En su última visita a España, el presidente Javier Milei reveló un detalle de sus charlas con Elon Musk. «Hay que empezar a traer hijos al mundo», le dijo el yanqui. «Bueno», respondió Milei, «yo tengo cinco». «Los de cuatro patas no cuentan», zanjó Musk1.
El tema de los perros de Milei es una golosina adictiva para el periodismo argentino. Especialmente para esa corriente progresista que pretende, mediante comentarios jocosos, llamar la atención sobre la salud metal del presidente. Pero resulta que Argentina es el país con más mascotas por habitante en todo el mundo: el 80% de la población tiene algún bicho doméstico. El 66% tiene perro; el 32% tiene gatos; el 8% tiene peces; el 7%, pájaros; y el 6%, otro tipo de animales. Los porcentajes suman más de cien porque muchas personas tienen más de una especie animal como mascota2.
El estudio fue elaborado por la consultora GfK Group, una compañía multinacional dedicada a las investigaciones de mercado.
Según el estudio, que incluyó una muestra de 27.000 personas de 22 países del mundo, los perros son más elegidos que los gatos. Es que el 66 por ciento de los encuestados admitió que a la hora de adoptar una mascota eligen un can. Esta tendencia canina se repite en el resto de los países latinoamericanos, mientras que los europeos eligen a los felinos.
A nivel cantidad de mascotas por habitante, la Argentina es seguida de cerca por México (con un 79% de los encuestados que afirma poseer algún animal doméstico), y luego por Rusia (un 73% de su población) y Estados Unidos (con un 70%).
De la vereda de enfrente, se encuentran los países que menos mascotas tienen: en Corea del Sur apenas un 31% de los consultados posee una mascota en casa, en Hong Kong, un 35% y en Japón, un 37%.3
De manera que, en el país más mascotero del mundo, no debería sorprender que el presidente tuviera perros y los amara como si fueran sus hijos. Recordemos que Mauricio Macri gobernó junto a su can Balcarce y que Alberto Fernández tuvo a Dylan con cuenta propia de Instagram:
No faltan antecedentes peronistas y a nadie se le ocurriría sugerir una relación patológica con sus mascotas a partir de este pasaje extraído del libro de memorias de Bruno Passarelli:
Era conmovedor ver cuánto amor y cuánta solicitud Perón derramaba sobre esos caniches bandidos. Reemplazaba su rol de abuelo sin nietos con un contacto con ellos permanente, que era de una ternura sin límites. Sus brazos se parecían a cuchas voladoras. Y lo eran ya que, como me confió, en ellos los albergaba incluso para que durmiesen.4
«Mis nietos de cuatro patas», podría haber dicho el General, quien impulsó en 1954 la Ley 14.346 de protección animal, todavía vigente. Una ley que esta semana fue noticia porque se ha presentado un proyecto, conocido como «Ley Conan», para agravar las penas a quienes cometan maltrato y crueldad contra los animales. Digamos, o sea, que en materia legal de protección a los animales, Javier Gerardo Milei es un continuador directo de Juan Domingo Perón.
La orangutana Sandra
El proyecto «Ley Conan» fue presentado por el diputado nacional del PRO (y alfil de Patricia Bullrich) Damián Arabia, quien justificó de esta manera la iniciativa:
El maltrato animal tiene estrecha vinculación con la violencia interpersonal y por ello una legislación dirigida a tratar el maltrato animal repercute en la prevención de todas las modalidades de crueldad y violencia, en promover la educación, la conservación de la biodiversidad, y las relaciones de respeto y de tolerancia con los seres vivos.5
Nos preguntamos cómo serían las relaciones «de respeto y tolerancia» entre leones y gacelas, caracoles y lechugas, niños y bacterias… Sin embargo, hay que reconocerle al diputado Arabia que no peca de originalidad. Tampoco Perón realizó un gesto inaugural cuando impulsó la ley que hoy rige en Argentina. Ya en 1883 Paul Lafargue denunciaba que: «Las almas más delicadas de la burguesía han organizado en cada país capitalista sociedades de protección a los animales», mientras la clase obrera soportaba jornadas laborales de entre 12 y 16 horas6. Y ya en 1780, Jeremías Bentham publicó este alegato en su Introducción a los Principios de la Moral y la Legislación:
Los franceses ya han descubierto que la negrura de la piel no es razón para que un ser humano deba ser abandonado sin remedio al capricho de un torturador. Es posible que algún día se reconozca que el número de patas, la vellosidad de la piel o la terminación del os sacrum son razones igualmente insuficientes para abandonar a un ser sensible a la misma suerte. ¿Qué más es lo que debería trazar la línea infranqueable? ¿Es la facultad de la razón o quizás la facultad del discurso? Pero un caballo o un perro adulto es, sin comparación, un animal más racional, así como más conversador, que un bebé de un día, una semana o incluso un mes de edad. Pero supongamos que el caso fuera de otro modo, ¿de qué serviría? La pregunta no es ¿pueden razonar? ni ¿pueden hablar?, sino ¿pueden sufrir?7
El texto de Bentham es el primer registro que tenemos del argumento según el cual, para la reflexión sobre las formas de vida en el planeta, la razón y el lenguaje son menos importantes que la sensibilidad. Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamiento. Esta forma de pensar se halla en la médula del debate propiciado por la llamada «Ley Conan».
Hace unos días, en diálogo con el diputado Arabia, el periodista Esteban Mirol le reprochó al aire que bautizar «Ley Conan» a su iniciativa significaba que, o bien Conan había sufrido maltrato, o bien ese bautismo constituía un gesto de obsecuencia:
Me parece que por su nivel de diputado nacional tendría que saber que hay otros casos significativos como para nombrar la ley. Por ejemplo, la orangutana Sandra. Conan creo que no fue maltratado. Y si lo maltrataron, quien lo maltrató fue Javier Milei. […] Usted es el que habla de la Ley Conan chupándole las medias al Presidente cuando él no se lo pidió. Póngale la orangutana Sandra, déjese de embromar.8
El atento lector se preguntará quién es «la orangutana Sandra». El caso repercutió con estridencia en los medios hace diez años. La periodista Sandra Russo lo reseñó en estos términos:
La foto de la orangutana Sandra recorrió el mundo, y no podía ser de otra manera: una orangutana alojada desde hace 20 años en el Zoo de Buenos Aires había sido beneficiaria de un hábeas corpus presentado en su nombre. La medida no fue adoptada por algún «juez municipal», sino por la Sala II de la Cámara de Casación Penal, que instó, en un fallo criticado por algunos medios por «breve», a reconocer a la orangutana como «un sujeto no humano». Hasta ahí, la orangutana Sandra fue una noticia colorida de esas que ganan espacio fácilmente en los medios, incluso en algunos de los que, en la Argentina, en otros tiempos tenían la inercia de incluir en sus tapas cada nacimiento de animal raro en el Zoo. Pero esta vez no fue un nacimiento sino un hábeas corpus de lo que hablaban. Daba para más.
El fallo habla de «una interpretación jurídica dinámica y no estática» que hace reconocer al animal «el carácter de sujeto de derecho, pues los sujetos no humanos son titulares de derechos, por lo que se impone su protección en el ámbito competencial correspondiente». Uno se queda preguntándose cuál será ese «ámbito competencial correspondiente», y se queda preguntándose, por otra parte, si no estaremos ante la punta de un ovillo que, desenredado, nos pondría frente a un nuevo paradigma en relación con los sujetos de derecho, que según la bibliografía que sí cita el fallo –dos obras del juez Raúl Zaffaroni, entre ellas La Pachamama y el humano–, debería exceder con creces a «los animales que se nos parecen», como los orangutanes o los chimpancés, y debería incluso salir del reino animal y adentrarse en otros reinos, sobre todo y básicamente en el reino diverso, dolido y en riesgo de la naturaleza en su versión concreta, como lo son los mares y los ríos contaminados, los bosques talados, las montañas perforadas por las mineras, los suelos agotados de los monocultivos, en fin, el hábitat multifacético de tantas especies cuya supervivencia flaquea.9
Como puede verse, el asunto trasciende el caso puntual hacia el problema de la relación entre el derecho burgués y «lo no humano»: Sandra (Russo) nos invita a imaginar la posibilidad de «sujetos de derecho» más allá «del reino animal» hasta abarcar los mares, los ríos, los bosques, las montañas… ¿las estrellas, quizá? ¿Hasta el infinito y más allá?
Puede parecer que nos estamos burlando pero no hay margen para la ironía, porque la respuesta es sí.
La señorita Cayenne Pepper
En 2015, cuando se acababa de declarar que la orangutana Sandra era legalmente «sujeto de derechos»10, Donna Haraway, profesora emérita distinguida en la Universidad de California, autora del célebre Manifiesto Cyborg (1984) y una de las principales teóricas del transactivismo, publicó un artículo titulado «Antropoceno, Capitaloceno, Plantacionoceno, Chthuluceno: generando relaciones de parentesco». Allí proclamó su principal aspiración: convertir a la humanidad en compost. La impaciencia de Haraway (tarde o temprano, todos seremos compost, al margen de los temores y esperanzas de cada uno) y su vocación universalista, que apunta al conjunto de la especie humana, se resumen en una consigna: «¡Hagan parientes, no bebés!», donde el parentesco es entendido expresamente como relación con todo lo que no es humano:
…tenemos un trabajo de mamíferos que hacer con nuestros colaboradores y co-trabajadores, bióticos y abióticos. Necesitamos hacer parientes sin-chtónicamente, sin-poéticamente. […] Como dicen las artistas ecosexuales Beth Stephens y Annie Sprinkle: ¡el compostaje es tan caliente! Mi propósito es hacer que «pariente» signifique algo diferente/algo más que entidades conectadas por sus ancestros o su genealogía. El suave movimiento de desfamiliarización puede parecer, por un momento, un error, pero después (con suerte) aparecerá siempre como correcto. Hacer-parientes es hacer personas, no necesariamente como individuos o como seres humanos.
Ante un marco teórico como ése, avalado académica, editorial e ideológicamente por el progresismo, ¿qué puede tener de extraño que Milei llame «hijos de cuatro patas» a sus perros clonados? Incluso Haraway va mucho más allá que Milei en sus vínculos con los animales. En el Manifiesto de las especies de compañía (Perros, personas y la alteridad significativa), publicado en 2016 por Sans Soleil Ediciones, Haraway narra la historia de amor que tiene con su perra, llamada señorita Cayenne Pepper:
La señorita Cayenne Pepper no termina nunca de colonizar todas y cada una de mis células […] Su saliva debe de contener vectores vitales. ¿Cómo podría yo resistirme a sus besos húmedos? […] Su lengua elástica y ágil de pastor australiano rojo mirlo ha limpiado los tejidos de mis amígdalas y todos sus ávidos receptores inmunitarios. ¿Quién sabe hasta dónde mis receptores químicos han transportado sus mensajes o lo que ella misma ha tomado prestado de mi sistema celular para distinguir entre el yo y el otro y reunir el afuera con el adentro? Hemos tenido conversaciones ilícitas; hemos mantenido relaciones orales.11
Aquel artículo de 2015 que citamos más arriba adelantó las tesis del libro Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno (Consonni, 2019), cuya reseña en Página/12 presentaba de este modo el antifamiliarismo y la intimidad con los animales, 18 meses antes de que arribara a la presidencia del país un amante de los perros que no tiene hijos:
Las especies compañeras coexisten y cohabitan de forma tan íntima que Haraway propone incluso hablar de nuevas relaciones de parentesco. […] La socióloga feminista María Pía López dice: “Donna Haraway, en Seguir con el problema, agita la consigna menos bebés y más parientes de toda especie, para combatir tanto la lógica familiarista asociada a la propiedad -la responsabilidad y la herencia- como la expansión de la población humana hasta el agotamiento del mundo. Allí, Haraway piensa en parentescos y cooperaciones. Es importante que esos vínculos no se piensen desde el dominio humano y la propiedad –mi perro, mi gato, como integrante de ese modelo familiar– sino como relaciones en las que también los animales construyen la cotidianeidad y la amistad con los humanos”.12
Es llamativo que las especulaciones de la «socióloga feminista» acerca del parentesco sean tan abarcadoras con lo no-humano mientras que sus reflexiones críticas acerca de la propiedad se limitan a las mascotas y no afectan, por ejemplo, a los medios para producir la riqueza social. También nos intriga cómo es posible conjugar ese «combate contra la lógica familiar» con la defensa de cualquier cosa o persona que lleve el apellido Kirchner.
Mas dejemos estas perplejidades de lado y retomemos la consigna «¡Hagan parientes, no bebés!» Porque Elon Musk respondería: «Los de cuatro patas no cuentan». Pero… ¿y los de dos? Parece nítido el límite que nos separa de las ostras y los saltamontes e, incluso, de los perros y los gatos. ¿Pero qué ocurre cuando hablamos de orangutanes, gorilas y chimpancés? Aquí se anudan las críticas al especismo, los movimientos de «liberación animal», la posibilidad de declarar «sujetos de derecho» a enteras regiones de la naturaleza (como nos propuso imaginar Sandra Russo), el argumento de Bentham que peralta la capacidad de sufrir y el ansioso propósito de Donna Haraway de convertirnos en compost: el Proyecto Gran Simio.
José Peralta Ramos
El Proyecto Gran Simio fue lanzado en 1993 con un libro homónimo coordinado por los filósofos Peter Singer (australiano) y Paola Cavalieri (italiana). El libro incluye colaboraciones del biólogo evolutivo Richard Dawkins, la etóloga Jane Goodall y el geógrafo Jared Diamond, entre otros. Tras un prólogo breve nos topamos con la Declaración sobre los Grandes Simios:
Exigimos que la comunidad de los iguales se haga extensiva a todos los grandes simios: los seres humanos, los chimpancés, los gorilas y los orangutanes.
La «comunidad de iguales» es una comunidad moral dentro de la cual aceptamos que determinados principios o derechos morales fundamentales, que se pueden hacer valer ante la ley, rijan nuestras relaciones mutuas. […]
Hoy sólo se considera miembros de la comunidad de los iguales a los de la especie Homo sapiens. La inclusión, por primera vez, de los animales no humanos en esta comunidad es un proyecto ambicioso.13
Obsérvese cómo el texto pasa de exigir la inclusión de «todos los grandes simios» a revelar que la ambición del proyecto no es otra que incluir a todos «los animales no humanos». En consonancia, el sitio oficial en castellano, www.proyectogransimio.org, se presenta con esta síntesis: «Rompiendo la barrera de la especie para alcanzar la equidad más allá de la humanidad».
Lo que comienza con un prólogo que enuncia «Somos humanos y somos también grandes simios», continúa razonando que nuestra pertenencia a un cierto grupo de seres vivos fundamenta la igualdad jurídica con el resto del grupo, y finaliza velozmente coincidiendo con Donna Haraway y el artista argentino José Peralta Ramos: soy un pedazo de atmósfera, por lo tanto, la atmósfera debería gozar de los mismos derechos que yo.
Hace poco indagamos las raíces históricas y teóricas del individualismo libertario. En esa nota, titulada «Los libertarios y la finitud de la vida», observamos que el fenómeno de un presidente sin hijos, que llama «hijos de cuatro patas» a sus perros clonados, puede leerse como la personificación de relaciones sociales que encarnan la peor solución al problema insoluble entre individuo y sociedad en el capitalismo14. Vemos ahora cómo, desde posiciones progresistas, se fomenta no tener hijos sino «hacer parientes» con gatos y plantas, mientas el último informe de Argentinos por la Educación15 propone «aprovechar» una caída del 36% de los nacidos vivos en el país (entre 2014 y 2022) como «oportunidad» para revertir la degradación educativa.
Tanto el delirio de Página/12 como las buenas intenciones de Argentinos por la Educación componen esfuerzos que ocultan u omiten una realidad que se desmorona ante nuestros ojos. Y eso no es lo más reprochable del animalismo.
La ovejera Blondi
Así como existen continuidades, persistencias, inmediaciones y parecidos, también existen rupturas, saltos, lejanías y diferencias. Lo que está en juego en todos estos planteos que hemos visto es el problema de la riqueza (social) y el poder (político), es decir, el problema de la propiedad de la riqueza y el problema de los medios para producirla, apropiarla y defenderla.
Por eso, aunque consideremos que son nuestros parientes, los animales no van a colaborar con los costos de su alimentación ni de nuestra cobertura médica. Tampoco habrá que hacer coincidir nuestra legislación y nuestra moral con las decisiones tomadas por el parlamento de orangutanes o la ética de los caniches.
Digámoslo en un tono un poco más serio: la legislación y la moralidad que esos planteos proponen modificar son, en sí mismas, pruebas cabales de límite, diferenciación y jerarquía. Hablar como si todos fuéramos iguales y convocar a proceder en la concreción legal de esta presunta igualdad es omitir y ocultar que el poder y la riqueza, es decir la propiedad, anulan toda igualdad formal convirtiéndola en su contrario. Y esto afecta menos a los animales –muchos de los cuales viven, a menudo, bajo excesivos cuidados en familias, o bien lejos, lejísimo, de los humanos, en sus ecosistemas naturales– que a la gigantesca mayoría de los Homo sapiens, afectados por la desigualdad real que es característica del sistema capitalista, su división en clases sociales y la explotación que las articula.
Qui potest plus, potest minus, dice el Derecho: «Quien puede lo más, puede lo menos». Resolvamos primero la desigualdad y la explotación entre los miembros de la especie más poderosa y, entonces, las afrentas contra las demás especies encontrarán un camino allanado. Utilicemos, en cambio, estos planteos sentimentalistas para dejar de lado y justificar al Homo hominis lupus, el hombre como lobo del hombre, y mantendremos vigente toda crueldad imaginable.
No olvidemos que el dueño de Conan fue quien hizo crecer el vendaval de miseria que recibió. No olvidemos que el dueño de los «caniches bandidos» Tinolita, Monito, Negrita y Canela fue quien desató la «caza de zurdos» de la Triple A. Y no olvidemos que, como escribió Zaffaroni en el libro mencionado por Sandra Russo:
La primera legislación realmente ecológica y completa en el sentido moderno fue sancionada por el régimen nazi en los años 30 del siglo pasado: la Tierschutzgesetz (ley de protección de animales) del 24 de noviembre de 1933, la Reichsjagdgesetz (ley de caza del Reich) del 1° de julio de 1934 y la Reichnaturschutzgesetz (ley de protección de la naturaleza del Reich) del 26 de junio de 1935.16
Adolfo también fue un hombre que amaba a los perros17.
NOTAS:
1 «Javier Milei reveló que Elon Musk está preocupado porque nacen pocos bebés: críticas al aborto legal y broma sobre los “hijos de cuatro patas”», nota publicada en Clarín el 21 de junio de 2024.
2 «Argentina es el país con más mascotas. ¿Cuáles son las más elegidas?», nota publicada en Vet Market el 8 de marzo de 2019.
3 «Amores perros: Argentina, el país con más mascotas por habitante», nota publicada en Minuto Uno el 6 de junio de 2016. Es notable la tendencia según la cual el animalismo «prende más» en occidente que en oriente.
4 Fernanda Jara, «El hombre que amaba a los perros», nota publicada en Infobae el 1 de julio de 2018.
5 «Ley Conan: cómo es el proyecto que apoya Milei, lleva el nombre de su perro y llega al Congreso», nota publicada en La Nación el 3 de julio de 2024.
6 «Los derechos del caballo y los derechos del hombre», publicado en revista Razón y Revolución, Buenos Aires, núm. 10, primavera de 2002, p. 191.
7 Entrada Bentham en Wikipedia, con nota a la edición original en inglés.
8 «“Una chupada de medias para el Presidente”: el fuerte cruce entre Damián Arabia y Esteban Mirol en TV por la “Ley Conan”», nota publicada en Clarín el 4 de julio de 2024.
9 Sandra Russo, «El orangután y la orangutana», contratapa de Página/12 publicada el 27 de diciembre de 2014.
10 Valeria Berros (UNL-CONICET), «Breve contextualización de la reciente sentencia sobre el habeas corpus en favor de la orangutana Sandra: entre ética animal y derecho», Revista de Derecho Ambiental, número 14, 2015.
11 Citado en el libro Jean-François Braunstein , La filosofía se ha vuelto loca, Barcelona, Planeta, 2022, p. 170.
12 Laura Rosso, «Alianzas que mejoran la vida», publicado en el suplemento Las 12, el 4 de junio de 2021.
13 Paola Cavalieri y Peter Singer (Eds.), El proyecto gran simio, trad. Carlos Martín y Carmen González, Madrid, Trotta, 1998, pp. 12-3.
14 «Los libertarios y la finitud de la vida (El capitalismo socava sus cimientos)», publicada el 22 de junio de 2024.
15 Rafael Rofman, Martín Nistal, Leyre Sáenz Guillén, Natalidad y demanda educativa, Observatorio de Argentinos por la Educación, junio 2024.
16 Eugenio Raúl Zaffaroni, La pachamama y el humano, CABA, Colihue, 2012, pp. 93-4.
17 Abel G. M., «Los perros de Adolf Hitler», nota publicada en el sitio del National Geographic el 25 de agosto de 2022.