaba y mi padre me alzaba en brazos y me colocaba encima de la mesa de billar, para que pudiera ver la pantalla por encima de los adultos. Recuerdo que me ponía muy nerviosa aunque apenas sabía lo que estaba pasando. Sólo sabía que aquello me importaba.
Nada diferencia esta anécdota de las que pueden haber vivido Messi o Maradona, esa sensación tan propia de las pasiones en estado germinal, naciente: «Apenas sabía lo que estaba pasando. Sólo sabía que aquello me importaba». Nada la diferencia de ellos ni de muchos de nosotros. Pero, por favor, no pongamos a Alexia en los botines de Lionel; no están diseñados para ella y nos van a impedir disfrutar el esplendor de su magia deportiva.
Imagen principal: Madison Ketcham, para New York Times.